Amin Maalouf, escritor y secretario de la Academia Francesa: “Europa ha perdido el norte y debe reimaginarse”

El narrador francolibanés propone que las grandes potencias busquen juntas un nuevo orden mundial para salvar a la humanidad

El escritor Amin Maalouf, en la sede de Casa Árabe en Madrid, el 2 de junio de 2024.Santi Burgos

La humanidad está descarriada: las guerras no cesan, la tecnología avanza a un ritmo ingobernable y el modelo occidental está agonizando. Esta es la tesis de El laberinto de los extraviados (Alianza Editorial, traducción de María Teresa Gallego y Amaya García), el nuevo libro del escritor Amin Maalouf, ganador del ...

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La humanidad está descarriada: las guerras no cesan, la tecnología avanza a un ritmo ingobernable y el modelo occidental está agonizando. Esta es la tesis de El laberinto de los extraviados (Alianza Editorial, traducción de María Teresa Gallego y Amaya García), el nuevo libro del escritor Amin Maalouf, ganador del Premio Princesa de Asturias de Letras en 2010. En el volumen, el autor hace un diagnóstico de un orden mundial moribundo —consolidado tras el final de la Guerra Fría— haciendo un repaso por los momentos clave de cuatro países que han moldeado la historia hasta llegar al sistema en el que estamos hoy: China, Japón, Rusia y, por supuesto, Estados Unidos.

“Me entristece la versión del mundo en el que estamos”, lamenta Maalouf en una entrevista realizada este domingo en la sede de Casa Árabe de Madrid. Su obra de no ficción la atraviesa una perspectiva sombría, como en los ensayos El desajuste del mundo o El naufragio de las civilizaciones (ambos publicados por Alianza), en los que ya auguraba que la humanidad estaba al borde del abismo. Esta postura se vio reforzada cuando a los pocos días de ser nombrado secretario perpetuo de la Academia francesa —uno de los mayores hitos para un escritor francófono— una nueva guerra estallaba en Oriente Próximo, con Líbano, su país de origen, bajo la amenaza permanente de verse envuelto a gran escala en el conflicto en Gaza.

Pregunta. Cuando ganó el premio Goncourt hace 30 años por La Roca de Tanios, lo dedicó a la paz en Oriente Próximo. Hoy estamos ante uno de los escenarios más violentos en la región. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Respuesta. Yo ya tengo 75 años y desde que abrí los ojos por primera vez el conflicto ya estaba ahí. Varias veces esperamos que se fuera a terminar, pero no ha sido así y es una decepción tras otra. La gente sigue muriendo y es una gran tristeza. Una vez más se ha desatado el conflicto y ya se nos habla de posibles soluciones, pero no hay esa sensación de que avancemos hacia la paz.

P. Un conflicto que ha impactado gravemente a Líbano, su país de origen. ¿Cómo lo vive desde la distancia?

R. Líbano es una de las grandes víctimas de este conflicto. Antes, tenía un potencial enorme y se decía que era la Suiza de Oriente. Yo esperaba que se fuera a convertir en un faro para toda la región, pero he sido testigo de la desintegración del país, de su parálisis. Es una tragedia y creo que le costará mucho volver a florecer.

P. En su libro, usa el símil del laberinto para ilustrar que la humanidad está perdida. ¿Cómo nos hemos metido en él?

R. El mundo conoció un breve periodo al final de la Guerra Fría en el que se pudo construir un sistema mejor, incluyendo a todos los países perdedores, como Rusia. Por desgracia, EE UU, como superpotencia, no cumplió bien con su papel de constructor de un nuevo orden mundial. No quiero echarles toda la culpa [a los estadounidenses], pero sí creo que eran quienes tenían más herramientas a su alcance. No tuvieron la generosidad de apostar por [Mijaíl] Gorbachov, que quería una democracia en Rusia. Se habrían evitado muchos de los conflictos actuales.

P. ¿Y dónde deja Europa?

R. Europa debería desempeñar un papel más importante como actor internacional, pero está igual de extraviada que los demás. Desde la caída del Muro de Berlín, Europa ha perdido el norte y necesita reimaginarse, pues desconoce su razón de ser. No sabe bien si afianzar su relación con EE UU o mantenerla con Rusia. Lo que está claro es que tanto Europa como EE UU deben entender que ningún país quiere sustituir a Occidente. Ni siquiera China, que no nos llevaría a ninguna parte porque no propone un modelo alternativo. Sin embargo, sí debe ocupar el lugar que le corresponde en un nuevo sistema de Naciones Unidas mejorado para enfrentar los desafíos del futuro.

El escritor Amin Maalouf, retratado en la sede de Casa Árabe de Madrid, el 2 de junio de 2024.Santi Burgos

P. ¿Cómo cuáles?

R. Pienso, por supuesto, en el desafío climático, pero también en las nuevas tecnologías como la inteligencia artificial o la manipulación genética. En todas las tecnologías se pueden producir errores y si no hay una verdadera concertación entre los países no se podrán evitar las derivas peligrosas. También asistimos a una carrera armamentística muy virulenta. Y si no hay alguien con la suficiente sabiduría que diga: “Cuidado, se nos puede ir la mano”, cualquier cosa puede suceder.

P. Muchas de esas voces surgen ahora de este nuevo actor que conocemos como sur global. ¿Cuál sería su rol en este nuevo orden que plantea?

R. Es un factor importante, pero no es homogéneo. Hay una gran diversidad de países con políticas distintas que no quieren alinearse del todo a Occidente, pero que tampoco quieren alinearse a sus adversarios (China, Rusia…). Pienso ante todo en la India, que se está desarrollando rapidísimamente y es una potencia económica de primer orden. Ya no se le puede seguir ninguneando y creo que pasa lo mismo con Brasil o con Sudáfrica. No podemos tener un mundo en el que un solo país decida en nombre de todos, sobre todo cuando sus decisiones no siempre son muy sabias.

Una de las grandes paradojas de la actualidad es que la proximidad provoca en la gente un temor a verse absorbidos o asimilados por otros

P. Al plantear la idea del laberinto, debe creer que hay una salida. ¿Cómo se la imagina?

R. Puede y debe haberla. La humanidad encontrará la salida del laberinto si las potencias tienen el valor moral de reunirse y reflexionar con serenidad, para buscar una nueva manera de gobernar y un nuevo orden mundial. Si el consenso no lo logran los políticos, lo debe hacer la sociedad. Por primera vez tenemos los medios para resolver la mayoría de los problemas: acabar con el subdesarrollo, con la pobreza, con las epidemias.

P. Es muy optimista decir eso cuando el auge de la ultraderecha en la política no ha hecho más que generar profundas divisiones en la sociedad.

R. El verdadero problema es la cuestión identitaria, que se ha vuelto central. Si las sociedades no la saben atender correctamente, será un peligro para la democracia y por eso el populismo la instrumentaliza. Pero sigo creyendo que hay que imaginarnos al mundo unido. Una de las grandes paradojas de la actualidad es que la proximidad provoca en la gente un temor a verse absorbidos o asimilados por otros. Hay más universalidad, pero menos universalismo.

Amin Maalouf, en una conferencia de prensa tras ser elegido secretario perpetuo de la Academia francesa, el 28 de septiembre de 2023.YOAN VALAT (EFE)

P. La cuestión identitaria pasa también por el lenguaje. ¿Cuál debe ser el rol de las instituciones como la Academia francesa en este nuevo orden?

R. Una de las principales funciones de la Academia en la actualidad, y es algo que ha cambiado desde su creación hace 380 años, es permitir que la gente acceda a todo lo que ofrece la modernidad a través de su propia lengua. Encontrar palabras en nuestro propio idioma para expresar todo aquello que necesitamos del mundo contemporáneo es una cuestión fundamental de nuestro trabajo.

P. El lenguaje inclusivo es uno de los principales reclamos de los que piden una lengua más moderna. Sin embargo, su antecesora en la Academia era totalmente contraria a su uso. ¿Cuál es su postura?

R. Las lenguas siempre han reflejado la realidad de la sociedad. En Francia se proclamaron los derechos del hombre en 1789, aunque se decía que también incluían los derechos de las mujeres. Pero, por ejemplo, ellas no pudieron votar sino hasta 1945. Unas muestras recientes de la inclusión tan reclamada en el lenguaje son los discursos de Charles de Gaulle, que hablaba de “francesas y franceses”. Estamos acostumbrados a que el género masculino sea el género neutro, pero no es casualidad que sea así: es un reflejo de la sociedad en la que vivimos. Es fácil decir que en el francés no existe el género neutro, como en el inglés, pero a veces llega a convertirse en un absurdo. Creo entonces que las reclamaciones surgen de preocupaciones reales que se deben solucionar con el tiempo y que no puede resolver un solo decreto de la Academia.

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