Rosalía abofetea los prejuicios en un ‘Motomami’ tan caótico como excitante

La cantante, en un acto de libertad artística sin red, derriba las fronteras entre géneros en su nuevo disco, que se publica este viernes. Y atiza a sus detractores: “Y aunque a mí me maldigan a mis espaldas, de cada puñalaíta saco mi rabia”

Rosalía en 2022, en una imagen de promoción.Foto: INSTAGRAM ROSALÍA | Vídeo: EPV

Hay una canción en Motomami donde Rosalía resume el mundo Rosalía, ese del que se alimentan las barricadas en las que se han convertido muchas de las conversaciones sobre la artista barcelonesa. Los que se posicionan en contra resultan los más estruendosos. A esos va dedicada esta letra. “Soy igual de cantaora con un chándal de Versace que vestidita de bailaora. / Y aunque a mí me maldigan a mis espaldas, de cada puñalaíta saco mi rabia… Yo soy muy mía. / Que Dios bendiga a Pastori y Mercé, a la Lil’ Kim, a Tego y a...

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Hay una canción en Motomami donde Rosalía resume el mundo Rosalía, ese del que se alimentan las barricadas en las que se han convertido muchas de las conversaciones sobre la artista barcelonesa. Los que se posicionan en contra resultan los más estruendosos. A esos va dedicada esta letra. “Soy igual de cantaora con un chándal de Versace que vestidita de bailaora. / Y aunque a mí me maldigan a mis espaldas, de cada puñalaíta saco mi rabia… Yo soy muy mía. / Que Dios bendiga a Pastori y Mercé, a la Lil’ Kim, a Tego y a M.I.A., a mi familia y a la libertad”. Ahí muestra los puntos fuertes de su discurso. Su falta de prejuicios musicales ante todo: el flamenquito de Niña Pastori, el rap empoderado de Lil’ Kim, la experimentación de M.I.A. o el reguetón de Tego Calderón. No es casualidad que sea la canción más flamenca del nuevo disco, el género con el que se dio a conocer en 2017 con su álbum de debut, Los Ángeles. Tampoco resulta azaroso que justo cuando canta “yo soy muy mía” accione el autotune, para ofrecer argumentos a los que no toleran su apuesta por la bastardía cultural. Respeto a la tradición, admiración por lo popular y consecuente con su tiempo (recordemos: tiene 29 años). Mundos opuestos y confusos colapsando. Toda una declaración de intenciones. Una lástima que la canción se llame Bulerías, arrebatándole identidad a uno de los momentos cumbre del disco.

Digamos ya que Motomami (publicado este viernes 18 de marzo) no es El mal querer, su anterior trabajo, de 2018. Tampoco importa mucho. Lo relevante es que nos hemos dado cuenta en paralelo a su tiempo de lo revolucionario que es El mal querer. Con Veneno (1977), el álbum de la alianza entre Kiko Veneno y Pata Negra, se tardó 25 años en encumbrarlo. Está bien que con el disco de Rosalía hayamos sido más prestos. Lo que en El mal querer era simbolismo lorquiano, drama y congoja dentro de un relato ideológico sobre el amor y la fortaleza femenina, aquí es alboroto, diversión, reguetón, caos, travesura y derribar fronteras entre géneros musicales. No es poca cosa. Y retrata el estado vital en el que se encuentra la cantante, con un pie en Estados Unidos, sus escapadas a Latinoamérica, su novio músico puertorriqueño (Rauw Alejandro, reguetonero), sus amistades glamurosas, sus fotos molonas en Instagram... También ofrece un trabajo que funciona como vehículo para que la artista conteste a sus detractores. Con poesía y contundencia. “La que sabe, sabe. / Que si estoy en esto es para romper. / Y si me rompo con esto, pues me romperé. / Y qué, solo hay riesgo si hay algo que perder. / Las llamas son bonitas porque no tienen orden, y el fuego es bonito porque todo lo rompe”, canta en la corajuda Sakura, que cierra el disco.

Rosalía en 2022, en una imagen de promoción.

En la fiesta de su tercer trabajo Rosalía no repara en gastos. En Motomami, una canción de un minuto que parece grabada por el sobrino del ingeniero de sonido en un descanso de la producción, participan hasta 14 personas y está registrada en tres estudios. Todo el disco disfruta de este gran poder de convocatoria (Pharrell Williams, James Blake o The Weeknd se asoman ocasionalmente), lo que ayuda a que ruede deslavazado, sin la fortaleza unificadora de (otra vez) El mal querer. No parece necesaria tanta gente para armar Motomami, pero la dimensión de la artista lo precisa. Cosas de este negocio. Resultan 16 canciones (42 minutos) con solo dos que pasan de los cuatro minutos. La mayoría se mueven entre los 2,30 y 3 minutos, el tiempo estimado por los gurús del nuevo pop para que el público no abandone. Muchas de ellas, por supuesto, estarán acompañadas por su correspondiente desarrollo visual. Sobran temas como Motomami Alphabet, donde Rosalía va leyendo (sin música) palabras a continuación de las letras del alfabeto, de la A (“de alfa, altura, alien”) a la Z (“de zarzamora o de zapateao o de zorra también”). También se podría haber ahorrado Bizcochito, carne de TikTok por su vulgaridad musical y su esquizofrénico ritmo.

Y, a pesar de todo, resulta un disco solvente y excitante, porque asume riesgos, reformula estilos y acierta en el resultado. A Rosalía le interesa más destrozar las fronteras que simplemente cruzarlas. Una buena noticia para los que lo intentan, pero no pueden con el reguetón: Rosalía estruja el género, le añade hondura flamenca, lo moderniza con electrónica saturada y lo convierte en algo distinto. Si aún así no pueden con él, quizá deban dar la batalla por perdida. Candy parece construida en un club de Londres con un DJ puertorriqueño. En La combi Versace reinventa el reguetón añadiéndole palmas flamencas y un obsesivo sonido tenebroso. Es un canto a la amistad femenina y al desfase que comparte Rosalía junto a la dominicana Tokischa: “Juntas por la noche. / Puestas pal’ derroche. / Tu pelo azabache, la combi Versace”. Su inmersión americana empapa las letras, con palabras en inglés y jerga de colegueo. No pasa nada, incluso enriquece el discurso. Hay humor y hedonismo en el disco, porque Rosalía parece la única persona en este mundo que después de una fiesta se levanta sin resaca y siempre disfruta de un desayuno romántico. Así están las cosas en su vida.

Portada de 'Motomami'.SONY MUSIC (SONY MUSIC)

En Saoko, estrenada semanas antes, retuerce los ritmos latinos y los conduce a la electrónica dura. En Delirios de grandeza (versión popularizada por el salsero cubano Justo Betancourt) afronta el bolero y le queda de perlas al darle una pátina años 2000 con un extracto (debidamente acreditado) de la canción Delirious, del dúo de Atlanta Vistoso Bosses junto a Soulja Boy. Cuuuuuuuuuute (así, con diez u) es un delirio electrónico, oscuro e intrigante, que se para de repente para dejar sola a la voz de Rosalía y luego continuar con las bases saturadas. Es un álbum que se puede picotear, porque al menos contiene diez canciones soberbias. Mención especial para los temas relajados. G3 N15 es hermosa, casi un canto góspel; en Hentai coloca al sexo por encima del amor (”Enamorada de tu pistola, roja amapola. / Crash, esa ola casi me controla”); Como una G acongoja, autotune incluido. Como verán, los títulos de las canciones no son muy inspiradores.

A pesar del caos generalizado, todo lo unifica el soniquete vocal de Rosalía, que no se pierde ni cuando canta como si estuviese aspirando helio. A veces suena el pellizco flamenco, otras se torna dramática, muchas descarada… Pero siempre desprende un arte que ni se aprende ni se compra y que la artista lleva inoculado desde que empezó a dedicarse a esto.

La sensación después de escuchar Motomami es que con esta artista cualquier cosa es posible, que lo próximo será igual de estimulante y que volverá a grabar algo tan soberbio como El mal querer en cualquier momento. Si la esencia de la música es la libertad, ninguna estrella global es tan creativamente libre como ella. Es una suerte que sea española…

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