La Filarmónica de Berlín, Tabea Zimmermann, András Schiff y Betsy Jolas devuelven el lustre internacional a los BBC Proms
El popular festival de música clásica se sobrepone a dos ediciones dominadas casi exclusivamente por artistas británicos y condicionadas por la pandemia y el Brexit
Para William Ritter, Mahler era un “payaso shakespeariano”. Leemos este interesante apelativo del crítico francosuizo, que se convirtió en amigo y confidente del compositor, en un estudio inédito acerca de su Séptima sinfonía redactado años después de asistir a su estreno en Praga, en 1908. Para muchos fue su sinfonía más esquiva, pero Ritter veía en ella su partitura más visionaria y genial (“una oración fúnebre del pasad...
Para William Ritter, Mahler era un “payaso shakespeariano”. Leemos este interesante apelativo del crítico francosuizo, que se convirtió en amigo y confidente del compositor, en un estudio inédito acerca de su Séptima sinfonía redactado años después de asistir a su estreno en Praga, en 1908. Para muchos fue su sinfonía más esquiva, pero Ritter veía en ella su partitura más visionaria y genial (“una oración fúnebre del pasado pronunciada por el superhombre del futuro”). Una composición con un transgresor elemento central: el uso del humor y del ingenio para revelar verdades profundas, como hacen los locos en las comedias de Shakespeare.
Esta capacidad mahleriana para representar la complejidad de un mundo en constante cambio y evolución parece haber inspirado la temática de la nueva temporada de la Filarmónica de Berlín. Su director titular desde 2019, el ruso Kirill Petrenko (Omsk, 50 años), eligió a finales de agosto la Séptima, de Mahler, para inaugurar el Musikfest Berlin. La composición, de 85 minutos, será también la cabecera de la próxima gira norteamericana de la orquesta berlinesa, en noviembre, por Nueva York, Chicago, Michigan y Florida, y acaba de protagonizar su gira veraniega por los festivales de Salzburgo, Lucerna y BBC Proms.
Siempre se cita la Séptima mahleriana como la “cenicienta” de su catálogo. Una obra donde el compositor austríaco se reinventa, tras la tragedia de la Sexta, con un sorprendente final circense que combina trompetas, tambores y cencerros. Y sigue provocando desconcierto entre algunos fieles devotos de Mahler, por la osadía de “meter el circo dentro de la catedral” (otra celebrada frase de Ritter). Pero, paradójicamente, cada vez está más presente en las salas de concierto. Lo acabamos de comprobar, en España, en las actuaciones de clausura de la Quincena Musical de San Sebastián y el Festival Internacional de Santander.
Debemos también a Ritter uno de los testimonios más repetidos del propio Mahler acerca de la composición de esta sinfonía, en el verano de 1905. Una confesión que el compositor hizo al crítico, en octubre de 1908, tras volver a escucharle dirigir la obra a la actual Filarmónica de Múnich: “Fui a los Dolomitas durante tres días, y cuando regresé, mientras cruzaba el lago, apenas puse un pie en el bote de remos, mi mente comenzó a trabajar y todo lo que pensaba, veía y sentía remitía a ta-tatata-tatata”. Se refiere Mahler al ritmo de corchea y fusas que abre la obra, a modo de marcha fúnebre. Un lecho sonoro sobre el que sustenta la misteriosa melodía inicial de la trompa tenor.
Quizá no se haya tocado nunca una interpretación más perfecta del inicio de esta obra que la escuchada, el pasado sábado, 3 de septiembre, a la Filarmónica de Berlín con Petrenko, en el Royal Albert Hall. Un concierto que marcaba el esperado regreso, cuatro años después, de la orquesta berlinesa a los BBC Proms londinenses. La ocasión provocó que la mítica sala, cuyo aforo supera con creces los 5.000 espectadores, estuviera prácticamente llena. Un público masivo, silente y apasionado que utilizaba muy excepcionalmente las mascarillas y donde no faltaban los famosos prommers, que volvían a llenar de pie la arena de la sala, con sus rituales y recaudaciones benéficas. Una etiqueta tan respetuosa cuando suena la música como desenfadada cuando termina y que permite beber vino o cerveza mientras se disfruta de un concierto.
Pero esa insólita perfección de Petrenko y la Filarmónica de Berlín, desde los primeros compases de la obra, no aseguró el rumbo en el referido bote mahleriano donde empezó todo. Cada nueva nota, frase o textura resultaba más impresionante que la anterior, aunque la música no terminase de despegarse de los pentagramas. Lo comprobamos en la frialdad con que discurrió la exposición y el desarrollo, cuyo luminoso clímax en si mayor, previo a la irrupción de la recapitulación, apenas alteró las pulsaciones del público. Precisamente fue la recapitulación lo mejor del movimiento, con un relato plagado de insolencia y valentía hasta la coda final. Petrenko convirtió la primera música nocturna, a continuación, en un fresco sonoro lleno de detalles y matices de un virtuosismo sobrehumano, aunque para escuchar una precisa traducción sonora de sus gestos sobre el podio fuera necesario esperar casi al final del movimiento.
El sombrío scherzo fue ganando fluidez, flexibilidad y temperatura con el paso de los minutos. Y la segunda música nocturna se limitó a conformar una admirable serenata de los solistas de la orquesta berlinesa, encabezados por el exquisito violín del concertino Daishin Kashimoto. No obstante, lo mejor de la noche llegó en el rondo-finale, con Petrenko tratando de emular al aludido “payaso shakespeariano” para soldar con valentía ese mosaico de temas y ritornelos circenses y populares que cierran la obra. Está claro que la perfección y transparencia berlinesa no aseguran un relato inolvidable de esta sinfonía mahleriana. Sin ir más lejos, la primera vez que la obra se tocó en los Proms, en agosto de 1969, los abundantes errores e imprecisiones de la Philharmonia Orchestra bajo la dirección de Jascha Horenstein no impiden que el resultado siga sonando hoy musicalmente admirable.
Petrenko dirigió convaleciente de una operación en su pie derecho y utilizó discretamente una banqueta. Pero no pudo afrontar el segundo programa de la gira veraniega con los filarmónicos berlineses. El director británico Daniel Harding (Oxford, 47 años) asumió in extremis el segundo concierto de la gira, a finales de agosto, y se hizo cargo de la primera obra del programa, el Concierto para viola de Alfred Schnittke, pero optó por dirigir la Cuarta sinfonía de Bruckner, en lugar de la Décima de Shostakóvich. Obviamente ese cambio alteró la unidad del programa que pretendía conectar la música del compositor petersburgués con uno de sus más ilustres epígonos. La violista alemana Tabea Zimmermann (Lahr, 55 años), que fue la solista en Schnittke el pasado domingo, 4 de septiembre, en el segundo concierto de la Filarmónica berlinesa en los Proms, recordaba a los micrófonos de la BBC la importancia que tuvo para ella haber podido conocer a ese hombre sincero y humilde durante el Festival de Lockenhaus, en 1994. Pero la obra había sido dedicada, en 1985, a su colega Yuri Bashmet, cuyo apellido lo convierte Schnittke en el primero de los dos temas de la obra. Un acrónimo musical al estilo de Shostakóvich: B-A-S-C-Hm-Et (si bemol-la-mi bemol-do-si-mi conforme a la notación musical alemana). Le sigue, poco después, otro tema que es un guiño neoclásico en forma de peluca dieciochesca, una sencilla cadencia que incluye la resolución de un trino.
Zimmermann resaltó con claridad la exposición de los dos temas, en el breve largo inicial, y afrontó con intensidad virtuosística su desarrollo, en el allegro molto central. Pero la violista alemana elevó especialmente la intimista elaboración del segundo tema, acompañada por el piano y la cuerda sostenida (Schnittke no incluye violines en esta obra), a la que se van sumando figuraciones y adornos de otros instrumentos, como el flautín y el flexatono hasta convertirlo en una extraña humorada. La obra utiliza armonías modernas, pero su estética es romántica, aunque se trata de una expresividad edulcorada que se transforma en veneno. De hecho, el propio Schnittke reconoció que, mientras la música del segundo movimiento exalta la vida, el largo final camina hacia el umbral de la muerte. La parte final de ese movimiento fue lo más impactante de todo el concierto, un memento mori donde la viola se comporta casi como un ser vivo en el trance final y la inquietante combinación de la celesta, el clavicémbalo y el piano como el sonido de sus órganos que se apagan.
Tras el descanso, Harding dirigió la Cuarta sinfonía, de Anton Bruckner, en la nueva edición de Benjamin Korstvedt que reproduce todos los detalles de la partitura estrenada en Viena, en 1881. Las diferencias son mínimas con respecto a la habitual versión de 1878/1880, pero lo más destacable fue otra vez escuchar a una orquesta en estado de gracia desde el primer compás de la obra. El director inglés arrancó haciéndonos sentir el trémolo de la cuerda antes de poder escucharlo y Stefan Dohr tocó el solo de trompa con el sonido más sugerente y evocador posible. Fue una versión nítida, transparente y plenamente objetiva, donde Harding mostró renovadas afinidades hacia el compositor de Ansfelden, tras la irregular Quinta que dirigió a esta orquesta en 2018.
El director inglés exhibió claridad de ideas y una conexión fluida con los músicos, aunque faltó hondura en la construcción de muchos momentos relevantes de la obra. Por ejemplo, el desarrollo del movimiento inicial comenzó sin misterio y siguió adelante sin hondura en el coral de trompetas, trombones y tuba, impulsado por las trompas y acompañado por resplandecientes trémolos de violines. Tras un andante quasi allegretto y un scherzo fluidos y admirablemente tocados, pero también asépticos y rígidos, lo mejor llegó en el finale, donde construyó un variado itinerario, a pesar de una coda final un tanto decepcionante.
Pero al lustre internacional que ha aportado la Filarmónica de Berlín a los Proms de este año se ha sumado también, en estas fechas, la vuelta de András Schiff (Budapest, 68 años) a sus recitales en el Royal Albert Hall. El pianista húngaro regresaba con las tres últimas sonatas de Beethoven, como matiné del domingo, 4 de septiembre, tras haber tocado en sesión nocturna los dos cuadernos bachianos de El clave bien temperado, en 2017 y 2018. De hecho, el pianista se hizo esperar antes de salir al escenario y cuando compareció tocó Bach, en lugar de Beethoven. Se trataba del Preludio y fuga en mi mayor, BWV 878 como preámbulo a la beethoveniana Sonata Op. 109, que está en la misma tonalidad. El inicio con Bach encontró enseguida continuidad en Beethoven a través de los pasajes fugados. Schiff sigue practicando un Beethoven íntimo, admirablemente articulado y preciso, pero también exquisitamente fluido. Y esa fluidez impregnó las variaciones del movimiento final del Op. 109, tanto la fuga de la quinta como la asombrosa y nítida superposición de planos sonoros de la sexta y última. En la Sonata Op. 110 faltó esa fluidez en el allegro molto central y drama en el arioso dolente , pero la fuga final terminó por equilibrar el balance entre corazón e intelecto. Y terminó el recital, sin mediar descanso alguno, con la Sonata Op. 111, la última del ciclo beethoveniano, donde volvió a inclinar la balanza hacia la arietta final para revelar admirablemente su proeza constructiva y musical.
Pero el núcleo del festival sigue formado por las orquestas de la emisora británica que este año celebra su centenario. A ellas suelen corresponder la mayor parte de los conciertos, pero también el cometido de estrenar las nuevas composiciones encargadas cada año para el festival. Sus programas cuentan con una perfecta combinación de nuevas obras y repertorio convencional, pero también con menos afluencia de público. Un ejemplo fue el concierto del pasado lunes, 5 de septiembre, donde la directora Karina Canellakis (Nueva York, 41 años) dirigió a la Sinfónica de la BBC. El programa se abrió con una excelente interpretación de la obertura de Las criaturas de Prometeo, de Beethoven, donde la directora norteamericana, que es titular de la Filarmónica de la Radio de los Países Bajos, dirigió una versión incisiva y contrastada, pero también una irregular Primera de Mahler en la segunda parte. A todo ello se unió el estreno absoluto de bTunes for Nicolas, un concierto para piano en forma de playlist de Apple dedicado al pianista Nicolas Hodges que actuó como solista bajo la dirección de Canellakis. Una composición llena de destellos tímbricos y de mucho sentido del humor, de la veterana compositora francesa Betsy Jolas (París, 96 años), que estudió con Darius Milhaud y Olivier Messiaen, a quien sucedió al frente de la clase de composición del Conservatorio de París y estuvo presente entre el público del Royal Albert Hall. Una creadora redescubierta hace poco por Simon Rattle, cuyas composiciones están recibiendo un merecido reconocimiento. Más vale tarde que nunca.