El adiós a las dictaduras más largas de la Europa occidental: España y Portugal hacen memoria

Una exposición fotográfica, que viajará a Salamanca después de Lisboa, repasa las históricas mudanzas políticas vividas en la península Ibérica hace medio siglo

Un grupo de jornaleras alentejanas lee un ejemplar del 'Diario de Lisboa' de enero de 1979, después de que una nueva legislación desmontase la reforma agraria aprobada durante la revolución.Arquivo Nacional Torre do Tombo (Ministerio de Cultura de Portugal)

Se puede elegir realzar las diferencias o las similitudes. Lo cierto es que el rumbo histórico de España y Portugal en el siglo XX tuvo grandes contrastes (la Guerra Civil en un lado o la guerra colonial en el otro), pero también cierta tozuda tendencia a caminar en paralelo. Las dos dictaduras más duraderas de la Europa occidental se instalaron en la península Ibérica y casi rivalizaron por ver cuál duraba más. La portuguesa se prolongó cerca de medio siglo mientras que la española rondó los ...

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Se puede elegir realzar las diferencias o las similitudes. Lo cierto es que el rumbo histórico de España y Portugal en el siglo XX tuvo grandes contrastes (la Guerra Civil en un lado o la guerra colonial en el otro), pero también cierta tozuda tendencia a caminar en paralelo. Las dos dictaduras más duraderas de la Europa occidental se instalaron en la península Ibérica y casi rivalizaron por ver cuál duraba más. La portuguesa se prolongó cerca de medio siglo mientras que la española rondó los 40 años. Lo que ocurría dentro de sus fronteras era semejante: censura, persecución de la disidencia, represión moral, pobreza y emigración masiva. Acabaron de forma bien diferente. Una mediante un golpe de Estado militar que desembocó en un proceso revolucionario y otra a través de una transición hacia la democracia negociada entre enemigos del pasado, los valedores del franquismo y los opositores democráticos.

“Todos los autores destacan la originalidad de la revolución portuguesa, nadie había imaginado que la dictadura iba a caer como cayó”, señaló la historiadora Maria Inázia Rezola, comisaria de la Comisión Conmemorativa de los 50 años del 25 de Abril, en una conferencia internacional dedicada al cambio político en Lisboa. Rezola explicó que hay una corriente histórica, encabezada por Samuel Huntington, que considera a Portugal el primer caso de la tercera ola democratizadora y otra que sostiene que fue la última revolución de la izquierda del siglo XX. “Es imposible descontextualizar el caso portugués de la guerra fría, aunque son los factores internos los que deciden la salida política”, observó.

La libertad llegó de súbito a Portugal el 25 de abril de 1974, mientras que en España comenzó a hacerlo de forma gradual a partir del 20 de noviembre de 1975, cuando falleció Franco. Pese a estas divergencias, compartieron algo, en opinión del historiador portugués Manuel Loff: “Aunque fueron dos procesos radicalmente diferentes, tienen en común la capacidad colectiva de construcción de la democracia. En ninguno de los dos países fueron democracias otorgadas a la sociedad, sino que fueron los ciudadanos españoles y portugueses quienes la conquistaron”.

Loff es el comisario de la exposición fotográfica Portugal-España: 50 años de democracia, que se puede visitar en el Archivo Nacional Torre do Tombo, en Lisboa, hasta el 31 de enero, y que luego se mostrará en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca. Ambos organismos han aportado buena parte del material documental y gráfico que se recoge en la muestra, que se integra en la programación cultural cruzada promovida por ambos Gobiernos para celebrar el medio siglo de libertades.

Funeral multitudinario por los abogados laboralistas asesinados en Atocha el 26 de enero de 1977.Archivo Histórico PCE

La dictadura portuguesa cae gracias a un golpe de mandos intermedios del ejército que deseaban acabar con 13 años de guerra colonial. El espontáneo apoyo popular transformó el golpe en una revolución y aquella sociedad reprimida durante cerca de medio siglo se convirtió en fabricante de su propia historia. Se crearon comisiones de vecinos en los barrios y se autogestionaron fábricas, se tomó el control de medios de comunicación y se ocuparon tierras. Era la hora del cambio para muchos que nunca habían tenido derecho a nada.

Como ilustra la foto de las jornaleras alentejanas alrededor de un ejemplar del Diario de Lisboa donde se informa de novedades en la ley de la reforma agraria, la política se convirtió en un asunto que interesaba a todos. Aquella dinámica revolucionaria desató su reacción contraria con tentativas de golpe de estado reaccionarios y terrorismo de ultraderecha. Las convulsiones se sucedían. En Lisboa los trabajadores de la construcción cercaron el Parlamento y el primer ministro del sexto Gobierno provisional, Pinheiro de Azevedo, hizo horas después la proclama más memorable que ningún primer ministro haría: “Ya fui secuestrado dos veces, ya basta. No me gusta ser secuestrado, es una cosa que me irrita”.

Mudar de régimen, sea como sea, no es rápido ni fácil ni indoloro. Los portugueses, que habían impresionado al mundo con aquella revolución tan romántica en 1974, se asomaron a la guerra civil año y medio después. El proceso se apaciguó con la acción militar del 25 de noviembre de 1975 que desterró la extrema izquierda de los cuarteles y empujó al país hacia una democracia semejante a las europeas. En abril de 1976, la Constitución, que desprendía aún el aire revolucionario en el fue redactada, recibió un apoyo masivo. “Antes de las sucesivas reformas, recogía mecanismos más propios de la Europa del Este, como la planificación imperativa de la economía”, destaca el profesor de Derecho Constitucional Gabriel Moreno, en su libro sobre la Constitución portuguesa de 1976.

Manuel Loff discrepa del hispanista Charles Powell cuando describe la Transición española como elegante. “No fue un proceso elegante, está llena de violencia, tampoco lo fue la revolución portuguesa. Las mudanzas políticas no necesitan ser elegantes, necesitan contentar a la gran mayoría de la población, no ser violentas y respetar la construcción de la democracia”, sostiene.

A la izquierda, portada del semanario portugués 'Fixe' con una caricatura de Joao Abel Manta sobre los "chaqueteros", los fieles de la dictadura que se declararon demócratas durante la revolución. A la derecha, portada de la revista 'Triunfo' del 16 de abril de 1977 con la noticia de la legalización del Partido Comunista Español.Arquivo Nacional Torre do Tombo / Centro Documental de la Memoria Histórica (Ministerio de Cultura) (MINISTERIO DE CULTURA DE PORTUGAL)
El cantautor exiliado José Mário Branco, quinto por la izquierda, regresó del exilio pocos días después del golpe militar del 25 de Abril de 1974. En esta imagen aparece rodeado por varios artistas que fueron a recibirlo en el aeropuerto de Lisboa como José Jorge Letria, Zeca Afonso y Adriano Correia de Oliveira.Carlos Gil (Arquivo Nacional Torre do Tombo (Ministerio de Cultura de Portugal))
Uno de los mítines políticos previos a las elecciones constituyentes del 25 de abril de 1975, celebrado en marzo en Lisboa.Archivo General de la Administración / Ministerio de Cultura
Colas de votantes esperan el 25 de abril de 1975 para participar en las primeras elecciones libres tras la caída de la dictadura para elegir a los miembros de la Asamblea Constituyente que redactará la nueva Constitución portuguesa.Arquivo Nacional Torre do Tombo (Ministerio de Cultura de Portugal)
Conocido como el 'Último grito de los paras', representa la rendición de los paracaidistas de la base aérea de Tancos, que se habían sublevado contra varias decisiones de sus superiores el 25 de noviembre de 1975.Luís Vasconcelos (Arquivo Nacional Torre do Tombo (Ministerio de Cultura de Portugal))
Funeral por las víctimas de la matanza de Vitoria en 1976.Archivo General de la Administración/Ministerio de Cultura
Funeral multitudinario por los abogados laboralistas asesinados en Atocha el 26 de enero de 1977.Archivo Histórico PCE
Una manifestante corre durante el Primero de Mayo de 1977 en Madrid.Archivo General de la Administración/Ministerio de Cultura
Ciudadanos votando en una mesa de Madrid en las elecciones generales de junio de 1977, las primeras legislativas tras cuatro décadas de dictadura.Europa Press (Archivo General de la Administración / Ministerio de Cultura)
Manifestación feminista en defensa de los derechos reproductivos de las mujeres, convocada por los sindicatos CC OO y UGT en Madrid el 4 de mayo de 1978.Archivo General de la Administración / Ministerio de Cultura
Un grupo de jornaleras alentejanas lee un ejemplar del 'Diario de Lisboa' de enero de 1979, después de que una nueva legislación desmontase la reforma agraria aprobada durante la revolución.Arquivo Nacional Torre do Tombo (Ministerio de Cultura de Portugal)

La Transición española, que pasó del endiosamiento de las primeras décadas a la demonización de las últimas, fue un proceso también convulso, que incluyó desde la matanza de los abogados laboralistas de Atocha en enero de 1977 al golpe de Estado de Tejero. La violencia desde los extremos fue uno de los elementos que marcaron el proceso, según el catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Almería Rafael Quirosa-Cheyrouze. También él rechaza la idea de que la democracia española fue “otorgada y no conquistada por la ciudadanía”.

En su conferencia en Lisboa, destacó la influencia de otros “actores y factores” que contribuyeron al cambio, además de los conocidos los protagonistas políticos, como el contexto internacional, los cambios en la Iglesia, los movimientos sociales o la lucha antifranquista. “Aunque siempre se ha definido a la Transición como un proceso pacífico, el análisis de la realidad histórica demuestra lo cuestionable de tal calificación. Por un lado, los atentados cometidos por la organización terrorista ETA fueron tan relevantes que se convirtieron en una de las principales amenazas para la consolidación del cambio político, sobre todo porque, además del duelo humano y de la inestabilidad política que provocaban, se utilizaban como argumento por parte de los involucionistas para justificar un golpe de estado que interrumpiera el proceso”.

El historiador resaltó el papel de los movimientos sindicales, universitarios y vecinales, “en la práctica, y de forma progresiva, esas asociaciones se fueron convirtiendo en auténticas escuelas de democracia porque celebraban asambleas en las que los vecinos intervenían libremente”. “Fueron la expresión de esa lucha de los ciudadanos para alcanzar la democracia. Y fue conquista, no hay que olvidarlo, porque había sectores que, aunque cada vez más débiles y desunidos, se oponían a la desaparición del franquismo en España”, indica.

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