‘Made in L. A.’: todos los rostros de una ciudad indefinible en una sola exposición
‘Made in L. A.: Acts of Living’ exhibe en el museo Hammer la obra de 39 artistas que trabajan en la ciudad y comparten temas como identidad, familia y comunidad
La artista guatemalteca Jackie Amézquita ha hecho un mapa de la ciudad a la que llegó con 17 años para la exposición Made in L.A; Acts of Living. No se trata de un pedazo de papel. En él no hay avenidas ni calles. Ha decidido, en cambio, retratar la gigantesca urbe en 144 losas elaboradas con masa de maíz, piedra caliza y tierra. Cada una representa uno de los barrios que hay en Los Ángeles. ...
La artista guatemalteca Jackie Amézquita ha hecho un mapa de la ciudad a la que llegó con 17 años para la exposición Made in L.A; Acts of Living. No se trata de un pedazo de papel. En él no hay avenidas ni calles. Ha decidido, en cambio, retratar la gigantesca urbe en 144 losas elaboradas con masa de maíz, piedra caliza y tierra. Cada una representa uno de los barrios que hay en Los Ángeles. Las piezas tienen dibujos de escenas urbanas. Edificios emblemáticos, barbacoas en parques públicos o imágenes del omnipresente tráfico. El suelo que nos alimenta (2023) conforman una enorme retícula que se exhibe desde hace unos días en la bienal del Museo Hammer dedicada a artistas que viven y trabajan aquí.
Los curadores de la exposición, Diana Nawi y Pablo José Ramírez, visitaron juntos cerca de 200 estudios para conformar la selección conformada por 39 artistas. La primera lista tenía 51 nombres, pero el espacio disponible los obligó a hacer una nueva criba. El resultado es una de las exhibiciones más esperadas del otoño en todo el país. El conjunto refleja la explosión creativa que vive Los Ángeles, una ciudad que siempre ha sido un polo creativo en el país, pero que vive un renovado boom. Prueba de esto es que aquí han desembarcado en los últimos años galerías internacionales que desean atestiguar el momento de ebullición, que algunos comparan con el Nueva York de los setenta.
“El arte no occidental está ganando muchísimo campo”, señala Pablo José Ramírez, de 40 años. El curador de origen guatemalteco se encargaba del arte indígena contemporáneo en el Tate Modern. Ha cruzado el Atlántico para sumarse al Hammer y preparar esta muestra junto a Nawi, una historiadora del arte que ha vivido varios años en Los Ángeles. El resultado del trabajo de ambos, que la gente puede ver en el museo hasta el 31 de diciembre, es un rostro de las fuerzas que coexisten en una ciudad que se resiste a tener una única versión y que está compuesta por 80 pequeñas urbes. “El 80% son artistas no blancos. Hay más artistas indígenas y latinos no porque nos lo hayamos propuesto, sino porque lo más interesante está siendo hecho por estas personas”, añade el curador.
La obra de María Maea, de 35 años, ilustra bien las palabras del curador. La artista de Long Beach, quien tiene raíces mexicanos y samoanos, usa para sus trabajos efímeros la palma, una planta endémica que tiene una larga historia de migración. En una de sus muestras recientes, Maea se reunía una vez a la semana para tejer la planta seca y dar un cuerpo etéreo a una máscara creada con el rostro de algún familiar. Así aparece un ciclista que parece pedalear sobre una bicicleta lowrider de manubrio largo en The Jade (2021), hecho con residuos de plantas de cebollas, ramos de naranjos y girasoles. En otra pieza, Sin título (Sobrino, 2020), Maea crea una figura con restos de jardín, como plantas de jazmín, proteas y algodoncillos, haciendo un comentario sobre la familia y la comunidad.
Las obras están separadas en cinco diferentes grupos temáticos. La ciudad presta un territorio común para preocupaciones compartidas, como son el cambio climático, la identidad trasnacional, la violencia callejera, la libertad de los cuerpos o la familia. Hay en estas obras miradas frescas a clásicos angelinos, como los atardeceres multicolores sobre el Pacífico, la influencia de la cultura popular de Hollywood y algunas rendiciones del arte urbano como el grafiti y los rótulos de las tiendas.
Hay en el espacio algunos de los diálogos que la sociedad estadounidense mantiene en la actualidad. Page Person ha convertido su experiencia en una obra de gran magnitud. Después de haberse declarado trans en 2017, la artista asegura haber sido marginada en los espacios de arte. Así que en aquel año comenzó a hacer performance en espectáculos drag, donde tenía como objetivo comunicar un mensaje simple: “YO SOY UNA PERSONA”. El Hammer exhibe los vestidos que Person utilizaba en esos shows y algunos de los óleos que comenzó a trabajar en 2020, cargados de mucha pintura y brillantina.
Christopher Suarez, originario del sur de Los Ángeles, ha creado su barrio en cerámica. Convirtió en miniaturas los comercios, iglesias, edificios habitacionales e incluso el Chittick Field, un campo de atletismo que se encuentra en Long Beach, la comunidad donde creció. Usa el mismo material para dar forma a los camiones y automóviles que transitan por las calles. Su trabajo es una forma de rendir un homenaje a los negocios reales que fueron abiertos en la zona por inmigrantes mexicanos, principalmente, como lo hicieron su padre y su abuelo materno, para echar raíces en su nuevo país.
“Una gran mayoría trabaja con materiales que no son neutrales, tienen una historia cultural específica”, asegura Ramírez. “Y muchos trabajan con materiales, sensibilidades e historias de la diáspora. Hay un reconocimiento de que el arte no viene de la nada, contrario a algunas variantes modernistas. Tiene historia, una familia, una comunidad y un contexto, un conjunto de relaciones”, indica el curador.
Estas relaciones quedan de manifiesto para los espectadores en obras como Inertia-Warn the Animals (2023). La escultura monumental de Ishi Glinsky es, por un lado, un guiño a la cultura popular y, por el otro, un reconocimiento a los pueblos indígenas. La misma máscara que popularizó Wes Craven con el clásico moderno de terror slasher, Scream, está tocada con contribuciones de once artistas locales, cada uno perteneciente a una tribu nativa diferente. La obra tiene piel de cabra, lana, arcilla, restos de sauces, hilos, conchas y hierba de oso, entre otros materiales.
Pero es quizá una de las obras más sencillas la que más sentimientos evoca. Dos marcos de una ventana, que conectan dos galerías, son suficientes para cargar de nostalgia el peso de la diáspora en una ciudad abierta a la inmigración. La iraní Roksana Pirouzmand muestra con sus instalaciones el choque entre cuerpo y memoria. Para la performance de Between Two Windows (2023), la artista entra en el estrecho espacio, sacudido por una potente corriente de aire. En el diminuto espacio, a la vista de todos los visitantes, Pirouzmand intenta capturar fotografías y cartas familiares. La pequeña y claustrofóbica ventana captura los temas de muchos de los 39 artistas que exponen.