Las voces de Bach y Kurtág resuenan en el paradisiaco fiordo de Hardanger

El excelente conjunto vocal Det Norske Solistkor protagoniza la octava edición del Festival de Rosendal, dirigido por el pianista Leif Ove Andsnes, que ha confrontado la tradición musical húngara con el 300º aniversario de la ‘Pasión según san Juan’

El conjunto vocal Det Norske Solistkor, tras su actuación en el Festival de Rosendal (Noruega), el domingo, 11 de agosto,Liv Øvland

¿Cómo se le ocurre programar la Pasión según san Juan, de Bach, para solistas, coro y orquesta en un festival de música de cámara? La pregunta sonó a reproche y provocó una sonora carcajada al pianista noruego Leif Ove Andsnes (Karmøy, 54 años). Pero no eludió la respuesta durante un breve encuentro anteayer, sábado, con EL PAÍS: “Yo diría que por amor. Para mí ha sido un sueño pode...

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¿Cómo se le ocurre programar la Pasión según san Juan, de Bach, para solistas, coro y orquesta en un festival de música de cámara? La pregunta sonó a reproche y provocó una sonora carcajada al pianista noruego Leif Ove Andsnes (Karmøy, 54 años). Pero no eludió la respuesta durante un breve encuentro anteayer, sábado, con EL PAÍS: “Yo diría que por amor. Para mí ha sido un sueño poder hacerla en Rosendal. Y, por supuesto, creo que, a pesar de precisar de unos 40 cantantes e instrumentistas, está llena de música de cámara”. A continuación, añadió dos razones más: la presencia este año del conjunto vocal Det Norske Solistkor y la conmemoración del 300º aniversario del estreno de la obra.

El excelente coro noruego, formado por una veintena de solistas, dirigidos por Grete Pedersen, se ha convertido en el protagonista de la octava edición del Festival de Rosendal. Toda una novedad en esta prestigiosa cita veraniega dedicada, desde 2016, a la mejor música de cámara en un envidiable enclave natural noruego del fiordo de Hardanger, a dos horas en barco desde Bergen. Sus voces fueron lo primero que escuchamos, el pasado miércoles, 7 de agosto, antes incluso de los discursos protocolarios. Rodearon al público del Riddersalen (el antiguo aprisco para el ganado reconvertido en sala de conciertos) para darles la bienvenida con un solemne canto popular. Y cerraron el festival, ayer domingo, día 11, cantando el tardío y fascinante Vía Crucis, para solistas, coro mixto y piano, de Franz Liszt, junto a Andsnes.

La violinista Vilde Frang y el pianista Leif Ove Andsnes, durante la interpretación de Bartók, el 7 de agosto en Rosendal.Liv Øvland

“En pocas semanas grabaremos juntos esta obra de Liszt para Sony Classical”, anuncia el pianista y director artístico del Festival de Rosendal. “Es una composición extraña, moderna y radical. Debo confesar que cuando me puse a estudiarla me desesperé, pues todo resulta estático en ella y carece de la fluidez pianística de Liszt. Pero ahora es una experiencia mística para mí y hay partes que me conmueven como ninguna otra música”. Y no escatima elogios para el coro noruego: “Tiene una calidad increíble y aportan toda la paleta de matices que necesita la obra”.

Det Norske Solistkor se ha adaptado admirablemente a la compleja idea conceptual que ha vertebrado esta edición del festival noruego, titulada Contrastes. Se trata, en sentido literal, de una alusión a la obra para clarinete, violín y piano de Bela Bartók, que abrió el primer concierto, pero también, en sentido amplio, a la contraposición de la tradición musical húngara desde Liszt hasta Kurtág (siglos XIX al XXI) con Bach. “En la edición del año pasado, donde combinamos la música de cámara de Brahms con el centenario de György Ligeti, me intrigaron las conexiones de ambos con la música folclórica húngara y decidí profundizar en esa senda”, aclara Andsnes. Pero lo hace sin descuidar la música contemporánea noruega, aquí representada por la cantante y compositora Ruth Wilhelmine Meyer, una especie de Cathy Berberian escandinava.

El coro se unió a la compositora noruega, el 7 de agosto, en El Castillo de Loki (2023). Una obra que combina la evocación de esa maravilla geológica submarina entre chistidos, susurros, silbidos y ruidos guturales, pero que desemboca en una emotiva cita del Agnus Dei de la Misa núm. 2 en sol mayor, de Schubert, como lamento por el cambio climático. No obstante, lo más destacado de ese primer concierto lo escuchamos justo a continuación: la Sonata para violín y piano núm. 1, de Bartók, en una soberbia interpretación de la violinista Vilde Frang con Andsnes al piano. Una de las creaciones más avanzadas del compositor húngaro, donde los dos instrumentos parecen habitar mundos diferentes, pero que Frang y Andsnes reencontraron en una narración casi épica de la obra.

El clarinetista Wenzel Fuchs toca el bombo al final de ‘Hommage à R. Sch.‘, de Kurtág, el 8 de agosto en Rosendal.Liv Øvland

Las dos actuaciones de Det Norske Solistkor, del jueves, 8 de agosto, fueron admirables. Por la noche, los tenores y bajos del conjunto vocal cantaron, en Kvinnherad, la iglesia medieval que albergó otra parte de los conciertos, el bellísimo e infrecuente Canto de los espíritus sobre las aguas, donde Schubert reviste con su música los versos de Goethe. Optaron por su versión más elaborada (D. 714) con el exquisito acompañamiento de un quinteto de cuerda formado por dos violas, dos violonchelos y un contrabajo al que se unieron solistas de la talla de Antoine Tamestit.

Pero la primera actuación de ese día, con el coro al completo, fue un verdadero hito: Omaggio a Luigi Nono, op. 16, de György Kurtág (1981). Seis piezas breves a capela sobre textos en ruso de las poetas Rimma Dalos y Anna Ajmátova, donde se concentran todas las posibilidades (y dificultades) de la escritura coral en unos diez minutos. La precisión y calidad del conjunto de 22 solistas (cada uno con su propio diapasón comprobando constantemente su afinación) fue sobrehumana. Cantaron, a continuación, el coro Gute Nacht, op. 59 núm. 4, de Schumann, como exquisito contraste. Pero también como parte de uno de los mejores programas escuchados en esta edición del festival, que ahondaba en las conexiones entre Schumann y Kurtág.

Andsnes ha trabajado con el compositor húngaro, que sigue vivo y en activo, a pesar de los achaques propios de sus 98 años. “Kurtág escuchó un recital mío con su música por televisión y le gustó mucho, lo que no suele ser muy habitual”, comenta entre risas. “Tuve la oportunidad de trabajar con él, en enero de 2010, durante la Semana Mozart de Salzburgo. Y me recibió maravillosamente junto a su esposa Márta [fallecida en 2019]. Me impresionó la intensidad con que trabajaba cada detalle de sus breves partituras; podíamos pasarnos horas con unos pocos compases”, recuerda.

El clavecinista Masato Suzuki y el violista Antoine Tamestit, durante su concierto dedicado a Bach, el 9 de agosto, en la iglesia de Kvinnherad de Rosendal.Liv Øvland

Ese programa Kurtág-Schumann del jueves se cerró con Hommage à R. Sch., Op. 15d (1990). Una obra del compositor húngaro que rinde pleitesía a las colecciones de piezas fantásticas del alemán con la misma formación instrumental de sus Märchenerzählungen (Cuentos de hadas), op. 132: clarinete, viola y piano. Andsnes lideró una versión admirable junto al violista francés Antoine Tamestit y el clarinetista austriaco (y solista de la Filarmónica de Berlín) Wenzel Fuchs. Y elevó especialmente el extenso movimiento final, Despedida (El Maestro Raro descubre a Guillaume de Machaut), donde Kurtág equilibra los opuestos schumannianos Eusebius y Florestán a través del espíritu (y de algunas técnicas compositivas) del compositor del siglo XIV Guillaume de Machaut. Una música hipnótica y evanescente con el final marcado por el clarinetista con un golpe de bombo suave y pesante.

Entre los solistas y conjuntos escuchados estos días en Rosendal habría que destacar al joven Quatuor Agate, formado por los violinistas Adrien Jurkovic y Thomas Descamps, el violista Raphaël Pagnon y el violonchelista Simon Iachemet. Aparte de rellenar con sus integrantes muchas composiciones escuchadas estos días, el conjunto ofreció dos interpretaciones admirables del último cuarteto de Bartók, de 1939, y de su virtual continuación en el primero de Ligeti, titulado Metamorfosis nocturnas, de 1954. Conectaron ambas obras con una poderosa combinación de intensidad, refinamiento e imaginación; y el tono burlesco y grotesco del tercer movimiento de Bartók conectó con la poderosa ironía del vals del sexto de Ligeti.

La pianista rusa Zlata Chochieva ha sido otra presencia interesante en esta edición, con brillantes interpretaciones de Liszt. Pero menos convincentes han resultado otros solistas, como el violinista Florian Donderer, el violonchelista Victor Julien-Laferrière y el pianista Nikita Khnykin, que tocó los infrecuentes Cinco preludios, de la compositora húngara e impulsora del método Kodaly, Erzsébet Szőnyi.

La transición desde la tradición húngara a Bach se sazonó con una conversación entre Andsnes y el clavecinista japonés Masato Suzuki, hijo y heredero del fundador de Bach Collegium Japan. Fue una muestra de la fuerte relación emocional con Bach del pianista noruego, a pesar de lo poco que suele interpretarlo. “A diferencia de Masato, yo no crecí tocando Bach. Y lo interpreto francamente poco, y principalmente para mí. Con el piano lo siento como una transcripción, aunque su música está muy presente en mi vida”, confiesa. Precisamente, su única interpretación de Bach, en el concierto de clausura del pasado domingo fue una transcripción a cuatro manos de Kurtág del preludio coral BWV 687, que compartió con Chochieva.

Las dos grandes veladas bachianas del festival se escucharon el viernes y el sábado. El día 9, Masato Suzuki se unió al violista Antoine Tamestit, en la iglesia de Kvinnherad para tocar las tres sonatas para viola da gamba y clave, BWV 1027-29. Una interpretación admirable, a pesar de la distancia estilística que separa a ambos músicos. Si el clavecinista japonés articula con carácter sus frases y las llena de adornos históricamente informados, el violista francés se muestra menos proclive a la interpretación de época, a pesar de portar una copia moderna de un arco barroco, y se centra en su extraordinaria musicalidad junto a la exquisitez del sonido de su viola Stradivarius Gustav Mahler, de 1672. Al final, Suzuki y Tamestit organizaron una propina colaborativa donde dirigieron al público un canon de la colección BWV 1087, escrita a partir del bajo del aria de las Variaciones Goldberg.

Y el sábado se combinaron dos sesiones de la Pasión según san Juan con tres sesiones de un recital de cámara en la Sala Roja de la Mansión de la baronía del siglo XVII. Un concierto centrado en Liszt para un aforo muy reducido (de ahí la necesidad de ser repetido tres veces) donde se utilizó un histórico piano Pleyel, de 1860. Pero la pasión bachiana suponía un reto adicional, al tener que disponer de una pequeña orquesta junto al coro noruego. El resultado se ha bautizado para la ocasión como Rosendal Baroque Players. Un conjunto de 18 instrumentistas de época liderado por el violinista Peter Hanson, concertino de la Orquesta Revolucionaria y Romántica fundada por John Eliot Gardiner. Y donde se podían reconocer otros músicos vinculados al gran director británico, como el organista Andrew Arthur, junto a jóvenes incorporaciones españolas, caso de la oboísta zamorana Clara Espinosa.

El resultado de la orquesta barroca de Rosendal, que no había sido muy prometedor en los conciertos para clave de Bach tocados con Suzuki del viernes, impactó por su incisividad en el arranque de la pasión. Con ese apocalíptico remolino que abre su coro inicial, Herr, unser Herrscher (Señor, dueño nuestro) en sol menor y donde prorrumpió el coro noruego con acordes de una solidez sobrecogedora. Nunca se habían escuchado 40 músicos cantando y tocando sobre el escenario del Riddersalen y el resultado acústico fue ideal, con el apoyo del sistema Constellation de Meyer Sound, que añadió una corporeidad y reverberación perfectamente naturales. Aparte de la orquesta y el coro, el tercer protagonista fue el tenor Benedikt Kristjánsson, que cantó de memoria y con una exquisita dicción y vocalidad la parte del evangelista junto a todas las arias de tenor. Un dominio sobre esta obra que ya ha demostrado este músico islandés los últimos años, en el Festival Bach de Leipzig, donde creó durante la pandemia la Johannes-Passion à trois en que cantaba todas sus partes vocales.

La directora Grete Pedersen dirigió los conjuntos y coros, pero se retiró para que la música de cámara emergiera en las arias. Todos los solistas, a excepción de Kristjánsson, procedían del coro noruego y el nivel fue muy alto. El punto culminante lo escuchamos a la mezzosoprano Mari Askvik, en la emotiva Es ist vollbracht! (¡Se ha consumado!), que abrió con expresiva cremosidad la violagambista japonesa Reiko Ichise. Y Pedersen volvió a desplegar a sus cantantes por toda la sala para el coro final Ruhl wohl, ihr heiligen Gebeine (Descansad, restos sagrados) que escuchamos abrazados por las voces con esa relación tan directa que tiene la muerte con el sueño en la doctrina luterana. A la salida costaba creer que esta música hubiera resonado en el paradisiaco fiordo de Hardanger.

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