Dos Venezuelas en el cine: la pobre que abrazó el chavismo y la nueva diáspora que lo critica
La proyección en España de la película ‘Simón’, que aborda de manera inédita las protestas de 2017, coincide con una retrospectiva de filmes protagonizados por las bases sociales que auparon la revolución bolivariana
Por un lado están las imágenes antiguas, un cine analógico, granulado, por el que desfilan trabajadores de una salinera, esclavos de su condición de obreros; o pobres que intentan escapar de las “villas miseria” o favelas de Caracas, sectores en los que el chavismo encontró su mayor apoyo. Son estas las películas que conforman el ciclo de cine histórico que se celebra hasta el 6 de marzo en la Casa d...
Por un lado están las imágenes antiguas, un cine analógico, granulado, por el que desfilan trabajadores de una salinera, esclavos de su condición de obreros; o pobres que intentan escapar de las “villas miseria” o favelas de Caracas, sectores en los que el chavismo encontró su mayor apoyo. Son estas las películas que conforman el ciclo de cine histórico que se celebra hasta el 6 de marzo en la Casa de América de Madrid, organizado por la Embajada de Venezuela en España. En el otro extremo está el cine de hoy, con imágenes limpias rodadas con cámaras digitales de películas protagonizadas por líderes de revueltas que señalan al Gobierno como responsable de la hiperinflación, la emigración masiva y la criminalidad galopante. Es el caso de Simón, una de las numerosas producciones de creadores venezolanos realizadas en el exterior en los últimos cinco años y que reflejan la actual crisis política y social del país sudamericano, disponible en salas y en Netflix a partir del 1 de marzo. Un antes y después en la cinematografía venezolana refleja en la gran pantalla los cambios vividos en Venezuela.
Simón ha sido vista por 120.000 personas en su país natal, arrasó en el Festival del Cine Venezolano con seis premios, incluido el de mejor película, y devolvió a Venezuela a los Goya siete años después con su nominación a mejor película iberoamericana (perdió frente a la chilena La memoria infinita). Por primera vez, un largometraje aborda las protestas de 2017 contra el Gobierno de Nicolás Maduro, que dejó 124 muertos según el Ministerio Público (164 cuenta la organización no gubernamental Foro Penal). Nacionales y extranjeros se vieron sorprendidos con las imágenes de represión militar y detalles de torturas que aparecen en los recuerdos del protagonista, quien se enfrenta al dilema de pedir asilo en Miami, sin la opción de volver alguna vez. “Me sentía culpable de que a mi gente la estuvieran matando mientras yo estudiaba cine en Los Ángeles”, comenta el director Diego Vicentini, de 30 años, de los cuales los últimos 15 los ha pasado en Estados Unidos.
El caraqueño construyó el guion a partir de entrevistas a líderes estudiantiles que participaron en las revueltas, estudió la cárcel del Helicoide, donde están recluidos unos 290 presos políticos y donde ocurren “graves violaciones de los derechos humanos”, según Naciones Unidas, y recogió testimonios de antiguos reos que contaban cómo les echaban jugo de naranja para ser devorados por los insectos en la noche. “Con 20.000 espectadores habría sido ya un éxito, y ahora somos la película más taquillera de Venezuela de los últimos seis años”, apunta orgulloso Vicentini.
Si la decadencia de Venezuela se plantea como una línea cronológica, Simón vendría a ser una secuela espiritual del documental Érase una vez en Venezuela (2020). La ópera prima de Anabel Rodríguez (Caracas, 46 años), estrenada en Sundance y parte de la selección oficial del Festival de Málaga, fue también pionera en mostrar en primer plano métodos de corrupción del chavismo, como la compra de votos. Lo hace a través del retrato de Congo Mirador, un pueblo surreal que flota al sur del lago Maracaibo y que se extingue poco a poco por la sedimentación provocada por el petróleo. Rodríguez realizó 14 viajes entre 2013 y 2018 para entrelazar la caída de un pueblo pequeño liderado por el bolivarianismo con el hundimiento de las instituciones en Venezuela.
La película acaba con las históricas elecciones parlamentarias de 2015, cuando la oposición obtuvo por primera vez en 16 años mayoría en la Asamblea Nacional. Dos años después, Maduro conformaría una paralela Asamblea Nacional Constituyente con mayor poder legislativo; justamente aquello llevaría a las manifestaciones de 2017 en las que se basa Simón. “La decisión de elegir un pueblo remoto como Congo Mirador fue una forma de contar un tiempo desde una posición marginal, al margen de las cosas”, sostiene Rodríguez desde Viena, donde vive desde hace 12 años.
La población de escasos recursos que ahora repudia al chavismo en la gran pantalla es la misma que antes era el objeto de propaganda de Hugo Chávez. Los estratos más bajos de la sociedad siempre estuvieron presentes en el cine venezolano, desde los barrios periféricos con techos de calamina que se ven en películas del ciclo como La escalinata (1950), pero ahora han dejado de ser las bases del chavismo para convertirse en uno de sus principales críticos. Uno de los autores históricos que filmaron esos asentamientos, principalmente erigidos por campesinos migrados desde el campo, fue Román Chalbaud, declarado chavista años antes de su muerte en 2023. Fue homenajeado en el 33ª Festival de San Sebastián (1985) y cierra la muestra con Caín adolescente.
Cine hecho desde el extranjero
La migración ya no se da del campo a la ciudad, como ocurría en el siglo XX, ahora el éxodo es hacia el extranjero. Tanto Vicentini como Rodríguez se fueron de Venezuela por la misma razón: seguridad y precariedad económica. A esa generación que produce cine en el extranjero pertenecen también Nico Manzano (Caracas, 37) y Flavio Pedota (Maracay, 34). “Nunca quise irme, pero me acuerdo de que la semana que nos quedamos sin luz estaba haciendo la posproducción de mi película. Me dije que esto no me permitía ni siquiera terminar mi peli, me tengo que ir de aquí”, cuenta Manzano. Es director de Yo y las bestias (2021), la historia sobre un músico venido a menos en un país donde tiene que pagar sobornos a los policías o escuchar la voz de Maduro arengando al pueblo cada vez que enciende la radio de su coche.
Si su película (estrenada en el Festival de Mar de Plata, el único clase A en Latinoamérica, y disponible en Filmin ) es una producción indie con un implícito toque antigubernamental, Infección (Prime Video), de Pedota, es una de zombies que sirve como metáfora de una Venezuela donde reina el caos y donde el poder intenta minimizar lo ocurrido. “Los zombies representan una anarquía y había momentos en Venezuela de verdadero anarquismo”, refiere sobre su filme, que estuvo en el Festival de Sitges de 2019.
Infección no llegó a estrenarse en salas venezolanas. La película no pudo conseguir el certificado de obra nacional que otorga el Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (CNAC) ―un equivalente al ICAA en España ― y que permite, por ley, estar en cartelera por al menos dos semanas. “Después de estar en un proceso, que suele durar dos semanas, por ocho meses, me dijeron que no podía explicar el origen de los fondos y que presentara mi película como internacional. Me negué a eso y lo señalé como un acto de censura”, declara Pedota.
¿Censura o autocensura?
El presidente del CNAC desde 2021, Carlos Azpurúa, responde sobre la polémica a EL PAÍS: “La película, con claras y determinantes estrategias de incidencia política, no pudo probar el origen de sus fondos. Montaron una campaña internacional en la que dicen que el Estado veta y hay censura: ¡en absoluto! Si hubiera censura, la primera habría sido Simón, con la que crearon una retórica de que iba a ser la película que iban a prohibir y se quedaron con las ganas”.
Según Manzano, la libertad de creación en Venezuela se maneja en una escala de grises. “La censura no la aplica tanto el Estado, es una autocensura de los medios de comunicación por miedo a represalias. Eran muy cuidadosos cuando me hacían entrevistas en la radio, me pedían que no nombrase ciertas palabras o hiciera alusión a la crisis. Se cerraron muchos medios de comunicación [110 periódicos dejaron de circular]”. La misma impresión tiene Lorena Colmenares, quien proyectó en Locarno de 2023 su corto La espiral roja, sobre un colegio adoctrinado en un país fascista que va recibir la visita del Gran Comandante. “Sentí mucho miedo de mostrar el corto en Venezuela, sobre todo a la hora de proteger la privacidad de los niños. Es una historia que critica mucho el Gobierno y no quería que a los niños se les cerraran puertas debido a esto”, declaró al medio analitica.com la cineasta desde Nueva York, donde vive.
Se proyecte en su tierra natal o en los grandes escenarios internacionales, la diáspora quiere seguir contando historias de su patria. Convencer a fondos internacionales de que es buena idea “hablar sobre un país en crisis”, como apunta Rodríguez. Manzano concluye: “Antes no éramos tan conscientes de lo nuestro, tan patrióticos. Eso cuando se va a un extremo es malo, pero también el otro lado es dañino: tener poca autoestima como país. Necesitamos más películas que no solamente sean la visión de Simón, sino muchas otras que compongan relatos de un país que nunca es uno solo”.