Manolito y el ‘bullying’

Pongo a mi personaje como ejemplo para observar a qué conduce la excesiva pedagogización de la creatividad. Yo me lavo las manos: no lo escribí para educar a nadie

Ilustración de 'Las tres gracias'.Emilio Urberuaga

La madre se acerca a nuestra mesa en el bar dejando a su niña atrás. Me dice que quiere agradecerme lo que mis libros (Manolitos) han ayudado a su hija durante dos años, en que ha vivido una desesperante experiencia de bullying en el colegio. Me levanto y voy hacia la niña. Le doy un beso y veo que está llorando. Aquellos que no han escrito jamás para niños no pueden imaginar de qué manera los personajes entran en sus vidas, el in...

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La madre se acerca a nuestra mesa en el bar dejando a su niña atrás. Me dice que quiere agradecerme lo que mis libros (Manolitos) han ayudado a su hija durante dos años, en que ha vivido una desesperante experiencia de bullying en el colegio. Me levanto y voy hacia la niña. Le doy un beso y veo que está llorando. Aquellos que no han escrito jamás para niños no pueden imaginar de qué manera los personajes entran en sus vidas, el influjo, el impacto, la identificación. La niña se llama Abril, es bonita, sensible, tiene once años. La estrecho contra mí. Emociona que este personaje, creado hace tantos años y distanciado ahora de mí, siga actuando por su cuenta. No es la primera vez que una criatura que ha sufrido bullying se me acerca. Debe de ser que lo que más necesita un niño o una niña frágil es a un antihéroe, a un niño que también lo es, que lleva gafas y se las rompe el chulo del colegio, que no tiene grandes habilidades físicas, tampoco es un cerebrín, pero posee el don de narrar historias y eso es lo que le une a tantas almas. Jamás pretendí que fuera terapéutico, escribí sin pretensiones, salvo la de dejarme llevar por el humor infantil. Ahora disfruto de que lectores ya adultos pueden contarme lo que supuso para sus vidas, y hay muchas historias, que si yo fuera disciplinada debería contar.

Manolito, y perdonen que hable del personaje, pero es que ya no me pertenece, ha acompañado a muchos niños, pero tiene una especial función sanadora con aquellos o aquellas que son más vulnerables. Eso contrasta con los adjetivos que los vigilantes de la moralidad y la corrección le han dedicado, por ejemplo, en los Estados Unidos. Una de sus traductoras al inglés, Caroline Travalia, escribió un divertidísimo ensayo sobre las estúpidas censuras a las que fue sometido el texto. A tal punto llegaba el esfuerzo editorial por hacer de Manolito un niño ejemplar que llegaron a censurar algún dibujo: en una ilustración de Emilio Urberuaga, Manolito y sus amigos están de visita escolar en el Museo del Prado y se están riendo delante de Las tres Gracias de Rubens. Pues bien, el dibujo de las tres Gracias fue sustituido por otro. Ya se sabe, tres señoras desnudas del siglo XVII son más nocivas para la mente infantil que un anuncio de Victoria Secret.

Creo que es en la literatura infantil donde se ceban más con la tijera, pero no trasciende, porque se trata de un universo cultural que provoca escasa atención. Es paradójico que una de las acusaciones, porque de acusaciones se trataba, que me dedicaron en las críticas americanas fue que mis libros fomentaban el bullying. También les inquietaba mucho la parte de humor escatológico (¡bendito sea!) y el vocabulario. Y eso que los libros se publicaron en el chasis. En un país en el que tantos chavales se familiarizan con las armas a través de la cultura del rifle o de un cine violentísimo al que pueden acceder acompañados, un libro de un chaval de barrio con gafas al que se las rompe el chulito Yihad puede inducir a comportamientos violentos.

Cada vez que una niña se me acerca con una historia como la de Abril o que un joven ya profesional me agradece la compañía que supuso para él el héroe carabanchelero, me reafirmo en el convencimiento de lo poco que conocen el alma infantil aquellos que deciden qué es lo que se debe leer en la infancia; también me espanta lo aburrida que es su rigidez moral, que no induce a la bondad, sino que favorece, con su ultra proteccionismo, la debilidad emocional, además de no educar en la ironía sino en la literalidad.

A estas alturas no promociono a mi personaje, no le hace falta, sino que lo pongo como ejemplo para observar a qué conduce la excesiva pedagogización de la creatividad. En Francia, Manolito no duerme en el mismo cuarto que su abuelo, vaya a ser que… Y hablamos de países defensores de la libertad creativa. En Irán, donde goza de gran popularidad, está censurado el último, en el que el Orejones sale del armario. No nos echemos las manos a la cabeza, seguramente yo no podría publicar esos libros ahora en una colección infantil española. Por eso, harta de tanta idiotez, Manolito vive feliz en una colección para adultos. Y yo me lavo las manos: no los escribí para educar a nadie.

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