Un Caballero de Olmedo con aromas cinematográficos

El espectáculo que firman Díez Boscovich en lo musical, Lluís Pasqual en lo escénico y Daniel Bianco en la escenografía es de categoría

Una escena de 'El caballero de Olmedo', en el Teatro de la Zarzuela.ELENA DEL REAL

Decía Arturo Díez Boscovich, compositor de este Caballero de Olmedo, en un vídeo promocional que “la música de cine es la ópera”. Es una afirmación temeraria, igual se podía decir que el cine, con y sin música, asesinó a la ópera y ahora, cuando ni el cine ni la ópera son ya otra cosa que espectros de su rico pasado, los dos compañeros de supremacía del espectáculo se encuentran en el reino de las sombras discutiendo como dos viejos rivales.

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Decía Arturo Díez Boscovich, compositor de este Caballero de Olmedo, en un vídeo promocional que “la música de cine es la ópera”. Es una afirmación temeraria, igual se podía decir que el cine, con y sin música, asesinó a la ópera y ahora, cuando ni el cine ni la ópera son ya otra cosa que espectros de su rico pasado, los dos compañeros de supremacía del espectáculo se encuentran en el reino de las sombras discutiendo como dos viejos rivales.

Y es que lo que evoca este espectáculo formalmente operístico, pero entreverado no solo de atmósfera cinematográfica sino, incluso, de envidia del musical, es discutir sobre cuál es el estatuto de una propuesta que toma la historia como un supermercado del que se toman trazos y productos de las estanterías al capricho del gusto. Y si hay discusión es porque cierto tipo de público parece reaccionar como un espíritu goloso ante cualquier rasgo de tonalidad, atmósfera orquestal poderosa o arquetipos operísticos casi permanentes, como un dúo de amor, una muerte trágica o incluso un réquiem final tremendo con su inevitable crescendo, que levanta a la gente de la butaca como un resorte. Naturalmente, si todo esto gusta, adelante, la ópera no tiene por qué dar explicaciones. Pero en un país como el nuestro, con memoria de pez en lo concerniente a la música, ya sea lírica o cualquier otra, volver a reinventar fórmulas totalmente estereotipadas no siempre es sinónimo de éxito; y si me equivoco me callaré.

Independientemente de estas consideraciones, El caballero de Olmedo que firman Díez Boscovich en lo musical, Lluís Pasqual en lo escénico y Daniel Bianco en la escenografía es un espectáculo de categoría.

Bianco, por ejemplo, en lo que puede que sea una de sus últimas aportaciones al teatro que ha dirigido durante un par de lustros, propone un trabajo de proyecciones en unas grandes pantallas con reminiscencias claras al arte abstracto de un Rothko, por ejemplo, y es curioso y bastante funcional que esto funcione como lo hace en una narración tan historicista y tan de Lope de Vega.

Por la parte escénica, Pasqual tiene maestría sobrada para articular los escogidos elementos de la obra. Pero, aparte de la puesta en escena, es responsable de la adaptación de la pieza de Lope de Vega y lo hace con un excelente conocimiento de las necesidades de una ópera en nuestros días, reducción sustancial del número de personajes y, desde luego, del texto. Merece la pena destacar la elegante propuesta del estro poético de Don Lope. Una poesía que no pesa apenas y que sirve al compositor para articular una buena dicción. Para mí es, quizá, de lo mejor.

Y queda el compositor, al margen de los comentarios previos. Boscovich tiene una preparación musical muy notable. Currículo aparte, el músico malagueño tiene una rodadura amplia en música cinematográfica y, al margen de una incapacidad para seleccionar y dar coherencia a las partes, su oficio musical es excelente, increíble en el apartado orquestal. Pero, y esto es algo que casi no me esperaba, se desenvuelve muy bien en el tratamiento vocal y en el manejo del texto. Pese a mi inicial escepticismo, veo a Boscovich como un solvente compositor operístico en cuanto se atreva a administrar y dar coherencia a sus bien dotados recursos. De momento, este El caballero de Olmedo es una buena carta de presentación, aunque debería cuidarse mucho de los elogios fáciles que pueden suceder a una buena acogida.

También es una buena baza el reparto de la ópera. De principales a secundarios, la pareja protagonista brinda muy buenas maneras vocales y actorales. La soprano Rocío Pérez, la Doña Inés, es una agradable sorpresa, voz bien colocada, dicción más que correcta y una presencia agradable y segura, es una figura a seguir en lo que puede ser una fructífera carrera. El tenor Joel Prieto, Don Alonso, el Caballero, da la réplica con autoridad; su voz no tiene aún la firmeza de los tenores de referencia, pero tiene juventud y cualidades de lo que puede ser un tenor moderno, otra figura a seguir. Del resto del reparto se impone la homogeneidad, lo que siempre es de agradecer en una producción operística. El coro tiene momentos estelares y los figurantes convierten los cambios escénicos en una escenografía elegante y bien servida.

En resumen, se puede decir que este El caballero de Olmedo tiene unos mimbres de alta calidad sin apenas desmayo. Por más que sigo considerando que su extrema ambigüedad estética en lo musical rebasa la alta tolerancia que la ópera suele permitir. El debate queda para el respetable, pero hemos visto demasiados sucedáneos ya para dar pábulo a la ingenuidad.

El caballero de Olmedo

Ópera basada en la obra de Lope de Vega. Música: Arturo Díez Boscovich. Libreto: Lope de Vega, en adaptación de Lluís Pasqual. Dirección musical: Guillermo García Calvo. Dirección de escena: Lluís Pasqual. Escenografía: Daniel Bianco. Vestuario: Franco Squarciapino. Iluminación: Pascal Mérat. Coreografía: Núria Castejón. Videoescena: Franc Aleu. Reparto: Don Alonso, Joel Prieto / Juan de Dios Mateos; Doña Inés, Rocío Pérez / Alba Chantar; Don Rodrigo, Germán Olvera / Ramiro Maturana; Fabia, Nicola Beller Carbone; Doña Leonor, Berna Perles; Don Fernando, Gerardo Bullón; Tello, Rubén Amoretti. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Coro del Teatro de la Zarzuela, director, Antonio Fauró.
Teatro de la Zarzuela, Madrid. Del 6 al 15 de octubre.

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