Marion Cotillard: “La primera vez que veo mis películas siempre las odio”
La actriz vuelve al festival de Cannes para presentar ‘Little Girl Blue’, un híbrido entre el documental y la ficción con los abusos sexuales como telón de fondo
En su última película, Marion Cotillard (París, 47 años) resucita a una mujer muerta. “Ha sido muy difícil. La verdad es que me volví un poco loca”, admitía este martes en Cannes, en una suite con vistas a la alfombra roja de la Croisette, donde por fin brillaba el sol tras una semana de lluvia. Desde los primeros minutos, el certificado de defunción que vemos en pantalla lo deja claro: la causa de la muerte de esa mujer de 63 años, fallecida en 2016, fue el suicidio por ahorcamiento, que escenificó junto a la b...
En su última película, Marion Cotillard (París, 47 años) resucita a una mujer muerta. “Ha sido muy difícil. La verdad es que me volví un poco loca”, admitía este martes en Cannes, en una suite con vistas a la alfombra roja de la Croisette, donde por fin brillaba el sol tras una semana de lluvia. Desde los primeros minutos, el certificado de defunción que vemos en pantalla lo deja claro: la causa de la muerte de esa mujer de 63 años, fallecida en 2016, fue el suicidio por ahorcamiento, que escenificó junto a la biblioteca de su casa. La película empieza con una pregunta que su hija, la directora del proyecto, encontró en un viejo archivo de su ordenador: “¿Por qué siempre existe esta esperanza de ser comprendida después de mi muerte?”.
El nuevo trabajo de Cotillard, Little Girl Blue, presentado fuera de competición en el festival de Cannes, intenta hacer realidad esa última voluntad. El nombre de esa mujer era Carole Achache, escritora de carrera irregular y fotógrafa en los rodajes de Joseph Losey o Bertrand Tavernier, depresiva crónica siempre al borde del despeñadero y madre de la directora Mona Achache, descubierta a los 28 años con la adaptación al cine del superventas La elegancia del erizo en 2009. Tras la muerte de su madre, la cineasta encontró 125 cajas llenas de fotos, cartas, objetos y grabaciones de audio, que le permitían descifrar el enigma de esa desaparición, o por lo menos intentarlo. “No tenía otro remedio que enfrentarme a esta historia de la que no lograba desprenderme. Tenía que devolver a la vida a mi madre”, dice Achache, sentada junto a su actriz. Intentó deshacerse así de una supuesta maldición que pesaba sobre las mujeres de su familia, aunque acabase entendiendo que no se trataba de un conjuro maléfico, sino de una desdicha llamada violencia sexual.
No se vio capaz de hacerlo sola. Decidió llamar a Cotillard, con quien había coincidido de vacaciones en casa de unos amigos en común. No se conocían bien, pero sospechaba que compartían una sensibilidad parecida y tal vez también alguna que otra vivencia. “No era mi historia, pero me resultaba cercana. En mi familia también hay mujeres que han sufrido agresiones, que han tenido relaciones difíciles y violentas con los hombres”, confiesa la actriz, en referencia a su abuela y su madre. “Se ha roto ese tabú. Cada vez más personas sienten la necesidad de relatar sus historias. Es importante que las escuchemos”. En este psicodrama filmado, con visos de documental híbrido o incluso de un teatro experimental algo añejo, la directora establece un diálogo sanador con su actriz y la insta a encarnar al personaje delante de la cámara, vistiendo su ropa y sus joyas, usando su perfume, imitando su voz y su manera de hablar.
Little Girl Blue se inscribe en los casos de abusos en los círculos intelectuales destapados en los últimos años en Francia, tras la publicación de los testimonios de Vanessa Springora (El consentimiento) o Camille Kouchner (La familia grande). El caso de Achache no está muy lejos: su abuela fue la escritora Monique Lange, gran figura de los salones parisienses y amiga de Marguerite Duras, William Faulkner o Jean Genet. Este último desempeñaría un papel importante en el descenso a los infiernos de Carole Achache, como también Juan Goytisolo, con el que Lange estuvo casada durante décadas pese a la homosexualidad del escritor. En la película, Achache lo acusa de encubrir un caso de abusos sexuales en su casa de Tánger.
“No era mi historia, pero me resultaba cercana. En mi familia también hay mujeres que han sufrido agresiones”, afirma la actriz
Para Cotillard, acostumbrada a todas las metamorfosis, el reto fue mayúsculo. “No calculé la dificultad técnica del papel, a la que luego se añadió la emocional”, admite. La actriz se pasa media película intentando imitar lo inimitable. “Me preparé durante dos meses, pero hubiera necesitado seis para hacerlo perfecto”. El acierto de la película es reflejar ese proceso de preparación, al que el espectador no suele tener acceso. En algunas secuencias, la actriz hace un playback endiablado a partir de las grabaciones que dejó Carole. Intenta calcar sus respiraciones imposibles, la velocidad frenética de su discurso, sus tropiezos recurrentes a media frase. “Ya lo había hecho en La vida en rosa, pero con la música es más fácil, porque existe un tempo, un ritmo casi matemático. Imitar a una persona es mucho más complejo. Al principio sufrí mucho, porque tenía la sensación de estar dinamitando la película”.
A diferencia de algunas estrellas encantadas de conocerse, la actriz no se suele gustar en pantalla, y no parece decirlo por coquetería. “Cuando veo mis películas por primera vez, siempre las odio. No me empiezan a convencer hasta la segunda vez”, reconoce. ¿Por ejemplo? “Con Annette, de Leos Carax, sentí un rechazo total. Hoy me parece una de las más bonitas que haya rodado. No me avergüenza decir que esa primera vez me focalizo solo en mi interpretación. Y en el caso de Little Girl Blue la comparación era cruel, porque vemos al personaje real en pantalla todo el rato. Es fácil salir perdiendo”. El resultado también funciona como una especie de documental sobre una actriz obsesiva e insegura, como lo son todos los perfeccionistas, a la que observamos mientras intenta acariciar un poco de verdad, cayendo pero levantándose de nuevo. Fracasando otra vez, fracasando mejor.