‘La Perla Negra’ naufraga en Chipiona
La aventura del velero encallado en unas rocas el jueves por la noche y cuya tripulación ha tenido que ser rescatada en helicóptero tiene un componente personal inquietante: yo debía estar a bordo
Me he despertado con el mensaje inesperado de mi cuñado: “El naufragio del capitán!!! ha marcado una etapa de la perla negra. Y la subida de tu hermana en helicóptero un hito”. Desde luego, Javier no es Gabriel García Márquez, ni aunque naufrague, y nunca se le ha dado escribir con claridad, pero es comprensible que no esté para literaturas: anoche su velero, en el que iban embarcadas siete personas chocó con unas rocas cerca d...
Me he despertado con el mensaje inesperado de mi cuñado: “El naufragio del capitán!!! ha marcado una etapa de la perla negra. Y la subida de tu hermana en helicóptero un hito”. Desde luego, Javier no es Gabriel García Márquez, ni aunque naufrague, y nunca se le ha dado escribir con claridad, pero es comprensible que no esté para literaturas: anoche su velero, en el que iban embarcadas siete personas chocó con unas rocas cerca del faro de Chipiona (Cádiz) cuando afrontaban la última etapa de un viaje que debía llevarles a remontar el Guadalquivir y llegar a Sevilla in bellezza. Los ha tenido que rescatar Salvamento Marítimo en helicóptero. Están todos bien excepto algunas magulladuras y un caso de casi hipotermia (mi hermana), por no hablar del susto. He respirado doblemente aliviado: en ese viaje desgraciado tenía previsto ir yo. Me ha salvado del trance tener mucho trabajo en el diario, y que viva el trabajo.
La Perla Negra es como conocemos oficiosamente los tripulantes a El Capitán, el bonito barco (hasta ahora) de mi cuñado, Javier Herrero, por las divertidas singladuras bucaneras que hemos perpetrado a bordo. Nunca había pasado nada así, las mayores aventuras eran encontrar una ballena y que se estropeara el lavabo tres días. El barco ha quedado embarrancado y está por ver que pueda ser recuperado.
“Me había ido a dormir cuando a las 11 de la noche sentí un golpe muy fuerte que me hizo saltar por los aires”, me ha explicado mi hermana por el móvil ya desde un hotel en Jerez en el que se han instalado con lo puesto, que consiste en bonitos chándales proporcionados por Salvamento Marítimo pues toda la ropa que llevaban se mojó en el naufragio. “Subí como pude a cubierta, que estaba inclinada como la del Titanic”, ha continuado Graziella, que tiene casi tanta imaginación como su hermano e incluso un poco más de miedo.
“Estaban todos aferrados como podían, había muchas olas y el barco hacía un ruido horroroso. Estábamos montados de costado, escoradísimos, sobre unas rocas, el palo se había partido y caído en el mar y el peso de la vela llena de agua hacía que el barco amenazara con volcar”. Fueron momentos de terror. El palo había dejado inutilizable la lancha salvavidas. La costa estaba demasiado lejos para ir nadando. Los intentos de descender bajo cubierta a buscar ropa de abrigo, medicamentos y elementos de supervivencia eran muy peligrosos dada la posibilidad de que el barco diera la vuelta, tipo el Poseidón, que ya se sabe lo que pasa. Permanecían todos empapados con los chalecos salvavidas. Consiguieron contactar con Emergencias 112 Andalucía. Al cabo de una hora apareció un buque de rescate, Javi lanzó bengalas. Pero el barco no se pudo acercar por miedo a embarrancar también y hubo de marcharse. Desolación. Al cabo de otra hora llegó el helicóptero.
“Cuando vi que nos iban a sacar por el aire casi me da un pasmo”, ha explicado mi hermana que tiene fobia a volar y sólo se sube al avión atiborrada de tranquilizantes y porque no hay más remedio. La extrajeron la primera. “El arnés me hacía daño en las costillas, el helicóptero hacía muchísimo ruido, todo daba vueltas, tenía mucho frío”. A bordo del aparato, le dijeron que estaba cerca de la hipotermia y la cubrieron con una manta plateada, “como en las películas”. Fueron subiendo a los demás, el último Javi, el capitán, que lanzó una mirada triste a su barco antes de abandonarlo.
No está claro qué ha motivado el suceso. Javi, Nacho, Juan Marcos y Bruno (faltaba el contramaestre Eusebio) son buenos navegantes. Y habían bajado el velero en varias etapas desde Barcelona sin percances. Mi cuñado hasta ha leído todo Patrick O’Brian. Parece haber sido un fallo del radar. En el mar a la que menos lo esperas aparece el peligro; yo siempre lo digo. Le pasó al Pamir, y mira que parecía seguro el Pamir. Es posible que un golpe de mar libere a nuestra Perla Negra; si no se le ha abierto una vía de agua en el casco podría navegar sola como el Patna o la Mary Celeste. A lo mejor se encuentra a Jack Sparrow.
Pienso que yo podría haber estado a bordo y me embarga una sensación ambivalente. Bueno de ambivalente nada: suerte que no estaba. Aunque nunca sabes cómo vas a reaccionar en una situación así. Basta con ver a mi hermana, que se ha comportado estupendamente cuando lo habitual es que se quiera bajar del avión en marcha cuando el piloto avisa turbulencias. También es verdad que ahora que sé que todos están bien me da coraje (y valga la palabra) no haber vivido la aventura: este texto sería mucho más emocionante (y húmedo) y a lo mejor hasta ganaba un Pulitzer.
Tenía la ilusión de embarcar en esa última singladura del viaje que nos iba a llevar Guadalquivir arriba. Para llegar a Sevilla en barco como los vikingos en el 844. Incluso había pensado disfrazarme de Ragnar y reconvertir la Perla en drakar con una cabeza de dragón y unos escudos de pega. Los dioses no lo han querido, lo que quizá ha evitado que me recojan las valkirias en unas rocas.
Los náufragos han tenido que dejar todas sus posesiones a bordo. Reflexiono que ahí se habría quedado mi ejemplar del Lord Jim de Conrad, sin el que nunca me embarco. Y pienso que Jim y yo hemos perdido otra oportunidad.