Una celebración “del inmigrante, el extranjero, el ‘queer’ y el indígena”: todos los excluidos toman el poder en la Bienal de Venecia

La gran cita del arte contemporáneo celebra las identidades marginales con una rompedora edición en la que los nombres del sur global, muchos de ellos desconocidos, son mayoría

El director artístico de la 60ª edición de la Bienal de Venecia, Adriano Pedrosa, delante del pabellón central de la muestra, intervenido por el colectivo amazónico MAKHU.Jacopo Salvi

Los excluidos han tomado el poder en la Bienal de Venecia. La principal cita mundial del arte contemporáneo abrirá este sábado las puertas de su 60ª edición en la ciudad italiana con una celebración “del inmigrante, el extranjero, el queer y el indígena”, en palabras de su director artístico, el brasileño Adriano Pedrosa. El comisario ha ideado un recorrido orientado por el nuevo ideal de ...

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Los excluidos han tomado el poder en la Bienal de Venecia. La principal cita mundial del arte contemporáneo abrirá este sábado las puertas de su 60ª edición en la ciudad italiana con una celebración “del inmigrante, el extranjero, el queer y el indígena”, en palabras de su director artístico, el brasileño Adriano Pedrosa. El comisario ha ideado un recorrido orientado por el nuevo ideal de descolonización imperiosa de la cultura. La gran mayoría de los artistas seleccionados —200 históricos y 100 contemporáneos— pertenecen al sur global. Casi ninguno había pisado anteriormente esta cita y muchos de ellos son auténticos desconocidos. La edición orquestada por Pedrosa es una invitación a observar todo lo que esta bienal se ha esforzado en ignorar durante sus 130 años de historia. Y, por extensión, todo el mundo del arte, y toda la sociedad.

Pedrosa, director del Museo de Arte de São Paulo (MASP), es el primer latinoamericano que asume este cargo, uno de los más codiciados en el sector cultural. También es el primer comisario abiertamente queer que encabeza esta bienal. Y el primero que se ha desplazado a países como Kenia, Zimbabue, Angola, Indonesia, Guatemala o Paraguay para realizar la criba de artistas, admirable por su amplitud geográfica. “Sentí que tenía una misión”, afirmaba el lunes mientras daba los últimos retoques a la exposición.

En realidad, el arte no occidental y el realizado por colectivos artísticos no son una novedad absoluta: ya han estado presentes en otras citas recientes, como la Documenta de 2022 y la Bienal de São Paulo de 2023, que contó con un 80% de artistas no blancos. Pero su protagonismo en una bienal tan canónica y eurocéntrica como Venecia supone una especie de consagración. “Es natural que sean temas cada vez más dominantes, porque son los que marcan el momento actual. Yo he querido hacer una propuesta muy política, pero también muy poética”, responde Pedrosa.

Una instalación de vídeo de la artista surafricana Gabrielle Goliath, en el pabellón central de la Bienal de Venecia.Jacopo Salvi

En el pabellón central de los Giardini, el blanco nuclear del edificio neoclásico ha quedado reemplazado por motivos coloristas que representan la fauna y la flora amazónica, obra del colectivo MAHKU, que reúne a artistas de cultura huni kuin, en la frontera entre Brasil y Perú. El título escogido para esta edición, Foreigners Everywhere (o “extranjeros en todas partes”), denuncia el desarraigo de las identidades subalternas, pero también elogia la creatividad que emana de su posición marginal. La muestra principal de la bienal, que tiende a consolidar una gran tendencia en el sector, propone una genealogía alternativa del arte de los últimos dos siglos (en especial, el XX), a través de un vaivén permanente entre tiempos históricos que elude las figuras tutelares de la modernidad europea. El sur ocupa, por una vez, el lugar del norte.

El itinerario se abre con un homenaje a los exiliados de todo el mundo, obra de la egipcia Nil Yalter, que en esta edición recibe el León de Oro, junto a la brasileña Anna Maria Maiolino, en reconocimiento a sus largas trayectorias. En la siguiente sala, cuelgan varias decenas de obras abstractas realizadas fuera de Europa, de las geometrías asimétricas de la turca Fahrelnissa Zeid a los sensuales volúmenes de la cubana Zilia Sánchez. Son híbridos de las enseñanzas europeas y las tradiciones locales, una actitud artística que Pedrosa compara, sin ironía alguna, con “el canibalismo”.

Algo más allá, un pasillo encadena los retratos queer de Louis Fratino con las fotos de cines porno para gais de Dean Sameshima y una serie de Miguel Ángel Rojas sobre el crusing en una vieja sala del Bogotá de los setenta. Después llega el arte naíf de dos guatemaltecos, Andrés y Rosa Elena Curruchich (abuelo y nieta), que documentaron la vida diaria en su comunidad. Igual que Sénèque y Philomène Obin en Haití, autores de delicadas viñetas sobre sus ritos cotidianos, o como los cuadros de pintores yanomami que han llegado desde el Amazonas.

Una instalación del colectivo maorí Mataaho, en el Arsenal de la ciudad italiana.Marco Zorzanelli

En el Arsenale de la ciudad italiana, monumental complejo histórico de astilleros y armerías, el colectivo maorí Matahoo abre el recorrido haciendo un guiño inconsciente a los juegos ópticos de la brasileña Lygia Pape. La marroquí Bouchra Khalili insta a varios migrantes a pintar en un mapa los recorridos que los llevaron a exiliarse. Iván Argote presenta “una ficción decolonial” en la que se traslada en un camión un monumento de Colón por las calles de Madrid y observa la reacción alucinada de los paseantes. Y la mexicana Bárbara Sánchez Kane presenta varios maniquís de militares que esconden lencería fina bajo el uniforme.

El relato de esta bienal, tal vez más partidaria de catalogar que de interpretar, dibuja un mundo de alianzas invisibles entre individuos y grupos sometidos de distinta índole, que solo comparten su condición transversal de excluidos. Solo a veces la comparación se vuelve ininteligible, como al equiparar el art brut de Aloïse, que inspiró a Breton y Dubuffet, con los tapices actuales de Liz Collins, “fantasías de una utopía queer”. O al enfrentar los retratos anodinos de Giulia Andreani con un delicado mural sobre textil de Madge Gill, autodidacta que pintó bajo los efectos de la hipnosis durante la primera mitad del siglo XX.

Adriano Pedrosa, comisario de la bienal: “Soy consciente de que no es una exposición sobre paisajismo, sino sobre un tema político. No me da miedo la polémica; sería natural que la haya”

En una sala del mismo recinto, Pedrosa ha expuesto decenas de obras de artistas italianos que emigraron al resto del mundo sobre los míticos caballetes de hormigón y cristal que diseñó Lina Bo Bardi, la arquitecta romana que se exilió en Brasil tras la II Guerra Mundial. Cabe ver en este gesto un comentario político sobre la Italia de Giorgia Meloni, a quien Pedrosa parece recordar que sus compatriotas también fueron tratados como apestados en otros lugares y momentos. “Es una provocación”, admite el comisario. “Soy consciente de no haber hecho una exposición sobre paisajismo, de haber escogido un tema político. No me da miedo la polémica; sería natural que la haya. Forma parte del proceso si tienes interés en tratar temas propios de la contemporaneidad”.

La sala dedicada a la abstracción en el sur global, con bambús colgantes de Ione Saldanha en el centro.Jacopo Salvi

El contexto geopolítico se ha entrometido en la bienal, como es costumbre en Venecia. Tras la suspensión de la muestra de la israelí Ruth Patir (por su propia voluntad), la artista que representa al país en Venecia, un centenar de profesionales se manifestaron el miércoles delante del pabellón de Israel y el de EE UU, casualmente vecinos. El primero, rebautizado por quienes protestaban como “el pabellón del genocidio”. Horas antes, el nuevo presidente de la bienal, Pietrangelo Buttafuoco, se había referido a la no inauguración. “Por citar a Magritte, esto no es un pabellón. Es un hecho artístico, es el genio del arte que sabe encontrar una respuesta”, expresó el periodista y escritor, cercano a las tesis de Meloni y Salvini y que militó, de joven, en la ultraderecha.

Si la bienal ha mantenido una criticada equidistancia, en las distintas exposiciones de su recinto abundan los guiños solidarios a Palestina. Una gran obra mural de la mexicana Frieda Toranzo Jaeger incluye varias sandías, símbolo de la resistencia propalestina. En los llamados Archivos de la desobediencia, una serie de vídeos sobre arte y acción política, la peruana Daniela Ortiz también se refiere al Estado sin pleno reconocimiento internacional. También lo hace Sandra Gamarra en el pabellón de España, con una cita de Paul B. Preciado que compara Palestina con el cuerpo trans, “una colonia cuya extensión y forma se perpetúan únicamente a través de la violencia”.

La política se encuentra hasta en el pabellón del Vaticano, que se ha instalado en una cárcel de mujeres de la isla de la Giudecca; son las propias reas las que guían al visitante por la muestra. A finales de abril, recibirán la visita del papa Francisco. También en eso será una edición novedosa: será la primera vez en toda su historia que la bienal acoge a la más alta autoridad de la Iglesia católica. No deja de ser, salvando las distancias, un extranjero más.

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