Los dictados son una fiesta en Francia
Cerca de 3.000 personas participaron este viernes en un ejercicio de ortografía y gramática a los pies de la Torre Eiffel. Otros eventos de este tipo se organizan en todo el país.
Lo llaman Monsieur Dictée. Desde hace más de diez años, Rachid Santaki organiza dictados a lo largo y ancho del territorio. Lo hace en plazas y estaciones de tren. En salas de deporte, bibliotecas o estadios de fútbol. Incluso en cines y cárceles. Al de este viernes, organizado frente a la torre Eiffel de París, se inscribieron cerca de 3.000 personas. Un evento que ilustra la particular relación de los franceses con este ejercicio y busca darle un aspecto lúdico, ...
Lo llaman Monsieur Dictée. Desde hace más de diez años, Rachid Santaki organiza dictados a lo largo y ancho del territorio. Lo hace en plazas y estaciones de tren. En salas de deporte, bibliotecas o estadios de fútbol. Incluso en cines y cárceles. Al de este viernes, organizado frente a la torre Eiffel de París, se inscribieron cerca de 3.000 personas. Un evento que ilustra la particular relación de los franceses con este ejercicio y busca darle un aspecto lúdico, con la intención de mejorar el conocimiento de la lengua.
Santaki, un escritor de 50 años, no es el único en organizar estos actos. También lo hacen personas menos conocidas, con el objetivo de mejorar el acceso a la lectura y la escritura. Como en España, los dictados han inspirado miedo a generaciones enteras de franceses, por ser una manera de evaluar la ortografía y la gramática de cada uno. Pero los que se organizan en lugares públicos, como este de la torre Eiffel, no se califican. La idea es pasar un buen momento, reflexionar alrededor del idioma y aprender de sus errores.
Solenn Durand, de 19 años, decidió participar en el evento junto a su madre. “Es una competición entre nosotras. Mi madre siempre nos obligó a hacer esfuerzos con la ortografía”, cuenta entre risas. Ambas destacan el aspecto lúdico y opinan que es una manera de mejorar la ortografía, que al contrario de la española, en francés no es fonética. Antes de sentarse en un pupitre de plástico, reciben una hoja en blanco y dos bolígrafos. El de azul es para escribir. El de verde, para corregir.
En esta ocasión, el dictado es organizado en el marco del festival del libro de París y los textos son leídos por tres autores contemporáneos al aire libre. El primero es el más fácil. El último, el más difícil. Santaki pide silenciar los teléfonos móviles y da las instrucciones. Los extractos se leerán tres veces: primero para escuchar, después para escribir y finalmente, para corregir. Tras una primera lectura, los participantes agarran su bolígrafo y se concentran.
“Ella llegó tarde, punto”, lanza uno de las autores por micrófono. “Ella llegó tarde, punto”, repite despacio. A medida que va avanzando la lectura estallan algunas risas: el texto contiene ciertas trampas. La corrección se hace en una gran pantalla frase por frase, acompañada de explicaciones. Santaki recuerda ciertas reglas. E interactúa con los participantes preguntándoles qué errores cometieron.
“Generalmente hay gente que los ama y gente que los teme. Pero les interesa a todos. Basta con darle la vuelta al ejercicio para unir” a las personas, explica Santaki a este diario. “Hago que se caiga el marcador social, que se caiga la tensión que puede provocar la idea de participar en un dictado”, añade por teléfono. El dominio de la ortografía, opina, conduce al dominio de las palabras, que luego abre el acceso a la cultura, a la integración profesional y al vínculo social. Un dictado puede cambiarlo todo, tituló uno de sus libros.
Dictados en programas de radio y televisión
Lionel Maurouard, de 66 años, es un participante asiduo. Llegó al evento en tren tras dos horas de trayecto. Suele asistir a muchos de los que se organizan en otras partes de Francia y se unió también al del año pasado en los Campos Elíseos, que congregó a más de 1.500 personas a la vez. “Es un ejercicio muy francés”, asegura, haciendo referencia a los dictados que solían difundirse en la radio y en la televisión. A finales de los años ochenta, el periodista Bernard Pivot, que dirigía el programa televisivo Apostrophes, de literatura, se hizo famoso por sus dictados, que generaban una gran audiencia.
El programa ha desaparecido, pero sigue presente en la memoria de muchas generaciones. “El dictado es parte del patrimonio francés”, insiste Santaki, citando el ejemplo de un famoso texto de Prosper Mérimée, autor de la novela Carmen, publicada en 1847. No se sabe exactamente si es un mito o una realidad, pero el dictado que se le atribuye desafió supuestamente a soberanos como Napoleón III, recoge la Biblioteca Nacional de Francia.
El ejercicio del dictado es uno de los pilares de la educación francesa. Julien Soulié, miembro del Proyecto Voltaire —una herramienta que ofrece formaciones en ortografía y expresión oral— explica que este ejercicio tiene su origen a finales del siglo XIX, durante la III República. En esa época, el dictado empezó a ocupar un papel central en la enseñanza. “Durante un siglo fue como el ejercicio fetiche de los profesores para evaluar la ortografía”, señala este exprofesor, que enseñó letras clásicas en colegios durante 17 años. “Sin embargo, eso ha cambiado. Hubo un momento en que empezó a tener mala prensa entre los inspectores” de la educación, que lo veían como un ejercicio que no era lo suficientemente pedagógico, asegura.
Las autoridades, sin embargo, aún le conceden cierta importancia. En 2015, la entonces ministra de Educación, Najat Vallaud-Belkacem, dijo que quería instaurar un dictado diario en la escuela. También lo hizo Jean-Michel Blanquer, ministro en 2018 y Pap Ndiaye en 2023. Pero los dictados, en Francia, ya han salido de las aulas. Y de vez en cuando, invaden lugares públicos. Como los que organiza Santaki.