El gran misterio argentino

¿Saer o Puig? ¿Borges o Cortázar? ¿Maradona o Messi? Es un enigma de allá que siempre hayan pensado que solo había sitio para uno

El escritor argentino Manuel Puig en junio de 1981 en París.Ulf Andersen (Getty Images)

La deriva con la que viajo por internet me llevó, el otro día, al vídeo en YouTube de una conversación de 2015 en la Casa de América entre Alan Pauls y Rodrigo Fresán. No deja aún de sorprenderme que, poco antes de llegar a ella, hubiera terminado de leer un encuentro entre Juan José Saer y Ricardo Piglia, también argentinos. En medio de un fluido diálogo y una gran concordia (caso raro entre pares), hasta se permitían caer en una discrepancia. A Saer le gustaba Santa Fe, ciudad intermedia en la que todas las relaciones ...

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La deriva con la que viajo por internet me llevó, el otro día, al vídeo en YouTube de una conversación de 2015 en la Casa de América entre Alan Pauls y Rodrigo Fresán. No deja aún de sorprenderme que, poco antes de llegar a ella, hubiera terminado de leer un encuentro entre Juan José Saer y Ricardo Piglia, también argentinos. En medio de un fluido diálogo y una gran concordia (caso raro entre pares), hasta se permitían caer en una discrepancia. A Saer le gustaba Santa Fe, ciudad intermedia en la que todas las relaciones humanas eran posibles, y Piglia decía que, por la experiencia de lo anónimo, le atraían más las grandes ciudades.

Lo curioso vino después cuando llegué al youtube de la Casa de América y vi que éste tenía un aire de continuidad con lo que acababa de leer. Fresán y Pauls comentaban ahí que si en Argentina había dos escritores de parecida estatura literaria se daba siempre el caso de que tenían que estar enfrentados, aunque a veces fuera solo por una única discrepancia. Donde la hostilidad total se había dado con ímpetu absoluto, decían, fue entre Saer y Manuel Puig: Saer escribiendo para estudiantes de Filosofía, y Puig, según el propio Saer, “para modistillas”.

Sin embargo, pensé, Puig y Saer pertenecían a una misma constelación, pues ambos se dedicaban a intentar ampliar los límites de la literatura, por lo que no era de extrañar que Pauls le hubiera dicho un día a Saer que le gustaba mucho leerle, pero también al mismo tiempo le gustaba mucho leer a Puig. Por lo visto, Saer, al oírlo, se indignó, como si no pudiera aceptar que Pauls pudiera leer con placer parecido a un escritor tan opuesto a él.

Quizás por la influencia del Mundial de Qatar, la pregunta inevitable ahora es si habrá algún día un modo de desbaratar esa inercia argentina de los enfrentamientos entre pares. ¿Por qué no es posible conciliar a dos escritores opuestos radicalmente? Claro que lo es y hasta deseable. Ahí está el intento de Ricardo Piglia de unir a los quizás más irreconciliables: Roberto Arlt y Jorge Luís Borges. Por un lado, Arlt, tan populista y bruto y, a la vez, creador de utopías en forma de ficciones paranoicas, hoy tan de actualidad. Y por el otro, Borges, de alta cultura, escritor para las grandes minorías, experto en burlarse de las novelas. Algún punto en común tenía que existir entre ellos. Y Piglia lo encontró: tanto Arlt como Borges robaban, eran grandes ladrones. En el caso de Arlt, los hurtos en la biblioteca de una escuela en El juguete rabioso eran una metáfora casi perfecta del carácter delictivo de su acceso a la cultura. Y en el de Borges era obvio que sabía encontrar oro y oro en la Biblioteca Universal que parecía tener a su disposición.

¿Y qué decir de cuando en Argentina había que decidir si Borges o Cortázar, si Alejandra Pizarnik o Silvina Ocampo, si Piglia o Aira, si Lamborghini o nadie? Caigo por segundos ahora en el fútbol y en la solemne bobada de si Maradona o Messi. ¿Por qué no los dos? Es un gran misterio argentino que siempre hayan pensado que solo había sitio para uno.

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