Josemi Carmona: “A un gitano con dinero se le mira de otra forma”
El instrumentista estrena trabajo con Javier Colina y Bandolero, lucha por el reconocimiento laboral y artístico de los flamencos y afirma que, como productor, le gustaría grabarle un disco a Rosalía
Josemi Carmona ya no luce los pendientes que le han acompañado media vida y sí una pulsera en la muñeca izquierda: la del Pueblo Gitano. Es un cambio estético que refleja otro: el de alguien que se está acostumbrando a entrar en los asuntos menos amables que rodean a la música, pero que también la explican.
Concede esta entrevista en su nueva casa, a pocos pasos del lago de la Casa de Campo de Madrid y a diez minutos en coche de donde se crio: el barrio de Campamento. De allí salió a lo...
Josemi Carmona ya no luce los pendientes que le han acompañado media vida y sí una pulsera en la muñeca izquierda: la del Pueblo Gitano. Es un cambio estético que refleja otro: el de alguien que se está acostumbrando a entrar en los asuntos menos amables que rodean a la música, pero que también la explican.
Concede esta entrevista en su nueva casa, a pocos pasos del lago de la Casa de Campo de Madrid y a diez minutos en coche de donde se crio: el barrio de Campamento. De allí salió a los 17 años para ser músico profesional. Sin cobrar empezó a los tres, cuando cogió por primera vez una guitarra imitando a su referente: Pepe Habichuela, su padre. Carmona acaba de estrenar piso y Vida, el tercer disco junto al contrabajista Javier Colina y el percusionista Bandolero.
Al contrario que su padre o su primo Antonio —vocalista y “relaciones públicas” de Ketama, como él mismo lo define—, Josemi no nació en Granada sino en Madrid, aunque el deje de su hablar es andaluz. Ese acento tiene que ver también con los recuerdos de sus veranos de infancia, no en un patio de Sevilla como el que evocó Machado en su poema, sino en Las 3.000 viviendas. Es el barrio de su madre, la bailaora Amparo Niño. “Me quedaba con mi abuela mientras mis padres se iban de gira. Es un barrio pobre, pero para mí era el paraíso”. Le sorprende y le gusta que le pregunten por su madre, siendo su padre la estrella de la familia. “Ella trabajó y viajó mucho, pero renunció a su carrera para cuidarnos. Lo hizo voluntariamente para ejercer un papel de pilar muy importante. Mi padre siguió estando ausente, ella no. De él aprendí a tocar la guitarra, de ella, muchas más cosas. Por desgracia, no a bailar, en eso soy un desastre”, cuenta riendo.
Le hace gracia que le pregunten por Amparo, cuya foto vestida de bailaora preside el comedor, pero está encantado de darle su sitio. Le ocurre igual con su tía Marina Habichuela, a quien le dedicó un tema en su primer disco: “Cantaba así de bonito”, afirma mientras se señala el brazo con el vello de punta tras darle al play en un vídeo que enseña en su tableta. “Se acompañaba a sí misma con la guitarra”, explica emocionado, y el recuerdo sirve para preguntarle a este Carmona qué le pasa al flamenco con las tocaoras. “Yo no distingo entre ellos y ellas, trabajo con hombres y mujeres por igual y si un compañero se niega a tocar con Antonia Jiménez o le ha pedido que se deje el pelo largo para actuar juntos, como ella misma ha contado, es un idiota e idiotas hay en todos lados”. No dice “machista”, dice “idiota”, del mismo modo que le cuesta un poco decir “racismo” porque en su casa y en su vida ha convivido con gente de todos los orígenes, razas y compases. Sin embargo, cuando se le insiste y se relaja, este padre de tres hijos suelta: “En este tema hay mucho de clasismo o, quizá, de dinerismo: es decir, a un gitano con dinero se le mira de otra forma”.
Del nuevo flamenco a la nueva guitarra
“Yo sé que me llamaban el guapo de Ketama”, explica con timidez quien entró en el grupo a los 14 años. Las fans así se lo demostraban, aunque él en la banda tenía una tarea algo más complicada: se encargaba de los arreglos y el sonido. Se nota que tiene bien digerido ese pasado, que no lo es tanto porque sus miembros se reunieron en 2019, porque sus estribillos siguen vigentes y porque en ese comedor plagado de guitarras y de un ordenador donde compone están los premios y los reconocimientos de esos años. A la vez, deja claro que hace mucho que va por libre, especialmente desde que inauguró su carrera en solitario hace 11 años con Las pequeñas cosas, un disco instrumental donde contó con colaboraciones como la de su ídolo, Paco de Lucía. “Sigue siendo el mejor músico del mundo para mí, no solo del flamenco. Y sigue siendo mi maestro. Él lo pasaba mal porque es verdad que con la guitarra, si la dejas unos días, pierdes mucho. Pero yo no sufro, no me hace la vida imposible”.
Carmona reconoce haber aprendido de oído, se lamenta de haber estudiado poco e insiste en quitarse importancia, pero casi todos en el mundillo lo consideran un virtuoso. Por eso no es atrevido decir que si con Ketama inauguró el nuevo flamenco, con su toque está creando una guitarra Habichuela del siglo XXI a la altura de su saga. Así lo consideró Enrique Morente, tan exigente con los tocaores, cuando lo eligió como uno de los siete guitarristas de Mi cante y un poema, el primer disco de su hija Estrella. De ese modo, se perpetuaba una relación personal y creativa que une a los Morente y los Habichuela y que en el caso del padre de Josemi se materializó en una obra como Despegando. En ella, acompañó al cantaor, con quien fraguó un disco tan moderno hoy como en aquel 1979, cuando se estrenó. “Fue una locura.... Porque Enrique era un rockero, pero mi padre también”.
Entonces hubo críticas y dudas, pero hoy nadie renuncia a decir que eso es flamenco. “Lo que yo hago, no. Soy flamenco pero no hago flamenco”, dice en una frase que repite con tanta frecuencia que suena a disculpa. Él prefiere decir que es respeto: “No se aprende lo jondo en dos años ni con unos cuantos discos”.
Flamenco sin duendes
Carmona bebe más de esa experimentación que conoce bien su padre que del flamenco puro de su tía Marina. Y en cuanto a sus referencias a la hora de crear, no vende motos. Por eso al preguntarle por qué hizo una versión preciosa a ritmo de soleá por bulería con la banda sonora de Gran Torino, reconoce que ni siquiera había visto la película de Clint Eastwood: “Se la escuché a Jamie Cullum y la llevé a mi terreno”.
En su discurso hay respeto por lo jondo, pero pocos “duendes”: tocar, escuchar y crear, así resume su trabajo, mostrándose muy distinto a Paco de Lucía, que definía la guitarra como “una hija de puta”. A Carmona, más que el instrumento, le angustian las condiciones laborales de su gremio: “Si Lorca levantara la cabeza y viera la situación de muchos flamencos, le daría mucha pena”. Recuerda que aunque hoy parezca que Ketama tuvo un éxito inmediato, estuvieron 10 años tocando por locales de Madrid cobrando una miseria: “Como tantos músicos hoy”.
Por eso forma parte de Flamenco Siglo XXI, una entidad que busca canales de comunicación con las autoridades. “A los flamencos no nos tienen en cuenta. Somos parte de la cultura española, aquí nació el flamenco que va por todo el mundo, pero no tenemos ni siquiera un informe sobre su impacto, no solo cultural, también económico”. No está cómodo quejándose, se le nota, pero asegura que hacerlo es parte del compromiso que ha adquirido con su música. Por eso se lamenta de que lugares de creación y comunión flamenca como Casa Patas o Candela cierren. También aboga por la profesionalización: “No puede haber tantos flamencos viejos con problemas para llegar a fin de mes porque no se les ha reconocido su trabajo”. Y reclama reconocimiento: “¿Cómo puede ser que Pepe Habichuela no pueda dar clase en unos estudios superiores de flamenco?”.
Su presencia en la SGAE también la explica en ese sentido: “El caso de la rueda está en los tribunales y los que hayan delinquido tendrán que pagar, pero no fueron todos los músicos. Lo que yo busco es que el flamenco y el jazz estén en prime time, y que si lo dejan para horas intempestivas, lo paguen mejor. ¿O no es mejor eso que tanto anuncio de tarot de madrugada?”.
Sueños de un productor
Carmona tiene otra fuente de ingresos: es productor, una faceta menos conocida que le ha llevado a crear joyas como Hands, el disco que grabó con su padre y el contrabajista Dave Holland. También ha producido a La Barbería del Sur, a Niña Pastori con Alejandro Sanz, y al preguntarle a quién le gustaría hacerle un disco, grita: “¡A Rosalía!”. ¿Cómo lo haría? “La escucharía, vería qué tiene en mente y la guiaría: esa es la tarea de un productor. Yo no puedo imponerle nada, ni quiero, a una artista”.
Beyoncé es el otro nombre que se le viene a la boca: “¡Esa es gitana!”, dice riendo, pero muy en serio, porque el lazo que une a negros y calés es innegable, y por eso no es el único que cita a Miles Davis, Michael Jackson o Ella Fitzgerald cuando se les pide que digan cuál es su dúo soñado. Esa conexión también viene de otro lado y tiene que ver con la pulsera que luce en la muñeca izquierda: “Son pueblos que han pasado fatigas”.
Él no las pasa con la sonanta (guitarra), quiere dejarlo claro, y al rato ya tiene una en la mano y se pone a tocarla. A veces sin dejar de hablar. La tiene agarrada cuando, ya acabando la entrevista, vuelve a la tableta y enseña un vídeo suyo acompañando una grabación de Camarón de la Isla. Se emociona al instante: “¿No te parece que José cada día canta mejor?”, dice en una frase flamenquísima. Es decir, mágica. Y sin necesidad de duendes.