Muere Toni Negri, el filósofo de la insurrección, a los 90 años
El pensador italiano, que ha fallecido en París, estuvo involucrado en la lucha revolucionaria, pasó por la cárcel y fue diputado del Partido Radical
El filósofo y activista italiano Toni Negri (Padua, 1933) ha muerto a los 90 años en París. La noticia la dieron su esposa, la filósofa francesa Judith Revel, y su hija Anna, que lo recordó con una publicación en Instagram. Catedrático de Teoría del Estado en la Universidad de Padua, estuvo involucrado en la lucha revolucionaria desde los años sesenta del siglo pasado, como pensador y como activista. Participó en distintas iniciativas, como Poder Obrero o ...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
El filósofo y activista italiano Toni Negri (Padua, 1933) ha muerto a los 90 años en París. La noticia la dieron su esposa, la filósofa francesa Judith Revel, y su hija Anna, que lo recordó con una publicación en Instagram. Catedrático de Teoría del Estado en la Universidad de Padua, estuvo involucrado en la lucha revolucionaria desde los años sesenta del siglo pasado, como pensador y como activista. Participó en distintas iniciativas, como Poder Obrero o Autonomía Obrera, que cuestionaban el papel de los trabajadores en la gran fábrica mecanizada, e ingresó en la cárcel acusado de actos terroristas. Negri fue un gigante del pensamiento, uno de los últimos puentes entre las ideas y el cambio político, entre la universidad y la calle.
A Negri le tocó el mejor y el peor de los tiempos posibles para la construcción de un ideario político que colonizase las ansias de cambio desde el pensamiento. Decir que Italia vivía un periodo convulso, vista su historia, sería prácticamente como no decir nada. Pero es cierto que a finales de los años sesenta y comienzos de los setenta se formó en el desagüe de la política un remolino diabólico que derivó en los famosos Años de Plomo. Las ideas, la cultura y la política se convirtieron en un cóctel insólito —especialmente visto desde la planicie actual— en el que algunos intelectuales, profesores universitarios sin especiales dotes para la agitación se convirtieron en referentes de la lucha y el ruido que llegaba desde la calle. Negri fue uno de esos maestros, “cattivi maestri [malos maestros]”, como algunos lo denominaron en Italia y como el sábado le recordó el ministro de Cultura, Gennaro Sangiuliano. Y ahí comenzó su leyenda.
El pensador —autor de obras como El tren de Finlandia (1990), Spinoza subversivo (1994), Europa e Imperio (2003) o la apasionante Imperio (2000), escrita con Michael Hardt— era ya un gran intelectual con reconocimiento internacional. Pero tuvo una vida compleja, una vida plena y plagada de atajos entre la academia y la peligrosa aventura de la lucha política. Un hombre de libros, en suma, que terminó viviendo de forma tormentosa su tiempo. En sus orígenes, en su Padua natal y a su manera, influido por un cierto mundo católico italiano (pertenecía Azione Catolica), fue socialista. Pero sustancialmente era ya importante en aquella época por ser un gran estudioso del filósofo Baruch Spinoza, el pensador de la libertad del siglo XVII.
El mayo del 68, sin embargo, atravesó la obra y la vida de Negri de forma decisiva y afloró en él el arrebato revolucionario, un impulso de revuelta en las formas más románticas. Sin haber sido al comienzo puramente comunista (fue algo crítico), más bien un marxista muy sui generis, viviendo el relato político desde las universidades y entrando en el calor de las luchas estudiantiles a través de esos muros, se convirtió necesariamente en una referencia de una izquierda extraparlamentaria que debía todavía crearse. Un nuevo mundo con tentaciones muy concretas para la revolución. Gestos, como la violencia o el uso de las armas, que impedirían a muchos dar marcha atrás. Negri no empuñó nunca una pistola, pero se convirtió en los años 70 en legitimador de esta como forma política, aunque fuera desde una cierta estética y romanticismo. “Cuando me pongo el pasamontañas, siento el calor de la lucha obrera”, dijo en una ocasión.
Negri, que ahora le recuerdan algunos conocidos como alguien desconfiado, de gesto hierático y con cierta arrogancia intelectual, fundó Autonomía Obrera. Ocurrió un año después del asesinato de Aldo Moro a manos de las Brigadas Rojas —del que también fue acusado y absuelto— y se creó como un artefacto político que fundamentalmente orbitaba sobre la idea de la espontaneidad de la revuelta y la insurrección y que existió entre 1973 y 1979. Era un tiempo violento, en el que cada mañana Italia se levantaba con alguien a quien habían disparado en una pierna, un paquete bomba o una amenaza. A derecha e izquierda. Y muchos intelectuales vieron cómo sus ideas traspasaban los muros de la universidad —la de Padua, en el caso de Negri— y terminaban convertidas en munición para la revuelta que incendiaba la calle, el patio de las fábricas en el norte de Italia.
El 7 de abril de 1977, el juez Pietro Calogero, en una operación bautizada con la fecha en que se realizó, ordenó la detención de Negri y otros intelectuales. Negri fue juzgado y acusado de participar en actos terroristas y de llevar a cabo una insurrección armada. Fue absuelto de estos cargos, pero no de complicidad en un robo en 1974, por el que fue condenado a 12 años de prisión. Cuando ingresó en la cárcel, sin embargo, el líder del Partido Radical, Marco Pannella, decidió en 1983 incluirlo en sus listas y convertirlo en diputado del Parlamento. Una condición que le permitió salir de prisión y, a la vez, generar un nuevo escándalo por su inclusión en la vida política del país. La imagen de un convicto acusado de terrorismo entrando en el Palacio de Montecitorio sublevó a la derecha de todo el país.
Pero Negri, en realidad, engañó a Pannella. O quizá no tanto, porque el líder de los Radicales era ya un liberal generoso que se concedía ciertas salidas de guion (también eligió como diputada a Cicciolina en 1987). Y el movimiento le sirvió al pensador, fundamentalmente, para huir de Italia a Francia, donde se pudo beneficiar de la doctrina Mitterrand, por la que el Gobierno galo se negó a extraditar a miembros de la extrema izquierda italiana refugiados en el país. Allí Negri, puede que un hombre demasiado serio para ser italiano —en París encontró un escenario perfecto para su manera de estar en el mundo—, ejerció en la Universidad de la Sorbona y el Colegio Internacional de Filosofía, entre otras instituciones.
París, sin embargo, no fue tampoco una etapa tranquila. El filósofo tenía demasiadas cuentas pendientes en Italia y llegó a sufrir un intento de secuestro por parte de los servicios secretos transalpinos. Negri no regresó a su país hasta el verano de 1997 para cumplir esa condena que tenía pendiente y terminar con aquella persecución. Dos años después, se le concedió la libertad condicional. Terminó su sentencia en 2003. “Fue un mal maestro porque, después del 68, el paso del movimiento juvenil a la página oscura de los Años de Plomo, con el terrorismo de derechas y de izquierdas, causó muchas víctimas inocentes”, ha declarado el ministro de Cultura italiano, Gennaro Sangiuliano, en la radio italiana. “En términos legales, la expresión de ideas es una cosa y la práctica material de la violencia es otra”, añadió. Cabe recordar también que Sangiuliano formó parte del posfascista Movimiento Socialista Italiano y es el hombre a quien Meloni ha encargado la misión de convertir la cultura en un caballo de batalla de la derecha radical para controlar el relato político.
Las palabras del ministro reflejan también un cambio de época en el que Negri era cada vez menos conocido en un país que cimentó en la universidad, las ideas y las políticas el edificio de la modernidad. Un momento, sin embargo, en el que algunas de las heridas de aquel tiempo todavía no han cicatrizado completamente.