Un siglo de fascinación por Nefertiti

El famoso busto de la reina egipcia se exhibió por primera vez en Berlín en 1924 y se convirtió en un icono global de belleza del que Egipto vuelve a reclamar la devolución

Busto de Nefertiti, en el Neues Museum de Berlin.Christophe Gateau (picture alliance via Getty)

La anotación del descubridor de Nefertiti sigue siendo válida hoy día: “Describirla es inútil, hay que verla”, garabateó el arqueólogo Ludwig Borchardt en su diario de excavaciones el 6 de diciembre de 1912 junto con un boceto del busto. Por más imágenes que se hayan visto de la célebre reina egipcia, nada es comparable a entrar en la sala de techo abovedado del Neues Museum de Berlín, acercarse a la vitrina y contemplar desde todos los ángulos la exquisita simetría del rostro, el cuello largo y grácil, los colores perfectamente preservados y esmerados detalles como las pequeñísimas arrugas....

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La anotación del descubridor de Nefertiti sigue siendo válida hoy día: “Describirla es inútil, hay que verla”, garabateó el arqueólogo Ludwig Borchardt en su diario de excavaciones el 6 de diciembre de 1912 junto con un boceto del busto. Por más imágenes que se hayan visto de la célebre reina egipcia, nada es comparable a entrar en la sala de techo abovedado del Neues Museum de Berlín, acercarse a la vitrina y contemplar desde todos los ángulos la exquisita simetría del rostro, el cuello largo y grácil, los colores perfectamente preservados y esmerados detalles como las pequeñísimas arrugas.

Los “ohs” y “ahs” que exclaman los visitantes en la estancia circular donde reina en solitario dan testimonio de la fascinación que provoca este icono mundial de belleza, una de las piezas, junto con el altar de Pérgamo y la puerta de Ishtar, más espectaculares de la Isla de los Museos de la capital alemana. Nefertiti lleva un siglo deslumbrando. Expuesta por primera vez en 1924, las crónicas de la época dan cuenta de su poder de seducción. La comparaban con Greta Garbo, relataban cómo las aristócratas iban a fiestas vestidas como ella. El entusiasmo fue tal que Nefertiti y su marido Akenatón protagonizaron anuncios de cerveza, cigarrillos, té y café.

El busto de Nefertiti hallado por los alamanes en Amarna, en una foto de la época del descubrimiento coloreada.

También es centenaria la historia de la lucha por la restitución de la ciudadana más famosa de Egipto. El arqueólogo y exministro de Antigüedades egipcio Zahi Hawass presentó hace unos días una nueva campaña para exigir que Alemania repatrie la emblemática escultura de piedra caliza. Sostiene que salió del país ilegalmente. Hawass también ha lanzado una petición internacional para recuperar la piedra Rosetta que se exhibe en el Museo Británico de Londres. Berlín, que jamás ha autorizado un traslado o un préstamo del busto amparándose en su delicado estado de conservación, lleva décadas haciendo oídos sordos a las reclamaciones.

La escultura pertenece a Alemania y no hay discusión posible, aseguran las autoridades germanas. “El busto de Nefertiti fue hallado en el transcurso de una excavación autorizada por la Administración de Antigüedades de Egipto”, señala Stefan Müchler, portavoz de la Fundación Patrimonio Cultural Prusiano de Berlín. “Llegó en virtud de una división del hallazgo, habitual en aquella época, que abarcaba muchos más objetos. El busto fue sacado legalmente del país y no existe ninguna reclamación de restitución por parte del Gobierno egipcio”, afirma.

Alemania lleva años liderando el esfuerzo internacional de restitución de obras de arte a los países de los que fueron expoliadas. La clave es la legalidad. Una compra ―o reparto, como el caso de Nefertiti― de la que existe documentación queda excluida.

El busto de Nefertiti, que reinó en el siglo XIV antes de Cristo, fue descubierto en 1912 en Tell el-Amarna, capital de Egipto durante el reinado de Akenatón, en el marco de una excavación científica. El comerciante y mecenas berlinés James Simon puso el dinero y el profesor Borchardt, del Instituto Alemán de Antigüedades Egipcias, la dirección arqueológica. En la época era muy habitual el reparto equitativo de los hallazgos a cambio de financiación.

Berlín asegura que la parte egipcia ―encabezada por el egiptólogo francés Gustave Lefebvre― pudo comprobar in situ los hallazgos, que incluso se fotografiaron en el caso de las piezas más destacadas, como el busto de Nefertiti. Lefebvre seleccionó una mitad; la otra viajó a Berlín en 1913. Como financiador único de la excavación, los objetos pasaron a ser propiedad de Simon, que durante un periodo conservó a la reina en su casa, una villa, ya desaparecida, en la Tiergartenstraße. En 1920, Simon donó la colección íntegra a los museos de Berlín. Un acto filantrópico extraordinario que durante décadas quedó en la sombra: los nazis borraron el legado de Simon, que era judío.

Con el tiempo, esta figura clave para la cultura de Alemania ha recuperado el lugar que le pertenece. Berlín inauguró en 2019 la Galería James Simon, un monumental edificio asomado al río Spree, obra del arquitecto británico David Chipperfield, que ha cambiado la fisonomía de la histórica Isla de los Museos.

Se ha especulado mucho sobre si los egipcios eran conscientes de lo que estaban dejando marchar. El busto tardó 12 años en exponerse al público. “La razón era que Borchardt temía que, una vez expuesto, Egipto pidiera su restitución”, afirma Sebastian Conrad, historiador de la Universidad Libre de Berlín. “Ese temor sugiere que era consciente de que el reparto de los hallazgos entre Alemania y Egipto era, como mínimo, cuestionable. Y Borchardt tenía razón: la exposición abrió sus puertas en abril de 1924 y ya en octubre de ese mismo año se presentó la primera solicitud oficial de restitución”, añade.

Conrad relata en su libro La reina. La carrera global de Nefertiti, publicado este 2024 en alemán y traducido al inglés, cómo el busto ha cautivado a una generación tras otra. “No hay duda de que, en sí mismo, es un objeto extraordinario con un aura propia. Pero, en gran medida, la fascinación actual es el resultado de su historia, es decir, de la historia de su recepción. Cuando miramos el busto hoy en día, no lo hacemos inocentemente, sino que ya estamos influidos por un siglo de locura por Nefertiti”, asegura a EL PAÍS.

Para entender el fenómeno, explica, hay dos aspectos cruciales: el momento y el lugar de la primera exposición. “La eufórica acogida de Nefertiti en 1924 coincidió con un cambio general en la noción de la belleza femenina en Europa Occidental y Norteamérica. En los años de entreguerras, la anterior apreciación de la gordura y los rasgos redondos dio paso a imágenes de mujeres esbeltas, celebradas en el cine y por la industria publicitaria”. El busto enseguida fue comparado con la actriz sueco-estadounidense Greta Garbo, cuyo meteórico ascenso como estrella de Hollywood empezó a mediados de la década de 1920.

En la exposición de 1924 Nefertiti se exhibía en una pequeña vitrina, muy modesta comparada con la presentación actual. Pese a ello, rápidamente captó la atención de los visitantes. Las copias del busto, basadas en una reproducción exacta de la artista Tina Haim-Wentscher, fueron muy populares y se vendieron mucho ―Simon regaló un ejemplar al káiser Guillermo II―. “En el apogeo de la era imperial, los estándares y normas occidentales viajaban con facilidad y eran asimilados, o al menos reconocidos, en la mayor parte del mundo. Es una especulación, pero si Nefertiti hubiera estado expuesta en El Cairo y no en Berlín, es muy poco probable que hubiera tenido la misma carrera mundial”, apunta Conrad.

El Neues Museum asegura que el busto, de 3.400 años de antigüedad, no se puede mover sin correr el riesgo de dañarlo. Es demasiado frágil, argumenta. “Esa es la razón oficial por la que nunca ha sido prestado y no sale de gira. Es difícil evaluar si se trata de una excusa. Ha sido transportado unas cuantas veces sin sufrir daños”, asegura el historiador. Durante la II Guerra Mundial “se envolvió en una bolsa de plástico y se guardó en una mina, lejos de Berlín, para protegerlo de los bombardeos aliados”, explica. En 2009, cuando viajó desde Charlottenburg, al oeste de la ciudad, a la Isla de los Museos, “se transportó en un taxi”.

Los egipcios siempre han defendido que Borchardt jugó sucio, que escondió el busto o que lo ensució con arcilla para que el experto francés no pudiera reconocer su belleza. Para Berlín, no son más que bulos, que se desmontan fácilmente cuando se ven las fotografías que documentaron el reparto. Conrad asegura que el arqueólogo alemán no robó la pieza, pero se sabe que “mandó envolver y guardar todos los objetos en cajas y solo presentó a Lefèbvre fotografías de los mismos”. Es muy posible, dice, que no se diera cuenta de lo extraordinario del objeto. “En realidad no sabemos exactamente qué ocurrió y me temo que nunca lo sabremos”.

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