Josh Homme, líder de Queens of the Stone Age: la fragilidad de un tipo duro

El músico atravesó “cinco años infernales” en los que dio forma al contundente ‘In Times New Roman’, cuya gira ha quedado en suspenso por una operación de urgencia que le mantiene bajo supervisión médica

Josh Homme, retratado en Barcelona a finales del pasado junio.Albert Garcia Gallego

Es un tipo duro, en realidad, un pequeño universo de sensibilidad variable que va a todas partes con una libreta en la que escribe más poemas que canciones. “Escribo poemas, pero no me considero un poeta”, dijo mientras bebía un sorbo de su cerveza. Era la tarde del 26 de junio, el día en el que su banda, Queens of the Stone Age, cerraba su generosa gira española —cinco ciudades en apenas una semana: A Coruña, Madrid, Vitoria, Fuengirola y Barcelona—, y Josh Homme (Palm Springs, California, 51 años) se mostraba ...

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Es un tipo duro, en realidad, un pequeño universo de sensibilidad variable que va a todas partes con una libreta en la que escribe más poemas que canciones. “Escribo poemas, pero no me considero un poeta”, dijo mientras bebía un sorbo de su cerveza. Era la tarde del 26 de junio, el día en el que su banda, Queens of the Stone Age, cerraba su generosa gira española —cinco ciudades en apenas una semana: A Coruña, Madrid, Vitoria, Fuengirola y Barcelona—, y Josh Homme (Palm Springs, California, 51 años) se mostraba eufóricamente en calma. Nadie podía imaginar entonces que 15 días después, el 10 de julio, Homme sería ingresado para ser operado de urgencia, ni que, a día de hoy, continuaría bajo supervisión médica sin que se sepa más de su estado de salud que el hecho de que no puede, de momento, volver a subir a un escenario. Pues todos y cada uno de los conciertos restantes de la gira europea han ido cayendo, uno a uno, cancelados.

Aquel día, el 26 de junio, dijo estar feliz y en paz. También aseguró que la gira en la que estaba inmerso era una gira de celebración porque “los últimos cinco años han sido infernales”. “Pero hemos sobrevivido”, decía también. Homme había revelado no hacía demasiado, ese mismo junio, que el año anterior había sido intervenido quirúrgicamente para tratar un cáncer del que nada se sabe aún. Lo único que se sabe es lo que dijo: que la operación había sido un éxito y que todo iba bien. Quizá por eso, esa tarde de junio se mostraba tan eufóricamente en calma. Habló mucho de España. Dijo que España era, con diferencia, su país favorito del mundo. “Me siento como en casa, y a la vez, muy afortunado siempre que estoy aquí. Hay algo del paisaje, en el interior, que me recuerda a mi tierra. Y luego está todo lo demás. Es el paraíso”, comentó.

Josh Homme, músico y productor de rock estadounidense, retratado en Barcelona el 26 de junio de 2024.Albert Garcia

Lo decía de verdad. Querría vivir aquí. El problema es que su familia es enorme. “Vivo con mis padres, y mis tres hijos. En realidad, vivimos todos a menos de cinco minutos. También están mi hermano y su marido. Yo querría verlos a todos aquí”, explicó. Y cuando decía aquí se refería en realidad a Llafranch, o un lugar parecido, en la Costa Brava, donde hace como “15 o 17 años” pasó 10 días con la banda “y sus familias” y donde sintió que el tiempo se detenía. Hay algo soñador en la mirada del Homme que no sujeta una guitarra —en el escenario, no hay nadie más musculosamente rocker, o stone rocker, que él y su banda—, y es un algo que tiene que ver con un nuevo y esperanzador comienzo, ahora puesto en duda, tras esos cinco años infernales. Los años en los que su matrimonio estalló, y en los que han muerto Mark Lanegan (buen amigo y exmiembro de Queens of the Stone Age) y Taylor Hawkins, el batería de Foo Fighters, también amigo.

Homme, gafas de sol, camisa blanca, pelo ligeramente engominado, agradable perfume y calma, sobre todo, calma, prefirió no hablar de sus altercados: los tres años de trabajos forzados por una bronca con Blag Dahlia, un amigo de Nick Oliveri, un ex de la banda, en un bar. Habló de In New Times Roman, su último álbum —el octavo del grupo, el cierre de la trilogía que dio comienzo con Like Clockwork (en 2013)—, sobre el que afirmó que, como todo buen disco, “debe recoger lo que has sentido en el momento en el que lo estabas componiendo; al final, eso son los discos, un momento, unos años de tu vida”. Que sí, que es una vuelta a las raíces de ese rock potentísimo, imperturbable, purísimo y, a día de hoy, proscrito, o imposible, pero también es todo lo que ha conseguido descifrar, hasta ahora, de sí mismo. “Veo la música como un camino. El arte en sí es un camino. Lo único que hacemos es recorrerlo”, explicó.

Actuación de Queens of the Stone Age en el festival Mad Cool de 2023, en Madrid. INMA FLORES

Citó a Winston Churchill cuando afirmó que “si atraviesas el infierno, no te detengas, sigue caminando”, y a Oscar Wilde, del que dijo que fue “una pequeña loca gruñona”, cuando añadió: “Sé tú mismo, los demás están pillados”. Y aun apuntó que el creador se pasa la vida intentando arreglar algo que está roto dentro, pero sabe que jamás va a arreglar nada. “La grabación fue dura, tan dura como es el disco. Se nota que estábamos luchando por algo, pero siempre lo estamos, en realidad. Yo me siento siempre así. La música es mi terapeuta, ha sido mi guía todos estos años. Cuando busco una respuesta, siempre me la da. O me da algo parecido a una respuesta. Tengo un montón de altibajos en mi vida. Pero la música está siempre ahí. Como una especie de padre”, confiesa. ¿Hay algún altibajo ahora mismo? No, insistió. “Ahora mismo estoy en paz”, repitió. Y pidió otra cerveza. “Opino, como Nietzsche, que la vida sin música sería un error”.

Dijo leer a Cormac McCarthy y a William Blake, y aseguró que siempre supo que llegarían hasta aquí y que se quedarían “solos”. Se refería a la escena rock. A la propia idea del rock, en plena extinción: “Todavía sigo considerando que todo lo que me ha pasado es surrealista. Me levanto cada día pensando que nada de esto es posible. Se han agotado las entradas en todos los conciertos. ¿No es un milagro? A veces no entiendo en qué consiste hoy el mundo. La sensación es la de que todos somos algún tipo de proyecto de algo. Un work in progress. Que debemos mejorar, acabar con el caos. Pero el caos importa. Somos los que somos. No vamos a cambiar”. Y añadió: “¿Sabes? En realidad, antes me sentía más solo, cuando estábamos rodeados de otras bandas de rock. Ahora no. Sabía que podíamos sobrevivirlos a todos. Y que íbamos a hacerlo. No hay nada de malo en lo salvaje”.

La nueva masculinidad

Como tipo duro, o aparente tipo duro, ¿qué tal se lleva con el asunto de la nueva masculinidad? ¿Cree que tiene algo que ver con ese desplazamiento del rock de la escena principal? “No lo sé, lo único que sé es que es importante ser un hombre. Pero no en el sentido en el que se piensa que un hombre debe ser, sino en el que tú crees que debes serlo. Yo creo que el hombre sobre todo debe ser bueno escuchando. Alguien que sobre todo escucha. Un gran oyente. Y luego alguien capaz de ponerse en riesgo por los demás. Creo en un sentido del rol masculino, pero también en alguien que puede ejercerlo porque conoce y está en paz con su parte femenina. Sé que hay quien no lo compartirá, pero también sé que uno puede perderse cuando no está dispuesto a conocerse, y cuando no tiene un papel”, contestó. Eso sí, jamás pensó que sería tan duro. No ser hombre, sino el asunto de la música.

Josh Homme, músico y productor de rock estadounidense, líder de Queens of the Stone Age.Albert Garcia

“Mi padre solía decir que cuando tu trabajo se complica con la edad, es que has elegido un mal trabajo, o que no lo estás haciendo bien. Y el mío se está complicando, así que a lo mejor es que no elegí bien. Antes, la industria de la música era un campo de flores. Era tan sencillo grabar un disco como salir a recoger un ramo. Ahora, el campo está vacío. No hay forma de dar con nada que pueda formar un ramo. Todo es cada vez más complicado”, contó. Llevaba un par de días en Barcelona y no había hecho otra cosa que caminar. Caminatas de cinco horas, por completo anónimas —”ayer alguien salió a regar las plantas al balcón y me regó sin querer, ¡y fue maravilloso!”, contaba, divertido—, que esperaba poder repetir pronto. “Mi español es pésimo —ha aprendido a decir ‘de puta madre’ y no solo eso, se defiende—, pero estoy seguro de que el de mis hijos será mejor”, auguró.

El tipo que creció en Palm Springs, pero no en el Palm Springs de casas con piscina, sino uno en el que los padres trabajaban en los servicios de habitaciones de algún motel —al menos, el suyo, durante un tiempo—, y que dejó el instituto a los 16, y se enamoró de los discos de Led Zeppelin y Black Sabbath y Pink Floyd, y supo que no habría otro camino para él que el de estar sobre un escenario, rompe con la idea de que una banda es un choque de egos constante, hiriente, fatal. Aseguró que, pese a todo —pese al aciago final con Oliveri, y la mutación constante de Queens of the Stone Age—, “somos como una familia”, y una forzosamente unida. Que, de hecho, “he aprendido a relacionarme con mi propia familia gracias a la banda”. “Al final, me metí en esto para conectar con el mundo, y aquí sigo”, concluyó. Y pidió una última cerveza, porque, “bueno, he podido con dos, ¿por qué no iba a poder con una tercera?”.

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