George Miller, director de la saga ‘Mad Max’: “Al final, todo va de sobrevivir”
El cineasta australiano estrena la próxima semana en España ‘Tres mil años esperándote’, donde describe la relación entre una erudita y un genio que sale de una botella. “La curiosidad es la herramienta más necesaria para hacer buen cine”, dice
Bajo esa mirada divertida e inocente, el australiano George Miller (Chinchilla, Queensland, 77 años) esconde una excepcional imaginación con una vertiente siniestra y una capacidad narrativa descomunal. “Pues si eso le parezco, debería conocer a mi hermano mellizo John”, cuenta riendo. No son gemelos, pero durante los primeros 22 años de su vida lo hicieron todo juntos como siameses. Hasta estudiaron Medicina codo con codo. “En nuestra aislada infancia rural no hubo televisión, solo un cine con matinales los sábados, así ...
Bajo esa mirada divertida e inocente, el australiano George Miller (Chinchilla, Queensland, 77 años) esconde una excepcional imaginación con una vertiente siniestra y una capacidad narrativa descomunal. “Pues si eso le parezco, debería conocer a mi hermano mellizo John”, cuenta riendo. No son gemelos, pero durante los primeros 22 años de su vida lo hicieron todo juntos como siameses. Hasta estudiaron Medicina codo con codo. “En nuestra aislada infancia rural no hubo televisión, solo un cine con matinales los sábados, así que mi mayor entretenimiento juvenil fueron las historias que me contaba John. Él sigue siendo aún muy divertido, y su mente, más analítica que la mía, le ha permitido ser un gran especialista en medicina deportiva”.
A su lado, Tilda Swinton le mira socarrona. La conversación sobre cuentacuentos y narradores hipnóticos es pertinente porque Miller promociona Tres mil años esperándote, en la que Swinton encarna a Alithea Binnie, una catedrática de Literatura, una solitaria erudita que en un viaje a Estambul frota una pequeña botella de la que sale un genio (Idris Elba). Por supuesto, el genio le concede tres deseos, aunque Alithea —que en griego clásico significa veraz y se refiere a la diosa de la verdad— rechaza la oferta: esos favores suelen acabar mal. Para convencerla, el genio decide contarle viejas historias de su turbulento pasado.
La entrevista, ante cuatro periodistas, se realizó en mayo, durante el festival de Cannes, cuando inició la promoción de un filme que estos días se estrena por casi todo el mundo (en España llegará a las salas el próximo viernes 2). Posteriormente, Miller volvería a Australia, donde el pasado 1 de junio comenzó el rodaje de Furiosa, la precuela de Mad Max Fury Road, en la que Anya Taylor-Joy interpreta en su juventud al personaje que en la anterior encarnó Charlize Theron. Y aún sigue allí, junto a Chris Hemsworth, porque la filmación se detuvo temporalmente cuando Miller dio positivo en covid.
Su aspecto juvenil y su energía casi hacen olvidar que tiene 77 años. Su sonrisa esconde una mente endiablada y ecléctica: es el cineasta de Mad Max, pero también el de Babe, el cerdito valiente, El aceite de la vida, Las brujas de Eastwick o las dos Happy Feet. Y reconoce que es “meticuloso”: Mad Max Fury Road se rodó en Namibia en 2012 y se estrenó en 2015; con Furiosa correrá más, porque se estrenará el 24 de mayo de 2024.
Aunque antes, Tres mil años esperándote. “Toda mi vida se ha basado en contar historias. Ahora bien, no todas son cuentos de hadas y me atrevería a decir que esta tampoco lo es”, apunta. “A mí me gustan las narraciones, porque con ellas empatizas con otros y, en fin, me ayudan a vivir”. Alithea cree que toda leyenda se puede explicar desde la lógica y la ciencia, hasta que el genio la desarma. “Los mitos son las herramientas con las que la humanidad fue traspasando el conocimiento durante generaciones. No creo en criaturas extrañas ni en leyendas; por otro lado, me dedico al cine [risa]. Es curioso, toda historia necesita un narrador y un público. No todos los narradores cuentan esas leyendas de igual manera, y cada espectador la entiende particularmente”. Miller explica que una vez en Sudáfrica le argumentaron que Babe, el cerdito valiente hablaba del apartheid con la disección de algunas de sus secuencias. “Y no pude llevarle la contraria, porque estaba perfectamente cimentado a pesar de que ni se me había pasado por la cabeza”.
De vuelta al cuento de hadas, Miller entiende que esa es una de las maneras primigenias de comunicación del ser humano. “Y es el formato en el que tendemos a expresarnos. Hemos pasado una pandemia, y las descripciones de las numerosas heroicidades médicas se han adaptado a ese esquema narrativo. Como los récords y las victorias deportivas”, reflexiona. “Funciona, es obvio”. Y retoma en la conversación la mitología. “Siempre me ha interesado. Especialmente, su lado más pedagógico. Responde a una pregunta que siempre nos ha acompañado: ¿por qué? De ella nacieron las mitologías y las religiones, y a ella intenta responder la ciencia. Al final, todo va de sobrevivir”.
En Tres mil años esperándote, además de la aventura del cuentacuentos casi como una profesión-pasión que salva vidas (Miller por ello salpica el metraje de guiños a Las mil y una noches), se defiende la curiosidad como motor vital. Entre la capacidad narrativa y la curiosidad, ¿cuál es la característica preferida del australiano? “Pueden existir una sin la otra, cierto. Pero cuando me preguntan cuál es la herramienta más necesaria para hacer buen cine, en realidad, para afrontar cualquier empeño vital, no hay duda: la curiosidad. Y de ella germinan las mejores narraciones. La gente vitalmente apagada es la que ha perdido la curiosidad”.
Aunque Miller haya rodado un puñado de clásicos, nunca ha encarado un filme de superhéroes. ¿Es el genio de su último trabajo su primer acercamiento a estos personajes? “Desde luego, vuela y aumenta y disminuye de tamaño a su antojo [risa]. Pero creo que aquí la única superheroína es la narración... Aunque podrías calificar el filme en ese género”. Se muestra más interesado en ahondar en el estado de ánimo del receptor de las historias. “He jugado con un cierto distanciamiento, como en Las mil y una noches, en que al espectador le llegue el relato a través de la voz de la erudita, que a su vez advierte sobre lo extraordinario que va a contar, y sobre la necesidad de que su público sea abierto de miras. A eso predispone, por ejemplo, el clásico ‘Érase una vez...’. Es una fábula sobre un genio en unos tiempos en los que ya no creemos en genios, en que triunfa el agnosticismo en todas sus vertientes”, aventura. “Por eso, como todo director de cine, pido algo de credulidad a la audiencia”.
En bastante de su obra, el paisaje en el que se mueven sus protagonistas es posapocalíptico, en el amplio sentido de la palabra: tras una enorme desgracia, ¿cómo encarar los retos posteriores, cómo plantearse una reconstrucción vital? “Cierto, eso vale hasta para El aceite de la vida”. ¿Así es cómo ve la vida? “El drama, desde el principio de los tiempos, nace de algo inherente al ser humano, el conflicto, una constante de las narraciones, sea cual sea el formato artístico en que se plasmen. ¿Y qué va unido al conflicto? El miedo. Y no hay mayor miedo que encarar la vida después de que alguien o algo haya golpeado el tablero y tirado todas las fichas, ese tiempo posapocalíptico cuando menos es nada. ¿Quién vio venir la pandemia? ¿Quién nos había preparado ante ella? Nadie, y hemos tenido que adecuarnos a los nuevos tiempos, inventar explicaciones que calmaran nuestros temores, lo que, otro lado, es un proceso milenario en el devenir de la humanidad. Es esa vela tintineante en una casa a oscuras en la noche más profunda”.