Roald Dahl, entre la fascinación por la rebeldía y el negocio millonario
Los cambios para hacer más inclusivas varias novelas infantiles del célebre creador desatan una oleada de reivindicaciones de su obra. El debate mezcla literatura, educación, misoginia y millones de euros
Para ser tan pequeña, Veruca tiene las ideas muy claras. Lo que desea, directamente, lo coge. Y eso que le han avisado de que no interrumpa la labor de las ardillas. Quiere una como mascota, y va a por ella. Acaba, sin embargo, arrojada por los animalillos a un agujero para los desperdicios. No le va mejor a Mike, otro personaje de Charlie y la fábrica de chocolate: adicto a la televisión, termina encerrado en una de esas pantallas que tanto le gustan. En Matilda, una niña es lanzada al aire por su maestra y se habla de otra que bebe lejía porque su abuela se ha marchado en busca...
Para ser tan pequeña, Veruca tiene las ideas muy claras. Lo que desea, directamente, lo coge. Y eso que le han avisado de que no interrumpa la labor de las ardillas. Quiere una como mascota, y va a por ella. Acaba, sin embargo, arrojada por los animalillos a un agujero para los desperdicios. No le va mejor a Mike, otro personaje de Charlie y la fábrica de chocolate: adicto a la televisión, termina encerrado en una de esas pantallas que tanto le gustan. En Matilda, una niña es lanzada al aire por su maestra y se habla de otra que bebe lejía porque su abuela se ha marchado en busca de ginebra. Todo ello, y más, sucede en libros que se suelen recomendar a partir de los nueve años. Tal vez más de una familia entre en pánico. Aunque miles de jóvenes sienten, en cambio, éxtasis: he aquí precisamente una de las razones por las que las novelas de Roald Dahl han vendido más de 300 millones de ejemplares en 63 idiomas.
“Autor británico superventas de historias macabras para niños”, escribió The New York Times en el obituario del autor, fallecido en 1990 a los 74 años. “Es uno de los escritores más populares, pero también más controvertidos de los siglos XX y XXI”, agrega Lourdes Lorenzo, directora del Departamento de Traducción y Lingüística de la Universidad de Vigo y que realizó su tesis sobre las traducciones de Dahl. Porque pocos narradores han sabido conectar tanto con sus jovencísimos lectores y ofrecerles historias tan libres, gamberras y rebeldes. Él mismo solía referirse a su “conspiración con los niños contra los adultos”. Pero, además de travesuras, algunos de esos mayores detectan excesos e insultos: el autor ha sido acusado de racismo, machismo o antisemitismo.
Tanto que su editorial, Puffin, de acuerdo con Roald Dahl Story Company, la empresa que gestiona su legado, realizó cambios de palabras y frases en la última edición de al menos 10 de sus 19 obras infantiles, para hacerlas más inclusivas y apropiada a estos tiempos, como destapó el diario The Daily Telegraph. Agustus, otro aspirante a hacerse con la fábrica de chocolate, ha pasado de “enormemente gordo” a “enorme”; el protagonista de Los cretinos ya no es “feo”; los hombres de las nubes (Cloud-Men) en James y el melocotón gigante ahora son gente (Cloud-People). Y una larga lista de etcétera, con la colaboración de Inclusive Minds, organismo que abandera la diversidad y accesibilidad en la literatura infantil, promoviendo el respeto por el feminismo, la salud mental, las minorías o el aspecto físico. Es decir, por todas las sensibilidades.
Como si de una historia de Dahl se tratara, sin embargo, el cambio impuesto desató una insurrección. De lectores, escritores como Salman Rushdie y hasta un portavoz del primer ministro británico, Rishi Sunak, entre gritos de censura, corrección política e incluso dudas legales, sobre el derecho de tocar la obra de un autor ya fallecido. Y más desde que reapareció un vídeo donde, en una conversación de hace 40 años con el artista Francis Bacon, Dahl afirmaba, según The Guardian: “He avisado a mis editores de que, si cambian a posteriori incluso una sola coma, no verán nunca más otra palabra mía. […] Cuando ya no esté, si sucede, […] mandaré al cocodrilo enorme [uno de sus personajes] a engullirlos”.
A saber si el caimán visitó la editorial. El caso es que, días después, se anunció que se publicarán tanto la nueva versión como la original. Pero, mientras la batalla de los retoques parece resolverse, quedan muchos interrogantes. Qué pasará, por ejemplo, con ese “universo único que abarcará cine y televisión de animación y con actores reales, publicaciones, juegos, experiencias inmersivas, teatro en directo, productos de consumo y mucho más” que Netflix anunció como su plan principal cuando adquirió —se dice que por más de 500 millones de euros— en 2021 la Roald Dahl Story Company y, con ella, el dominio sobre obras y mundos del autor.
Porque, por más que se hable de literatura e infancia, en juego está también —o sobre todo— el dinero. Y Netflix querrá alejar los temores de que Dahl pase de moda tras tamaña inversión. Para no mojarse mientras la última polémica arreciaba, eso sí, el gigante audiovisual se ha escudado en que todo se pactó antes de su adquisición. Aunque, leído ahora, el comunicado que la compañía emitió junto con la compra resulta sorprendente. O cínico, según se vea: “Estas historias y sus mensajes sobre el poder y las posibilidades de los jóvenes nunca han sido más necesarias”.
Pero, además, el debate sobre Dahl se ha contagiado a todas las obras maestras para la infancia que el prisma de hoy vuelve problemáticas. ¿Cómo hay que abordar clásicos con elementos controvertidos? ¿Existe una forma respetuosa de modernizarlos? Y, en realidad, ¿hace falta? “El sentir generalizado en el ámbito de la literatura infantil es que no se deben llevar a cabo este tipo de prácticas”, responde Élvira Cámara, profesora de Traducción en la Universidad de Granada e investigadora del sector. Y tanto ella como otras fuentes hacen hincapié en la importancia de contextualizar, fiarse de los niños, evitar sobreprotegerlos y centrarse más en la labor de intermediarios entre la infancia y los libros, aprovechando para fomentar discusiones o clases de historia humana y su evolución.
Precisamente de todo ello se hablará en un par de encuentros en la Feria del Libro Infantil y Juvenil de Bolonia, que celebra a partir de este lunes su 60ª edición como el evento más relevante del sector en Europa. Y aunque la directora de la cita, Elena Pasoli, comparte la visión mayoritaria, cuenta que ha escuchado matices que la llevan a definir el tema “sutil y complejo”. Revela que hubo incluso quien rechazó la invitación para los coloquios por tratarse de un asunto tan espinoso. De hecho, en las llamadas realizadas para este reportaje hubo quien declinó hacer declaraciones por la misma razón.
“Muchas veces en el pasado bromeé con que hoy en día nadie publicaría a Dahl. Creo que es tan fascinante también porque es un poco malo”, agrega Pasoli. “Él mismo se definió una vez como ‘inventivo, no convencional’ y ‘una suerte de villano algo guasón”, comparte Matthew Dennison, autor de Teller of the Unexpected, biografía no autorizada de Dahl.
Aquí, al menos, parece haber unanimidad. Nadie duda de la excelsa calidad literaria de sus libros para niños. Ni tampoco de su transgresión, que todos señalan como pilar fundamental del éxito, junto con el humor y el triunfo de protagonistas a priori débiles o que sufren acoso y discriminación. “Los personajes en aparente dificultad encuentran su camino, de una manera súper ingeniosa, y se convierten en los capitanes de su propio barco”, reflexiona Arianna Squilloni, editora del sello infantil A Buen Paso. “Sospecho que un autor cuyas ventas superan los 300 millones de ejemplares argumentaría que su trabajo es evidentemente inclusivo”, apunta Dennison.
Y Lourdes Lorenzo ordena otras claves atractivas de Dahl, que vuelven en varias conversaciones: “Adultos estereotipados y poco ejemplarizantes, muchas veces grotescos, que pisotean los derechos de los pequeños y su inocencia; un elemento mágico que alimenta la imaginación; niños independientes y valientes que tienen la suficiente osadía como para rebelarse; finales asombrosos e inquietantes; canciones versificadas e irreverentes, expresiones e insultos novedosos”. No por nada el autor siempre dejó claro que únicamente le preocupaba la reacción de los lectores pequeños, no de sus familias o profesores. A los adultos, de hecho, llegó a calificarlos de “enemigos” de la infancia.
“Soy madre y en su día tuve mis dudas sobre si dejar que mis hijos leyeran, por ejemplo, Matilda. Estos libros precisamente atraen por eso mismo que a los mayores nos pueden levantar ampollas. Pero no hay nada mejor ni más saludable para una familia y para una sociedad que contar con niños lectores”, agrega Elvira Cámara, que ha investigado la traducción de las obras de Dahl. Y, a este propósito, apunta: “En un primer acercamiento a varias de ellas, se pone de manifiesto que las versiones que existen en castellano adolecen de prácticas de corte censor. Bien porque se hayan llevado a cabo a través de la autocensura del propio traductor, bien porque haya intervenido la editorial”. Aunque Alfaguara, que publica a Dahl en castellano, fue de los primeros sellos en aclarar estos días que no introduciría los retoques del editor británico y mantendría las versiones ya en circulación.
El propio autor, en realidad, realizó modificaciones a posteriori en sus obras, como confirma Dennison. Célebre es el caso de los Oompa Loompas, la tribu de pequeños ayudantes del dueño de la fábrica de chocolate, Willy Wonka, que nacieron como pigmeos africanos esclavizados y cambiaron color de piel y origen por decisión de Dahl. El biógrafo agrega que el escritor volcaba en la labor creativa todo su entusiasmo, pero también sus esfuerzos, hasta el punto de acabar cada vez más agotado: “Trabajaba muy duramente en sus ficciones. Ninguno de los efectos o impactos de su escritura sucedieron por casualidad. Era indudablemente arrogante respecto a su talento, y le molestaba la idea de que alguien pudiera mejorar sus obras, aunque es cierto que sus editores sí contribuyeron a hacerlo en más de una ocasión”.
Y eso que él mismo reconocía que se había lanzado a escribir por consejos ajenos. Nacido en 1916 de padres noruegos emigrados a Gran Bretaña, se cree que Dahl basó muchos adultos despreciables de sus libros en los castigos de la rígida educación que recibió en los pupitres. Aunque, antes de encontrarse con la literatura, su camino vital afrontó obstáculos aún más duros: aviador en la Segunda Guerra Mundial, se estrelló en el desierto libio en 1947, en un accidente milagrosamente no fatal. Desde entonces, un trozo de fémur que la cirugía le retiró pasó a ocupar su escritorio, como pisapapeles. Unos años antes, en 1943, había terminado su primera novela juvenil, Los gremlins.
Siguieron obras como James y el melocotón gigante o Las brujas. Aunque el triunfo de esos libros hizo sombra a lo que Dahl narró para adultos. O a su guion para la película de la saga de James Bond Solo se vive dos veces. Entre tanto, el autor se casó con la actriz Patricia Neal (Oscar a la mejor actriz protagonista en 1964 por Hud, el más salvaje entre mil) y tuvo cuatro hijos, para los que empezó a escribir las historias que luego adoraría el planeta entero. Aunque una, Olivia, falleció con apenas tres años. Neal afrontó esos años una serie de hemorragias cerebrales de las que se fue recuperando poco a poco, según The New York Times, gracias a la ayuda de Dahl.
Aun así, un reciente artículo de la revista conservadora The Spectator arrancaba de esta manera: “Roald Dah fue, en muchos aspectos, un hombre horrible. Narcisista, matón, mentiroso, antisemita, evasor fiscal, marido desleal y —si hay que creer a su hija— un padre cruel e irresponsable”. A lo que su biógrafo contrapone: “Su hijo una vez le definió como ‘un nido de avispas’. Sin duda fue un hombre difícil, exigente, a menudo egoísta. Pero también fuente de diversión, calor e inmensa generosidad. Su creencia de que la vida de los niños mejoraría gracias a la lectura fue evangélica, igual que su deseo de convertirlos en lectores de por vida. Decía: ‘Tarde o temprano, todos sufriréis algún tipo de soledad o enfermedad y el consuelo que sacaréis de los libros será enorme”.
Dennison sí acepta que algunas declaraciones de Dahl sugieren antisemitismo. Al fin y al cabo, los propios herederos se disculparon públicamente por ello años después. Pero el biógrafo sostiene no haber “detectado racismo, misoginia o antisemitismo en sus ficciones infantiles”. Como otra muestra, sus defensores aportan la intención inicial de Dahl de que Charlie, el protagonista que finalmente obtiene la fábrica de chocolate, fuera negro.
Entre tantas dudas, la editora Arianna Squilloni añade otra más: “En la versión ahora retocada de Las brujas, se dice que una mujer sobrenatural puede trabajar como científica. La original hablaba de cajera del supermercado. Pero ¿qué hay de malo en esta segunda profesión?”. Es decir, al eliminar sesgos machistas se puede añadir uno clasista. Y así.
Es probable que el debate continúe. Al padre de Squilloni, en todo caso, le ha dado igual. Al parecer, se ha leído Las brujas “con 75 años y le ha dejado loco”. He aquí la última rebeldía. Resulta que la conspiración de Dahl y los niños contra los adultos es capaz de sumar incluso al aliado más inesperado: uno de ellos.