Joaquín Rubio Tovar, profesor y narrador

El docente y escritor, fallecido a los 68 años, era un especialista en estudios medievales y traducción

Joaquín Rubio Tovar, profesor titular de Filología Románica y experto en literatura de la Edad Media, en 2011.UAH

Ni la familia ni los numerosos amigos de Joaquín Rubio Tovar, que acaba de fallecer en Madrid (donde nació, en 1954), podemos hallar consuelo. Además de un hombre sabio, era una maravillosa persona, de una honestidad, una entereza y una bondad ejemplares, fuera de lo común. También, de un sentido del humor inconfundible. Muchos de esos amigos lo eran por haberlo tenido como profesor en la Universidad de Alcalá. Ahí está para atestiguarlo el nutrido volumen Babel a través del espejo. Homenaje a Joaquín Rubio Tovar, que, gracias a la iniciativa y el trabajo de Marina Serrano, Belén Almeid...

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Ni la familia ni los numerosos amigos de Joaquín Rubio Tovar, que acaba de fallecer en Madrid (donde nació, en 1954), podemos hallar consuelo. Además de un hombre sabio, era una maravillosa persona, de una honestidad, una entereza y una bondad ejemplares, fuera de lo común. También, de un sentido del humor inconfundible. Muchos de esos amigos lo eran por haberlo tenido como profesor en la Universidad de Alcalá. Ahí está para atestiguarlo el nutrido volumen Babel a través del espejo. Homenaje a Joaquín Rubio Tovar, que, gracias a la iniciativa y el trabajo de Marina Serrano, Belén Almeida y Fernando Larraz, vio la luz hace un año.

Profesor de Filología Románica en dicha universidad —y años atrás de Lengua y Literatura en institutos de Bachillerato—, campos de trabajo predilectos fueron para él los libros de viajes y la historia y problemas de la traducción. Tras la síntesis La prosa medieval (1982) y la selección de Libros españoles de viajes medievales (1986) vinieron las obras de su progresiva madurez intelectual, como el ensayo Literatura, historia, traducción (2013). Le obsesionaba —horas interminables de conversación nos supuso— la historia y crisis de la Filología, a la que dedicó su libro de más empeño, La vieja diosa. De la Filología a la posmodernidad (2005).

Por los años en que ambos nos ocupábamos de enseñar lengua y literatura española en la llamada, con lítotes un tanto mezquina, “enseñanza no universitaria”, conseguí arrancarle una edición didáctica de la pequeña joya que es San Manuel Bueno, mártir. Fue un éxito editorial notable, y no solo por ser lectura obligada en Bachillerato y por la hondura estremecedora del relato unamuniano, también por el impecable trabajo que Joaquín llevó a cabo en aquel sucinto tomito de la colección Castalia Didáctica.

En el terreno de la romanística destacó como traductor y editor de dos obras escritas en el difícil francés medieval, Cligés, de Chrétien de Troyes (1993), y el Cantar de Guillermo (1997). Francia está también al fondo en la edición que realizó de una traducción castellana seiscentesca de las Memorias de Margarita de Valois (2017).

Y junto a la pasión filológica, la literaria, la creación. Narrador desde muy joven —¿cuántos cuadernos, escritos hasta los márgenes, habrá dejado?—, durante largo tiempo lo fue prácticamente inédito y se lanzó tarde a dar lo más escogido a la imprenta. Primero, algunas colecciones de cuentos. Después (2007-2019), cuatro novelas de corte entre policiaco y satírico protagonizadas por un personaje a ratos descacharrante, el detective José Carrasco: El sueño de los espejos (2007), Alguien envenena a los pájaros (2011), Viaje a la muerte (2016) y El caso de la academia universitaria (2019). Novela de intriga doblada en novela de campus.

Joaquín Rubio era, en fin, un melómano riguroso, progresivamente exquisito, y también en ese ámbito le debo mucho (y los dos, por cierto, al P. Sopeña). Nos volvió locos, por ejemplo, en tiempos muy mozos, la Sinfonía fantástica de Berlioz, que está en la base del que creo fue su primer cuento, o al menos el primero que me dio a leer, El niño que se convirtió en corno.

Pero no, ya no habrá más encuentros a la salida del Auditorio. Tampoco más charlas jugosas, ni más humoradas suavemente gamberras, ni más caminatas escurialenses, ni más cocidos montañeses, ni más cotilleos universitarios, ni más baños en Noja, ni más recordar chistes de su amigo Forges, ni más risas, sobre todo risas.

En tiempos de zozobra, el maravilloso título de un librito de Eugenio d’Ors suele asaltarme sugeridor y confortante: Cuando ya esté tranquilo. Tú ya lo estás, Joaquín, amigo mío, para siempre.

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