Épica y mística de la bicicleta: el sueño de viajar sobre dos ruedas y luego escribirlo

El viaje en el popular vehículo de dos ruedas hasta la India que narra la irlandesa Dervla Murphy en ‘A toda máquina’ entronca con una pulsión aventurera que vive un bum literario

Dervla Murphy posa con su bicicleta en una imagen de 1990.NUTAN (Gamma-Rapho via Getty Images)

Robert Louis Stevenson sabía que el tesoro de la isla era la propia aventura. Algo así sentía sobre el viaje. “Viajo no para ir a algún lugar, sino para ir. Viajo por el placer del viaje. La gran aventura es moverse, sentir las necesidades y los obstáculos de nuestra vida con más claridad, bajar de este lecho de plumas de la civilización y encontrar el globo de granito bajo los pies y sembrado de pedernales cortantes”. Esa frase abre ...

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Robert Louis Stevenson sabía que el tesoro de la isla era la propia aventura. Algo así sentía sobre el viaje. “Viajo no para ir a algún lugar, sino para ir. Viajo por el placer del viaje. La gran aventura es moverse, sentir las necesidades y los obstáculos de nuestra vida con más claridad, bajar de este lecho de plumas de la civilización y encontrar el globo de granito bajo los pies y sembrado de pedernales cortantes”. Esa frase abre A toda máquina, el libro donde la irlandesa Dervla Murphy (1931-2022) narró el viaje que había anhelado desde que a los diez años, en su cumpleaños, le regalaron una bicicleta y un atlas y la niña se puso a soñar. Publicado originalmente en 1965, lo acaba de publicar en español Capitan Swing, traducido por Lucía Barahona.

Aquella tarde, en una colina irlandesa, Murphy decidió que algún día pedalearía hasta llegar a la India. Eso fue en 1941. Veintidós años después, en el frío invierno de 1963, se subió al sillín de su bicicleta Armstrong Cadet —llamada Rozinante en alusión al corcel de Don Quijote, y siempre conocida como Roz— y se puso a pedalear.

Empezó en la ciudad francesa de Dunkerque rumbo al este. Era una mujer sola dispuesta a cruzar medio mundo. El miedo era una opción. Pero la guiaba una frase de Epicteto: “No es la muerte o el dolor lo que hay que temer, sino el miedo al dolor o a la muerte”. La filosofía estaba bien, pero la reforzaba con una pistola automática, del calibre 25, cargada en el bolsillo derecho de sus pantalones. Por si acaso.

Dervla Murphy, retratada en 1990. NUTAN (Gamma-Rapho via Getty Images)

Dervla tenía 31 años. Antes de salir, de Dunkerque a Peshawar calculó una distancia de 7.153 kilómetros. Calculó una duración de cuatro meses. Logró visados para Yugoslavia y Bulgaria y calculó que en Estambul conseguiría el visado de Persia y que en Teherán obtendría el de Afganistán. Hubo un momento en que dejó de calcular. Ahí empieza este recorrido libre y embaucador por carreteras de tercera, caminos inmundos, vías embarradas y valles profundos. Un viaje por montañas agrietadas con aldeas de tejados marrones y granjas destartaladas rumbo a Lubliana. Una travesía por montañas yermas de roca gris y pizarrosa, rumbo a Kandahar. Entre arroyos helados. Puertos nevados. Hielo negro bajo los pies mientras las manos arrastran, quijotescamente, a Rozinante. Ventiscas que congelan dedos y pies. El aguanieve empapando la ropa. Siempre el frío. El fantasma de la neumonía combatido con mucho ron y poca queja. El sol quemándole el brazo derecho. La luna iluminando las dunas de arena. El silencio desconocido y misterioso del desierto. La dicha pura de estar a solas ella, Rozinante, el cielo y la tierra. Un inesperado vergel afgano con albaricoqueros, melocotoneros, almendros, manzanos, sauces, fresnos, abedules, potrillos lanudos, corderos saltarines, gente tranquila y en paz.

No siempre pudo pedalear. También tomó trenes, se montó en autobuses y subió a camiones con cadenas para la nieve. Sí: sufrió ataques de lobos. También un intento de violación. Pero ella prefiere demorarse en las agradables conversaciones nocturnas, hasta cinco horas hablando y hablando como en Las mil y una noches, junto a desconocidos.

El periplo alterna grandes nombres —Zagreb, Belgrado, Constantinopla, Teherán, Kabul— con otros nombres de rutina —Cuprija, Pirot, Dimitrovgrad, Baghjar, Nishapur, Bamiyán—. Cerca de la frontera afgana escribe: “Es muy raro: la idea de que una mujer viaje sola está tan alejada de la experiencia y la imaginación de cualquier persona de aquí que en todas partes dan por hecho que soy un hombre”.

La ciclista Cristina Spínola, la primera española en dar la vuelta al mundo, cuando pasaba por El Salvador, en una imagen que subió a redes sociales.

Así llegó a la India. Había pasado medio año. Unos 4.800 kilómetros pedaleados. La sensación no era de euforia ni de triunfo. Más bien eran ganas de partir de nuevo.

Esa es la pulsión de aventura que han compartido con Dervla Murphy otros muchos soñadores de la bicicleta con ganas de contarlo. En los últimos tiempos, España se ha llenado de ellos.

En 12.822 km. De España a China en bicicleta, Diego Ballesteros relata su viaje a pedaladas por los 14 países de la Ruta de la Seda y sus constantes combates psicológicos en la travesía.

Antonio Toral ha narrado este año, en Dolomitas y Alpes, el viaje de mi vida, una vivencia espiritual corta pero intensa por cimas que suenan a letanía de la épica ciclista: Stelvio, Gavia, Mortirolo, Izoard, Galibier, Alpe d’Huez, Croix de Fer, Madeleine, Iseran, el mortífero Mont Ventoux, y así hasta 37 puertos de alta montaña en 27 días.

En Expedición Cabo Norte. Un viaje real hacia el interior del Círculo Polar, Anina Anyway y Pablo Calvo relatan su viaje en bicicleta desde Asturias hasta el Círculo Polar Ártico con su perro Hippie.

Más anárquico fue Juanjo Alonso al hacer La vuelta al mundo en bicicleta. Un viaje sin prisas alrededor de uno mismo, un curioso periplo alrededor del planeta sin buscar un destino. Él dice que viajar son muchas cosas. Un estado de ánimo. Una sensación de evasión. Un escape esencial de la rutina. Un alivio de la presión emocional. Una forma de rebeldía y diversión. Un instante de entusiasmo.

Con la pasión de la bicicleta y la fotografía partió Miguel García Orive en El viaje interminable. De Barcelona a India en bicicleta: un fotodiario de la travesía que vivió durante un año y medio al ritmo lento del pedaleo para después escribir sobre la soledad rota en una cena con granjeros búlgaros, el miedo de llamar a las puertas de las casas o la libertad de acampar en el bosque. Escribe en el prólogo: “Durante el viaje uno carga con no más de lo que le cabe en la mochila, no más de lo que la espalda resiste. Se acostumbra a conocer gente nueva, a descubrir otros lugares, a explorar desconocidas regiones de uno mismo, y al volver redescubre sus viejas cosas, sus viejos amigos y hasta sus viejos yos”.

La bicicleta es épica; también mística. Lo entiende así Xavi Narro, que en Vagabundo cuenta cómo no podía quitarse de la cabeza la promesa que, de pequeño, se hizo a sí mismo: “Cuando cumpla los 30, daré la vuelta al mundo en bicicleta”. Así lo hizo. Al cumplir los 30 se montó al sillín. Durante 15 meses pedaleó 40.000 kilómetros, más preocupado de seguir su propio camino que de si conducía al precipicio.

Sin miedo es la divisa de Juan Menéndez Granados. Él ha completado gestas deportivas extremas. Pedaleando al Polo Sur narra su expedición ciclista al punto más austral del planeta y retos psicológicos como pasar mes y medio solo en la Antártida o sobrevivir cuatro días sin comida, a base de chocolate, aceite y alucinaciones.

Cristina Spínola, autora de Sola en bici, dice que un día soñó en grande y así tocó el cielo: ser la primera española que ha dado la vuelta al mundo en bicicleta después de tres años, 27 países y 28.000 kilómetros.

Esa misma vuelta al globo obsesionaba a otro aventurero, Salva Rodríguez. Él cuenta que era un chico normal. Que todo empezó de la manera más insospechada. Un fin de semana quiso ir a Málaga desde Granada, pero no tenía dinero. Así que cogió su bicicleta. Fue el viento de la libertad lo que conoció en aquel viaje. Ya no pudo parar. Primero descubrió que se podía dar la vuelta a España sin apenas dinero. Después se lanzó a la aventura de dar la vuelta al mundo. Lo ha contado en una saga de cuatro libros –uno por cada continente– que empezó con África. Un viaje de cuento. La vuelta al mundo en bicicleta y que termina con Europa.

Dervla Murphy, que en 2022 murió a los 90 años en el mismo pueblito irlandés en el que había nacido —Lismore—, aprendió una enseñanza de su viaje juvenil a la India. “A pesar del horrible caos del escenario político contemporáneo –escribió–, el mundo está lleno de bondad”. Era 1963. Ella llevaba una pistola automática del calibre 25 en el bolsillo. Pero también cargaba en las alforjas los poemas de William Blake, quien una vez escribió: “Quien a sí encadenare una alegría, malogrará la vida alada. Pero quien la alegría besare en su aleteo, vive en el alba de la eternidad”. Pedalear un sueño es como volar.

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