‘20.000 especies de abejas’: la española Estibaliz Urresola logra el aplauso de la Berlinale con su retrato de la infancia trans
La cineasta estrena su primer largo en la competición del festival alemán. “El cine es una herramienta de transformación social”, apunta la directora, que se puso a escribir tras el suicidio de un adolescente trans en 2018
En febrero de 2018, Ekai Lersundi se rindió a sus 16 años. Había solicitado un tratamiento hormonal que nunca llegó, batallaba infructuosamente para que se reconociera su verdadera identidad de género, y no pudo más: Lersundi se quitó la vida en su casa. “Fue muy triste. Sin embargo, escribió una carta de despedida esperanzadora y luminosa, intentando que con su drástica decisión se produjera un cambio en la sociedad. Puede que en aquel 2018 su realidad no formara parte del debate o de la agenda p...
En febrero de 2018, Ekai Lersundi se rindió a sus 16 años. Había solicitado un tratamiento hormonal que nunca llegó, batallaba infructuosamente para que se reconociera su verdadera identidad de género, y no pudo más: Lersundi se quitó la vida en su casa. “Fue muy triste. Sin embargo, escribió una carta de despedida esperanzadora y luminosa, intentando que con su drástica decisión se produjera un cambio en la sociedad. Puede que en aquel 2018 su realidad no formara parte del debate o de la agenda política, pero a mí me impulsó”, cuenta la cineasta Estibaliz Urresola Solaguren (Llodio, 38 años). Ahí arrancó el camino de 20.000 especies de abejas, la película española que hoy participa en la competición de la 73ª Berlinale, y que ha logrado una profusión de alabanzas en su primer pase, el destinado a la prensa.
Si hubiera un aplausómetro, 20.000 especies de abejas ha sido tan bien recibida como las dos grandes favoritas, la estadounidense Past Lives, de Celine Song, y la mexicana Tótem, de Lila Avilés. Urresola agradece los halagos. Pero al contrario que esos dos títulos, basados en experiencias autobiográficas de sus directoras, la cineasta vasca ha recogido el testigo de otras manos. “Quería que la película trasladara algo de la luminosidad de esa misiva, aunque solo sirva como inspiración. El guion es fruto de muchísimos retazos de las vidas de las familias a las que pude entrevistar”, asegura. De ahí que su protagonista no sea adolescente sino una niña trans de ocho años: Aitor en los papeles, Coco para su madre, Lucía en su interior. Junto a su madre y sus hermanos mayores se traslada de Bayona (Francia), donde vive, a un pueblo del País Vasco español a visitar durante unos días a su familia materna. Allí sufrirá el contraste de las miradas de los adultos y de la familia, que la encasillan como Aitor, con la de una nueva amiga (“En mi cole conozco otra niña con pene”, le cuenta) o la de su tía abuela, una apicultora que servirá de espejo revelador de la situación para que la madre (Patricia López Arnaiz) asuma lo que siente Lucía. “De los testimonios más emocionantes que me narraron he acabado construyendo una nueva familia”, resume la cineasta.
La construcción de la identidad
En 20.000 especies de abejas la tensión de la niña trans que brega por encontrar su voz se da dentro de otras tensiones, las que enfrentan entre sí al resto de su familia: la mala relación de su madre con la abuela, la sombra pesada del abuelo artista fallecido, el ramal conservador de las primas, el precario equilibrio sentimental del matrimonio de sus padres... “Como una colmena, que está compuesta por individualidades, cada una con una misión y un sentido vital, pero que construyen un organismo superior, porque la colmena es mucho más que una suma de individualidades. Y este ejemplo me permite la dialéctica íntima de cada individuo y la relación de esa vivencia con el colectivo. Los seres humanos necesitamos al grupo, su relación, aunque nos condiciona. En una constante paradoja, queremos reivindicarnos como individuos. Y esa es la clave de la película”, apunta Urresola. “La noción de identidad ¿es privada, íntima o está mediatizada por la mirada de los otros? Es un magma”.
Urresola tiene a sus espaldas una larga carrera en el cine. Licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad Pública del País Vasco, tiene un máster en Dirección de Cine y otro en Film Business por la Escac, la Escuela de Cine de Cataluña. Rodó dos cortos —Adri (2014) y Polvo somos (2020)— y un largo documental —Voces de papel (2016)—, antes de que en la pospandemia se le acumularan trabajos. En el pasado certamen de Cannes presentó en la Semana de la Crítica el cortometraje Cuerdas, ganador del premio Forqué en su categoría y candidato al Goya. “Ha sido muy intenso. Cuerdas se iba a rodar un año antes. Tras el covid lo saqué adelante y empezaron a solaparse los acontecimientos”, desmenuza sonriente. “Arrancaba el proceso de reparto del largo cuando rodé el corto. Se estrenó Cuerdas en Cannes a un mes del rodaje de 20.000 especies... Y acompañé la promoción del cortometraje mientras posproducía el largo. Ha sido agotador”.
Mientras escribía el guion de este drama familiar, la actualidad iba alcanzando su labor, hasta que el inicio de la carrera de su película ha coincidido con la aprobación de la ley trans en el Congreso de los Diputados. “Empecé de manera muy libre. Creo firmemente que el cine es una herramienta de transformación social, porque lo he vivido ya en el mismo proceso de hacerlo en mis anteriores trabajos. Y que una vez que estrenas tu obra pertenece a los espectadores, a los que seguro se les plantean nuevas preguntas. Así que cuando arranqué 20.000 especies de abejas solo pensaba en ese proceso”, reflexiona. “Pero su gestación ha ido muy en paralelo, de manera asombrosamente sincronizada, con la aparición de ese debate. Yo solo espero que la gente entienda que mi película es para disfrutarla de una manera más emocional, menos racional que la charla política. Que entienda que construyo una mirada de lo trans desde otro lugar”.
Ese debate ha venido acompañado de “momentos muy frustrantes”. La cineasta sabe por qué: “Como sociedad, a veces nos faltan herramientas, vivencias, referentes, lenguaje ante hechos que se nos plantean de nuevas. Avancemos en la lengua, en la construcción de elementos jurídicos de protección para gente que no ve sus derechos individuales protegidos”. Y tras una reflexión, y cuidando mucho sus palabras, va más allá. “Es un tema complejo. El sujeto político está en el centro del debate. Y desde el feminismo hemos sufrido siglos como sujetos políticos invisibilizados. Nos ha costado muchísimo conseguir los derechos... pero no encuentro que nuestros derechos estén en peligro por abrazar otras identidades que todavía gozan aún menos privilegios que la mujer cis. Hay que acompañar y solidarizarnos con estos otros y otras, con esos colectivos que necesitan apoyo”. Por suerte, “la infancia está en otra guerra, su comprensión va por delante. Los mayores somos los que aún nos regimos por bases creadas hace décadas. Y eso a algunos les asusta. Las nuevas generaciones poseen un imaginario distinto”.
Puede que una película narrativamente más formal que 20.000 especies de abejas llegue a más público (se estrenará comercialmente el 21 de abril) que una apuesta más arriesgada como Orlando, mi biografía política, de Paul B. Preciado, la otra aportación española en la Berlinale al retrato del mundo trans en la sociedad actual. El envoltorio dentro de un drama familiar de la apertura a la vida de esa niña trans es más digerible para la mayor parte del público de salas. Con todo, ambos títulos apuestan de forma contundente por la integración. Como recuerda Urresola, ese fue el mensaje que dejó escrito Ekai Lersundi: “Solo pidió que los niños y las niñas que vinieran detrás de él encontraran un lugar más habitable”.