Carrete de Málaga, el último bailaor salvaje
El artista, de 83 años (aproximadamente) e historia surrealista, vive un año de gloria tras el estreno de la película ‘Quijote en Nueva York’, su triunfo en la Gran Manzana, una actuación inolvidable en Londres y el homenaje de su tierra, Torremolinos
En el caso de Carrete de Málaga decir que el flamenco no tiene edad es una cuestión de literalidad. Todo lo fía a la leyenda y a su memoria prodigiosa este bailaor autodidacta de edad incierta (83 años aproximadamente), gitano trashumante en la España de posguerra, que bailaba descalzo y semidesnudo desde que echó a andar y nunca supo la fecha exacta de su llegada al mundo. “Yo no sé la edad que tengo”, afirma entretenido con la anécdota. Su madre vivía en la calle y ...
En el caso de Carrete de Málaga decir que el flamenco no tiene edad es una cuestión de literalidad. Todo lo fía a la leyenda y a su memoria prodigiosa este bailaor autodidacta de edad incierta (83 años aproximadamente), gitano trashumante en la España de posguerra, que bailaba descalzo y semidesnudo desde que echó a andar y nunca supo la fecha exacta de su llegada al mundo. “Yo no sé la edad que tengo”, afirma entretenido con la anécdota. Su madre vivía en la calle y pedía limosna en el Puerto de Málaga mientras el niño, puesto por delante como atractivo, hacía compás con los pies para retar al hambre. “Haz el baile de la churrilla, me decía mi madre. Me bajaba los pantalones y yo me ponía a bailar tocándome aquello”, recuerda muerto de risa, en pie, haciendo el gesto. De ahí a llenar teatros en diferentes continentes ha mediado una vida —que podrían ser seis o siete en la de cualquier otra persona— de sinsabores, pero también de gloria, de anécdotas imposibles de retener de puro atropello en la conversación —su cabeza es tan veloz como su zapateado— y, por supuesto, de un talento salvaje para la danza.
“Tengo un niño dentro de mi cuerpo que se llama Carretillo, como me llamaba mi madre, la Carreta”, dice este artista octogenario que ejemplifica a la perfección un fin de época en el flamenco y que está viviendo con la alegría “del niño que llevo dentro”, su mayor año de gloria, “el gran Año Carretiano”, como lo ha bautizado su biógrafo, Paco Roji, el único capaz de poner orden y concierto en la cascada de recuerdos con las que va llenando el artista el hermoso caudal de su conversación.
Con el Teatro Sadler’s Wells de la capital británica —1.200 butacas— puesto en pie en las tres funciones consecutivas que ofreció el Flamenco Festival de Londres la semana pasada, Carrete de Málaga culmina un ciclo de 12 meses de homenajes dentro y fuera de nuestras fronteras. Todo comenzó en abril de 2022, con su primera —y memorable— actuación en Nueva York, en el Skirball Center del Greenwich Village, como artista invitado del cantaor Miguel Poveda y dentro de la programación norteamericana del Flamenco Festival. La ovación duró 12 minutos. De esa experiencia da cuenta el documental Quijote en Nueva York, fruto del viaje de Carrete a la Gran Manzana, por donde fue seguido de la cámara del malagueño Jorge Peña, y que se presentó en la pasada edición del Festival de Cine de Málaga.
Le siguió en febrero de este año la colocación de una escultura a tamaño natural en la localidad costasoleña de Torremolinos, donde vive Carrete y ha trabajado en tablaos desde que comenzara a despuntar el turismo internacional en pleno desarrollismo de los años sesenta. Y tras un nuevo triunfo en la meca de la danza que es el Sadler’s Wells londinense, le espera otro gran homenaje en el IV Cabildo Flamenco de Archidona el próximo 29 de agosto. “Estoy en un momento muy feliz, lo tengo todo”, dice henchido el hombre y el artista, con los ojos chispeantes. “El hambre me hizo ser bailaor y ahora el baile me está dando la vida”.
Carrete, que había nacido accidentalmente en la localidad granadina de Ventas de Zafarraya, celebra su cumpleaños el 27 de febrero de 1940 después de que el estudioso Paco Roji consiguiera dar con una partida de bautismo a nombre de José Losada Santiago —con el que figura en su DNI— en una iglesia de Granada. “Pero la verdad es que no lo sabemos seguro”, apunta el biógrafo. “Hay una diferencia de más de dos años entre las fechas de nacimiento y de bautizo, según recoge el documento, algo que en esa época no era muy creíble”.
Granada, precisamente, es una de las decenas de ciudades por las que pasó Carrete en los primeros diez años de vida —Ceuta, Almería, La Línea de la Concepción, todo el Levante…—, pasando el niño de familia en familia, recorriendo descalzo los caminos de Andalucía y trabajando en todo tipo de labores del campo y el trapicheo. “Mi madre me dejó un día en la Puerta de Colón de Málaga con una mujer para venir a buscarme al cabo de un rato y no volví a verla hasta dos años después; como vivía en la calle la meterían presa en ese momento y no supe más. Yo vivía raro”, dice sin más Carrete, sin un atisbo de rencor en sus palabras. En Gibraltar, “tendría siete años”, cogió el tifus, y allí lo recogió una inglesa, asegura, que lo salvó de la enfermedad; hasta que recaló en Almería en el clan de Pepa Vargas La Tembleca.
Todas estas familias gitanas que lo fueron acogiendo llevaban el flamenco inoculado. Carrete era un portento —”tiene un baile salvaje, es único”, apunta Roji— y pronto la pareja formada por los cantantes Pepe Córdoba y Mari de la Trinidad, establecidos en Málaga, se lo lleva de gira. A partir de ahí, era el año 1957 y según los datos oficiales tendría 17 años, comienza a fraguarse la leyenda de este bailaor que, gracias a su dominio con los pies, es conocido como el Fred Astaire gitano. “He pasado de conocer el mundo como un niño errante a conocerlo como artista en los tablaos y los teatros”, afirma.
En la Costa del Sol se hace un nombre junto a otro genio de la cultura popular: Chiquito de la Calzada, con el que comparte escenario en los mejores tablaos de Torremolinos de las décadas de los sesenta, setenta y ochenta, a donde iban a verlo personajes como Brigitte Bardot y Anthony Quinn. “Eran los actores del momento, que rodaban las películas que se hacían en el desierto de Almería. En los descansos venían a Málaga a verlo bailar”, le ayuda su biógrafo en la construcción del relato. “Yo tengo fotos con todos esos, pero no sé cómo se llaman, bonita”, le espeta a la periodista.
Su biografía tiene tantas paradas —es padre de siete hijos y se ha casado tres veces, una de ellas con una norteamericana que se lo llevó a vivir a California— que es imposible condensarla en el corto aliento periodístico. “¿Por qué no escribes un libro, Carrete?”. “El libro lo tengo dentro de mí”, responde. Sin embargo, lo que podría parecer una existencia agotadora, para Carrete solo es un estímulo para seguir.
En el Flamenco Festival de Londres se ha encontrado con la dirección escénica del coreógrafo granadino Manuel Liñán, al que no conocía personalmente antes de esta actuación y al que no ha soltado del brazo durante toda su estancia. “Yo he conocido a los tres grandes: Antonio El Bailarín, Gades y Farruco, y digo que este niño tiene algo muy grande dentro, es un talento descomunal. Podemos hacer muchas cosas juntos, Manué”, le repetía con esa mirada chispeante del que siente que aún le queda mucho por vivir.