Acoso sexual en el cine español: “Una industria pequeña donde triunfa el miedo”

Numerosas profesionales consultadas para este reportaje reconocen haber sufrido o conocido abusos que no se denunciaron, y que el Me Too estadounidense no ha tenido eco en España

Un rodaje en la Gran Vía en Madrid.

Muy pocas actrices españolas han denunciado acoso sexual. Alguna, como Maribel Verdú, lo hizo cuando era menor y tuvo que ir a comisaría acompañada de sus padres. Aunque la conciencia en torno al abuso ha cambiado desde el estallido del Me Too en Estados Unidos, el manto de silencio continúa en el cine español. Lo demuestra el hecho de que ninguna de las intérpretes consultadas para este reportaje haya q...

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Muy pocas actrices españolas han denunciado acoso sexual. Alguna, como Maribel Verdú, lo hizo cuando era menor y tuvo que ir a comisaría acompañada de sus padres. Aunque la conciencia en torno al abuso ha cambiado desde el estallido del Me Too en Estados Unidos, el manto de silencio continúa en el cine español. Lo demuestra el hecho de que ninguna de las intérpretes consultadas para este reportaje haya querido que se publique su nombre. Muchas repiten esta frase, con diversos matices: “A mí no me ha pasado nada remarcable. Alguna situación incómoda, aunque no llega a ser un acoso de esos de denunciar, ¿sabes?”. La primera reacción es la de negación. Pero, tras el rechazo inicial, llegan la reflexión y los recuerdos. E, incluso, las confesiones sobre amigas que vivieron esa situación. Y, entonces, perciben de otra manera aquella vez que un director no solo les dio una indicación, sino que las agarró de cierta manera. O aquel otro momento en el que un compañero hizo un comentario o una acción fuera de lugar y se callaron para “no incomodar”.

Tal vez no haya aparecido, por el momento, en la industria audiovisual española de las últimas dos décadas una figura tan execrable como la del productor estadounidense Harvey Weinstein, con la que se inició el movimiento Me Too en Hollywood, a finales de 2017. Ese gran meteorito cuya onda expansiva propulsó la última ola feminista y cambió la manera de trabajar en el sector audiovisual, no solo de Estados Unidos. Lo que ha sucedido en España es que se ha dejado de normalizar que un actor le diga a una actriz momentos antes de rodar una secuencia de sexo: “Vamos a calentar un rato antes de que empiecen a grabar”.

Esta situación la vivió una de las actrices entrevistadas. Ella, en connivencia con el director, consiguió que “ese calentamiento previo” que le pedía su compañero “de otra generación”, en tono de broma, no sucediera. “Yo no necesitaba ni entrar en calor ni leches”, relata, “así que con el director nos mirábamos. Yo le decía por favor e inmediatamente daba motor [empezaba a filmar]”. Esta intérprete reconoce que entonces no dijo nada, como en otras ocasiones, por “no crear una situación incómoda”. Solo lo habló con otra compañera de rodaje que, en sus palabras, “se sintió mucho más violentada” por este mismo actor. “Me lo contó porque buscaba un poco de complicidad con otra mujer”.

Mejora en rodajes

En los rodajes ha habido cambios positivos. Por la conciencia feminista desde el Me Too y porque en la industria del cine se ha creado, desde 2018, la figura del coordinador de intimidad. “Nuestra labor es garantizar que en las secuencias de desnudo, sexo o intimidad haya seguridad y respeto; y, a la vez, ayudar al director a lograr su visión creativa”, explicaba Amanda Blumenthal, una de las pioneras en esta nueva profesión, a EL PAÍS en 2021. Estos coordinadores son aún una novedad en los rodajes españoles y a la vez un síntoma de que no siempre el respeto es una garantía.

Verdú, veterana en la industria, ya que empezó de niña en el cine y la televisión, recordó en un programa de Mercedes Milá lo mal que lo pasó con José Luis Manzano en el rodaje de La estanquera de Vallecas. La actriz le contó a Jordi Évole: “Gente muy importante me ha vetado hasta en 10 películas por negarme a hacer portadas”. Preguntada por EL PAÍS, asegura que esto ya no se “normaliza”, y ahora “se alza la voz a sabiendas de que se van a tomar cartas en el asunto”. Entonces, ¿por qué no ha habido denuncias? “No sé quién denuncia o quién no, pero yo hace 40 años lo hice acompañada de mis padres”, cuenta, aunque prefiere no dar el nombre de su agresor.

En el cine español alguna vez se ha aplicado un protocolo no escrito como el que diversas cantantes de ópera y trabajadoras ejecutaron con Plácido Domingo en EE UU: nunca quedarse a solas con él. Una productora recuerda un rodaje en el que la vestuarista le advirtió de que cuando la joven actriz protagonista se cambiaba de ropa, el director se quedaba allí. Así que siempre hubo varias personas presentes, que además invitaban al realizador a abandonar la sala. “Ocurrió hace más de una década, y sí, se parecía al protocolo de Domingo”.

Fuera de cámara, sobre todo en los viajes promocionales que implican muchas horas compartidas con las mismas personas en lugares no estrictamente laborales como hoteles, aviones, fiestas posteriores a entregas de premios y festivales, se repiten estas situaciones que ya han dejado de ser “normales”. Una actriz relata una promoción en la que un director le “tiraba los trastos” y ella le dejaba claro, ante el resto, que no estaba interesada. “Al día siguiente, me besó delante de todo el mundo como para demostrar que me había follado”, recuerda. “Ahora igual le hubiera dado un bofetón para que quedara claro que era un gilipollas y que no me había follado”.

El director Pedro Almodóvar recibe el Feroz de Honor en la ceremonia de entrega de la décima edición de los Premios Feroz.Javier Cebollada (EFE)

Este acoso recuerda al que vivió la actriz Jedet en la pasada fiesta de los Premios Feroz. El productor Javier Pérez Santana, según los testigos consultados por este diario, se dedicó a “besar en la boca y en el cuello” y a “tocar” a varios asistentes sin su consentimiento. Algunos de ellos, como el periodista Bob Pop, al que intentó besar en tres ocasiones, no le dieron mayor importancia en ese momento: “Pensé: ‘Ya me ha tocado el baboso de la fiesta”. A sus 30 años, perteneciente a otra generación, la intérprete de la serie Veneno no lo identificó como una babosada, sino como una agresión sexual, y pidió a la organización de los galardones que llamaran a la policía, que detuvo al productor.

Pocas denuncias

Judith Colell, productora, directora y presidenta de la Academia catalana de cine, recuerda que esta institución tiene un departamento contra abusos en el audiovisual y las artes escénicas, “y ahí se incluyen programas con protocolos y protección de víctimas”. “Pero es cierto que no conozco denuncias judiciales recientes”, agrega. ¿Por qué? “Porque somos una industria más pequeña, y las víctimas tienen ganas y necesidad del anonimato. No conozco ningún caso directo, pero sí rumores. Lo que ha quedado claro después de los Feroz es que, por mucho que vayas a una fiesta, no todo está permitido”.

“Ese baboso ha existido siempre, pero no solo en el cine, sino en cualquier ámbito de la cultura”, afirma Berta Ojea, actriz y creadora de la Secretaría de Igualdad de la Unión de Actores y Actrices. “Hasta que tú no pones en claro que un problema existe, este no existe”. La intérprete, que ya ha cedido su cargo al frente de esta organización, recuerda cómo a principios de este siglo, cuando puso en marcha esta iniciativa para la visibilización y la denuncia de la desigualdad en el sector, recibió muchos casos. Pero especifica, “no denuncias”. Es decir, Ojea diferencia entre todas esas situaciones que les contaron mujeres de la cultura en busca de apoyo y consejo y las que finalmente se decidieron a ir a las autoridades. “Fueron muy poquitas”, confirma.

Otras entrevistadas sí subrayan que conocen casos de amigas, a las que han invitado a denunciar, pero… “Lo entiendo, son actrices jóvenes y te da miedo jugártela. Debería salir alguien con prestigio y la carrera ya hecha para que las otras puedan seguirla amparadas”, explica una cineasta. “Tiene que ocurrir como en el caso de Weinstein, que también denunciaron los hombres que lo rodeaban, asqueados de su comportamiento. No solo hay que poner el foco en las víctimas, sino también en quien protege a los acosadores, y esos compañeros tienen que dar un paso adelante”.

Lo mismo describe Cristina Andreu, presidenta de CIMA, la asociación que aglutina a las mujeres cineastas. “Estamos esperando a que pasen los premios Goya, que en esta edición encima celebran una gran temporada de cine hecho por mujeres, para enviar una carta a nuestras socias animándolas a que no callen”, cuenta. Esta acción ya la llevaron a cabo en 2021. “En aquella ocasión nadie se puso en contacto con nosotras. Las cosas no han cambiado, que no nos engañe que no se hagan públicos los casos: trabajamos en una industria pequeña donde triunfa el miedo”.

Imagen del documental 'El techo amarillo', de Isabel Coixet.

Andreu ha colaborado en el documental El techo amarillo, de Isabel Coixet, candidato al Goya en su categoría, que cuenta cómo en 2018 nueve mujeres presentaron una denuncia contra dos de sus profesores del Aula de Teatro de Lleida por abusos sexuales ocurridos entre 2001 y 2008, cuando eran adolescentes. Fue demasiado tarde: la denuncia llegó cuando el caso ya había prescrito y se archivó. El pasado miércoles, otra alumna de su último año hace cuatro cursos, volvió a denunciar al profesor y director de la escuela, Antonio Gómez. “Este caso no ha prescrito y ahora sí esperamos que este depredador sexual acabe en la cárcel”, explica Andreu.

Coixet describe “los miedos a no volver a tener otra oportunidad, porque se vive en la precariedad”, sobre todo en el caso de las actrices que empiezan. La cineasta recuerda: “Mi documental explica que cómo vamos a pedir a la gente que denuncie, cuando luego se te desprestigia cuando te echan en cara que justifiques tus conductas”.

En España, no ha habido denuncias masivas como sucedió en el caso de Weinstein y, posteriormente, con Plácido Domingo. “Las mujeres no denuncian y eso es parte también del machismo, del sistema patriarcal, porque ponemos el problema en la víctima, no en el agresor”, argumenta Ojea. “Ellas ya sufren la agresión como para que encima tengan que ser las heroínas”. Las veteranas que no denunciaron asumen que hacerlo ahora no tendría consecuencias judiciales por la prescripción de los delitos, además de que, en palabras de una entrevistada, “las que son madres no quieren pasar por la vergüenza de que sus hijos sepan lo que les sucedió”.

Figura de poder

Durante la etapa de Ojea al frente de la Secretaría de Igualdad de la Unión de Actores, los casos que les llegaron se hicieron públicos sin dar nombres, y, según explica ella misma, “se llevaron a los productores para que supieran qué estaba sucediendo”. No se trata de informes pormenorizados ni de decenas de denuncias. Lo que sí parece que se repite es esa figura de poder que, en su asumida impunidad, agarra a una actriz por la espalda tras un encontronazo por un asunto de trabajo y le dice, como cuenta una de las entrevistadas: “Tú y yo lo que tenemos que hacer es follar”.

El patriarcado es el argumento que reiteran las intérpretes consultadas para intentar dejar claro que el cine no es una excepción. “Esto nos pasa porque somos mujeres”, se escuchará en varias ocasiones durante la decena de entrevistas hechas para este reportaje. Aunque el trabajo con el cuerpo, la cercanía de un rodaje y esa idea de que por el arte hay que llegar hasta el final dotan de ciertas particularidades a esta industria.

María Zamora, productora de Alcarràs, ganadora de la pasada Berlinale, ha optado por levantar proyectos con realizadoras. “Muy conscientemente”, apunta. “La situación no ha cambiado porque el problema es social, va más allá del cine. En nuestra industria, el Me Too estadounidense no ha tenido ninguna repercusión. No hemos llegado más allá de preguntarnos por qué no hay un Me Too español. Siguen los miedos a que te digan que exageras, que ya sabes cómo es, que es que va borracho y excusas similares. La denuncia de Jedet sí revela que hay líneas rojas que ya no se pueden traspasar. Y eso es positivo”.

Si conoce algún caso, escríbanos a amarcos@elpais.es y gbelinchon@elpais.es

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