Lola Casamayor: “La verdad tiene cada día menor valor”
La actriz cree que “la mentira campa por sus respetos y que el honor no tiene ninguna importancia”
Soledad, imaginación y deseo, también ganas de baile. Todo eso condensa María Luisa, la última obra de Juan Mayorga estrenada en La Abadía, en Madrid. Al frente de la función, la actriz Lola Casamayor (Madrid, 64 años), que encarna a esa mujer solitaria y madura, pero ávida de vida y felicidad. En el hermoso patio de La Abadía, Lola, que en realidad se llama María Esperanza, reco...
Soledad, imaginación y deseo, también ganas de baile. Todo eso condensa María Luisa, la última obra de Juan Mayorga estrenada en La Abadía, en Madrid. Al frente de la función, la actriz Lola Casamayor (Madrid, 64 años), que encarna a esa mujer solitaria y madura, pero ávida de vida y felicidad. En el hermoso patio de La Abadía, Lola, que en realidad se llama María Esperanza, reconoce estar viviendo un momento laboral absolutamente feliz.
Pregunta. ¿Cuándo empezó a llamarse Lola?
Respuesta. En el último curso de la Escuela de Arte Dramático empezaron a llamarme Espe y Mari Espe. Un día llegué a casa y me dije que ni hablar. Dudé entre Lola y Pepa y, al día siguiente, llegué a la escuela y anuncié que a partir de ese día yo me llamaba Lola. Cuando me llamaban Esperanza no contestaba.
P. ¿Nadie la llama Esperanza?
R. Mi abuela, que también se llamaba Esperanza, fue la primera en llamarme Lola. Solo para el banco y el DNI soy María Esperanza.
P. La María Luisa de Mayorga es activa y feliz y no oculta sus deseos sexuales y su pasión por la vida. ¿Por qué no es común este retrato de la mujer madura?
R. María Luisa ha ocultado sus deseos durante toda su vida, hasta que dice basta. En cuanto le ofrecen la posibilidad de imaginar, su mente vuela, se desata y planta cara a los deseos reprimidos. A la mujer siempre se le ha exigido estar guapa, arreglada; se tiene que teñir las canas, ponerse tacones que son un horror. En cambio, los hombres pueden ir como quieran, dejarse canas y ligar con jóvenes sin ser criticados. Ahora empieza a cambiar algo, pero el machismo imperante ha sido terrible.
P. ¿Es usted una inconformista como María Luisa?
R. Absolutamente. Voy bastante a mi bola, me guio por mis sentimientos y mis pensamientos. Desde luego con lo que no me conformo es con lo que hay. Tenemos mucho que cambiar.
P. ¿Por ejemplo?
R. Nos estamos cargando el planeta y no veo soluciones. La ultraderecha está cada vez más presente en los distintos parlamentos. Me da mucho miedo la ultraderecha. Cada vez estamos más cercados, Trump, Bolsonaro..., también aquí en España. Vemos cómo la mentira campa por sus respetos. Parece que ya la mentira y el honor no tienen ninguna importancia. La verdad ya no tiene el valor que tenía. Y ahí están los ejemplos del negacionismo ante la covid y el cambio climático.
P. ¿Son la imaginación y la ficción una buena receta para la vida?
R. No buena, excelente. Es sanísimo, siempre que no se te vaya la pinza demasiado y confundas realidad y ficción. La imaginación te suelta el cerebro y no te agarra solo a la tierra y a la pesadumbre de la vida.
P. Esta temporada ha protagonizado dos obras de teatro, María Luisa y La habitación blanca, en el Teatro Español.
R. Soy consciente de estar viviendo un momento dulce pero muy duro de trabajo, pero es que son dos funciones que me apasionan. También me están llamando más del sector audiovisual.
P. Ha hecho cine y televisión, pero no le ha hecho ascos tampoco a la publicidad. ¿Lo hizo por necesidad?
R. Me vino bien en determinados momentos y me lo he pasado muy bien. El anuncio de la plancha Baby Vapor lo hice en 1992, el año de la explosión de la Expo. Todo el mundo trabajaba menos yo y ese anuncio me salvó la vida. También participé en el de gaseosa La Casera que hizo Javier Fesser. Me lo pasé en grande.
P. Tras tantos años en el oficio ¿qué es lo que más agradece?
R. Poder mentir, porque en la vida real soy incapaz de mentir. También la posibilidad de agarrar al espectador de teatro y que te siga en la aventura que estás viviendo sobre el escenario.
P. ¿No miente nunca?
R. No, me cuesta muchísimo. Nunca he conseguido mentir, ni de niña