El último cuadro de Caravaggio puede no ser el último
La National Gallery de Londres expone ‘El martirio de Santa Úrsula’ como el lienzo final del genio italiano, pero varios expertos lo ponen en duda
Es la epifanía del arte antiguo. “El último caravaggio”. O el “descubrimiento del caravaggio perdido”. Todo lo que tiene que ver con el genio lombardo es asegurarse colas en un museo de maestros antiguos. La National Gallery de Londres exhibe hasta el 21 de julio El martirio de Santa Úrsula (no era su título original, sino Santa Úrsula abatida por el Tirano) y trae a la memoria —como se recoge ...
Es la epifanía del arte antiguo. “El último caravaggio”. O el “descubrimiento del caravaggio perdido”. Todo lo que tiene que ver con el genio lombardo es asegurarse colas en un museo de maestros antiguos. La National Gallery de Londres exhibe hasta el 21 de julio El martirio de Santa Úrsula (no era su título original, sino Santa Úrsula abatida por el Tirano) y trae a la memoria —como se recoge en los relatos de la vida de santos y mártires en la Leyenda dorada— la historia de las 11.000 vírgenes que fueron conducidas por una casta doncella en una suicida peregrinación a lo largo de Alemania.
“Cuando llegaron a Colonia, los hunos se echaron encima de ellas, sobre aquel rebaño de ovejas, como lobos carniceros”, cuenta la antología reunida por Santiago de la Vorágine en el siglo XIII. En plena matanza, el General de los hunos se fijó en la belleza de santa Úrsula. Si accedía a ser su esposa, le salvaría la vida. Se negó y la ensartó con una flecha en el estómago que la mártir advierte sobre su cuerpo con la calma de lo inevitable. Otras tres figuras miran la atrocidad en el cuadro. La sirvienta de la santa intenta con la mano detener la flecha (apareció tras una restauración), un soldado se apresta a recogerla por si se desmaya, y entre medias surge el rostro de un joven, que contempla el horror: el autorretrato del genio. La boca abierta, quizá sintiendo su propio dolor y una premonición de la muerte futura, en una playa infectada de mosquitos. Este es el momento que recoge Caravaggio en el lienzo que se expone en Londres, prestado por el Banco Intesa Sanpaolo. El marketing artístico cuenta que es su última obra, pero surgen dudas.
Según los documentos, el cuadro se terminó el 11 de mayo de 1610, dos meses antes de la muerte del pintor. “Después es posible que pintara otras obras, como La negación de San Pedro [hoy en la colección del Metropolitan de Nueva York]”, apunta Giuseppe Porzio, uno de los principales expertos del mundo en el lombardo. Este lienzo, según cuenta la historiadora del arte Rossella Vodret en sus obras completas, “fue exportado ilegalmente” en 1964 a Suiza, y de ahí, tras su paso por la galería Shickman, llegó al museo neoyorquino.
La historia de La negación de San Pedro la relata el Nuevo Testamento. Cuenta, como profetizó Jesús en el huerto de Getsemaní cuando fue aprehendido, cómo su discípulo Pedro le negaría tres veces antes de que el gallo cantara dos. El pintor reduce la escena a un interior. Solo tres personajes. A la izquierda, con la cara en sombra, uno de los esbirros de Caifás (sumo sacerdote). Su rostro, entre sombras, y sus manos (mal resueltas) solo se intuyen. El paño de la manga es de un rojo indeterminado. “A su lado, una muchacha”, escribe el biógrafo Andrew Graham-Dixon, “representa a las dos siervas que habían interrogado a Pedro”. Tiene la mirada fija en el soldado, las encarnaciones de la cara, al igual que manchas de una enfermedad (o de una lumbre mal representada), y su mano, tosca, dirigiéndose al apóstol, apenas está esbozada. Pedro se señala a sí mismo, llora, y reconoce que ha fallado a Jesús. Pero el maestro evita pintar los detalles. Las partes difíciles las esconde en sombras, guantes o diagonales de los personajes. Algo no va bien. Seguramente sus heridas están abiertas, la vista falla y tiemblan las manos. Desaparece su precisión física y su don para colocar la luz.
Hacía solo siete meses que Caravaggio había sido asaltado en la Osteria del Cerriglio, un tugurio muy famoso (incluso Cervantes lo cita) que mezclaba bebida (en la primera planta) y prostitución (en la segunda) de ambos sexos, en Nápoles. El genio había herido a un caballero de Justicia de Malta en su estancia en la isla, y estos hombres de “honor” no eran dados a perdonar ni olvidar afrentas.
Caravaggio sobrevivió a una paliza y fue “castigado” con una vendetta llamada sfregio, que consistía en acuchillarle la cara con una navaja. Una marca de por vida. En aquel tiempo, los barberos eran cirujanos y cosían, literalmente, esas heridas. Sorprende en Santa Úrsula, en su autorretrato, verle contemplar la escena sin marcas en la cara, rasurada la barba, horrorizado frente a la ejecución (¿su propio espanto si no conseguía la gracia del Papa por haber asesinado en Roma en 1606 al proxeneta Ranuccio Tomassoni?) e incluso aparentando menos de sus 39 años. ¿Era el aspecto de alguien a 60 días de morir? Imposible que estuviera curado. Desde octubre de 1609 a mayo de 1610 nada se sabe. Lo más probable es que se escondiera en el Palazzo Colonna en Chiaia pugnando, con la medicina del siglo XVII, por su vida.
El Santa Úrsula corresponde, de esto no existen dudas, a la segunda estancia del artista (1609-1610) en Nápoles y fue un encargo del príncipe Doria, príncipe de Angri y duque de Éboli. “Pero no existen indicios de que fuera el último cuadro que pintó”, avisa Nicola Spinosa, experto caravaggista napolitano. Durante muchos años hubo dudas de atribución de la obra. Desde un joven Mattia Preti (1613-1699), pasando por el irregular pintor de Mesina Alonzo Rodríguez (1578-1648), a Bartolomeo Manfredi (1582-1622). Tras el hallazgo de la documentación de su encargo y la inscripción en la trasera de las iniciales M. A. D. (Marco Antonio Doria), fue la centenaria experta Mina Gregori quien lo relacionó correctamente (a partir de 1975) con Caravaggio. El lienzo —en un estado hoy de conservación mejorable— tuvo una historia singular. Lanfranco Masa, enviado y procurador de la familia Doria, lo puso al sol para que secara antes. El calor ablandó la pintura “porque Caravaggio pintaba capas muy gruesas”, se excusó Masa, y el lombardo tardó dos semanas en restaurar su propia tela. El 27 de mayo llegaría a Génova.
Recuperemos el misterio. Dos grandes del mundo caravaggista dejan la puerta abierta a que la Santa Úrsula no sea el último cuadro del genio. La biógrafa Helen Langdon considera que esa tela final fue un San Juan Bautista (1610) pintado para el cardenal Scipione Borghese, que había intercedido para conseguirle la gracia. Su perdón estaba asegurado. Caravaggio viajó con la tela en una falúa con destino a Roma y, además, llevaba un salvoconducto del duque de Mantua, Ferdinando Gonzaga. Nada podía fallar. Pero todo falló. Encerrado en la guarnición española, por error, de Porto Ercole, en la travesía hacia su destino nunca llegó a puerto, quizá por la malaria, septicemia, un infarto o por las heridas sin curar. Sucumbió en esas playas, a solo 80 kilómetros de Roma. ¿Quién puede imaginar la desolación, la angustia y el horror de Caravaggio cuando podía casi tocar la salvación de su existencia? Así fue el final del genio del claroscuro.