El cómic tiene un superpoder: el feminismo
Con la celebración del 8-M coinciden en las librerías varias novelas gráficas que abordan temáticas diversas desde el prisma del empoderamiento, mientras que el reconocimiento de las autoras vive un momento ascendente
En un ambiente cargado de superhéroes en la ficción y supervillanos en la vida real, estos días se han posado en las estanterías de las librerías unos cuantos cómics con pocas cualidades en común salvo un poder compartido: el del feminismo. Con la celebración hoy del Día de la Mujer coinciden varios títulos que invitan a elegir la propia aventura hacia la liberación y el empoderamiento, libros de todas las procedencias, estilos y vocaciones. Entre ellos: Hierba, de Keum Suk Gendry-Kim (Reservoir...
En un ambiente cargado de superhéroes en la ficción y supervillanos en la vida real, estos días se han posado en las estanterías de las librerías unos cuantos cómics con pocas cualidades en común salvo un poder compartido: el del feminismo. Con la celebración hoy del Día de la Mujer coinciden varios títulos que invitan a elegir la propia aventura hacia la liberación y el empoderamiento, libros de todas las procedencias, estilos y vocaciones. Entre ellos: Hierba, de Keum Suk Gendry-Kim (Reservoir Books); Girlsplaining, de Katja Klengel (Sapristi); La palabra que empieza por A, de Elizabeth Casillas e Higinia Garay (Astiberri); Morder la manzana, de Raquel Riba Rossy y Leticia Dolera (Planeta), Hoy no es el día, de Josune Urrutia Asua (Astiberri). Se suman No siento nada o Los sentimientos del príncipe Carlos, de Liv Strömquist (Reservoir Books), algo menos recientes, o Mil brujas, de varias autoras (que busca micromecenazgos en Verkami). Se trata de novelas gráficas sobre mujeres (o, más bien, sobre todo sobre mujeres) y creadas por mujeres, pero no están dedicadas solamente a ellas. Al contrario. Los temas que abordan se cuelan por todos los recovecos de la vida: el aborto, el cáncer, las relaciones de pareja, el sexo, la guerra, el propio feminismo. Su interés es universal.
La práctica del aborto, por ejemplo, está documentada desde al menos la época de la antigua Roma. “Es algo que ha sucedido y va a suceder siempre, sea legal o no”, afirma Elizabeth Casillas, guionista de La palabra que empieza por A. “Sin embargo”, completa Higinia Garay, la ilustradora, “aunque [en países como España] esté legalizado, sigue siendo un tema tabú. Por ejemplo: solo ahora se está empezando a hablar de abortar en clínicas públicas [en España, la mayoría de los abortos se derivan a clínicas privadas concertadas]. Por eso queríamos arrojar luz”. El resultado es un libro generosamente didáctico, cargado de sentido del humor, pero sobre todo de información valiosa (y, recalcan las autoras, difícil de conseguir) que aclarará algunas ideas a “aquellos que no hayan asumido un discurso feminista” sobre el aborto. “Parece que cuando se habla de mujeres el público tiene que ser femenino, pero para poder leer de Latinoamérica no tienes que ser latinoamericano”, reclama Garay. “Además, es profundamente machista decir que no lees algo porque es cosa de mujeres”.
Los modelos contemporáneos de feminidad y masculinidad se han generado en buena medida a partir de la idea del amor romántico y un contrato de las relaciones de pareja que se basa, simplificando exageradamente, en que la mujer demanda intimidad y el hombre la esquiva. Ella se cuelga mientras que él solo quiere bajar al bar a tomarse una caña. Es la dinámica que ha hecho millonarios a cómicos desde Jerry Seinfeld a Charlie Sheen, cuyos personajes (en las series Seinfeld y Tres hombres y medio) triunfaron a base de explotar su inaccesibilidad frente a mujeres que suspiraban desesperadas por su atención. Todo esto lo cuenta de un modo brillante Liv Strömquist en Los sentimientos del príncipe Carlos, que se ha reimpreso tras haber sido publicada en 2019. La autora sueca volvió a profundizar en los entresijos del romance en No siento nada (Reservoir Books), de 2021, un libro en el que blande las mismas armas que en esta novela gráfica tan descacharrante como esclarecedora: los datos, sacados tanto de estudios científicos como sociológicos. La contraportada del libro lo resume muy bien: “Feminismo + rigor + humor = Liv Strömquist”.
La noción de la compartimentación de roles que domina las relaciones de pareja heterosexuales no resulta ajena en el microcosmos de la novela gráfica. Hasta no hace tanto se producían cómics destinados mayoritariamente a un público femenino. Una de sus temáticas favoritas era, precisamente, la del amor romántico. Pero los vientos están cambiando de dirección. “Poco a poco el panorama del cómic se ha ido enriqueciendo”, afirma Laura Pérez, autora de los títulos de misterio Ocultos y Tótem (ambos en Astiberri), que en mayo sacará Espanto, una recopilación de dibujos “unidos por la idea de la extrañeza”. Como recuerda, durante mucho tiempo no solo imperó una imagen monolítica de la feminidad, sino que también se cernían sobre los hombres unos arquetipos en los que no todos encajaban ni se sentían cómodos. Ahí están esos musculosos, intrépidos y, por supuesto, emocionalmente inaccesibles superhéroes tradicionales.
Si hay algo que se repite a pesar de los avances es la insistencia en preguntar a las autoras de cómics por su condición de mujeres. Tanto y tan machaconamente que a veces se obvian sus propias creaciones. “En muchas entrevistas se enfoca todo en el hecho de que eres mujer, y puede ser pesado porque quieres que te pregunten por tu trabajo”, reconoce Pérez. “A veces pienso: ‘A ver cuándo nos hacen las mismas preguntas que a un hombre, porque eso significará que hemos avanzado lo suficiente”. Con todo, la autora asume que sin referentes no se puede cambiar el relato. Así lo ve también Mayte Alvarado: “Es verdad que a veces cansa un poco, pero entiendo que se pregunte, porque sigue haciendo falta un reconocimiento, sobre todo a las autoras del pasado”, señala la creadora de La isla, que subraya: “Yo no tengo prejuicio en contra de los cómics para lectoras: de hecho, creo que hay que reivindicarlos. Decir que eran femeninos era una forma de desprestigiarlos”.
En España, que las cosas “están cambiando superrápido”, como dice Alvarado, queda patente en gestos como una presencia creciente en las listas de cómics del año y un reparto cada vez más equitativo de los galardones. La visibilidad va transformando el descrédito en reconocimiento. Los dos últimos premios de la asociación de críticos, por ejemplo, han recaído en la propia Alvarado (autor emergente 2021) y Ana Penyas (mejor obra nacional por Todo bajo el sol). Penyas, autora de Estamos todas bien, se convirtió en 2018 en la primera mujer galardonada con el Premio Nacional de Cómic. El año siguiente le tomaron el relevo Cristina Durán Costell y Laura Ballester (junto a Miguel Ángel Giner) por El día 3. “En los salones de cómic es cierto que ves a más hombres, pero creo que estamos en un momento bueno, donde cada vez es más fácil acceder a obras escritas por mujeres”, valora Pérez. Y Alvarado remata: “Ahora las autoras están haciendo un trabajo muy variado, y eso abre la puerta a que la gente se acerque a su obra”. Pero hay que dar el paso desde el reconocimiento a la normalización: “Aún falta para que el lector masculino se acerque a la obra de autoras”.
El mundo avanza, pero eso no significa que los hombres hayan dejado de explicarles cosas a las mujeres. O que las mujeres se encuentren con un muro de desinformación en lo que se refiere a sus propios cuerpos. De esas grietas brotan títulos como Girlsplaining, de Katja Klengen, una subversión del mansplaining, el mordaz término acuñado por la escritora estadounidense Rebecca Solnit, que le sirve a Klengen para reflexionar sobre su propia vida y, con ella, la de toda una generación de mujeres (occidentales) obligadas a esquivar un fogueo incesante de inquisiciones sobre su potencial maternidad y su vida amorosa y lidiar con juicios estéticos y hasta morales sobre su elección de ropa y su vello corporal. “¿Por qué tememos más la palabra vulva que a Voldemort?, se pregunta muy seriamente la autora, cuyas tiras fueron publicadas originalmente en internet, en la versión alemana de la revista Broadly. Morder la manzana, la adaptación al cómic del libro de Leticia Dolera, también parte de las vivencias personales, las de la autora y sus amigas, para iluminar los constructos teóricos sobre los que se cimienta el feminismo.
Un hilo que atraviesa todas estas historietas es el de las referencias a la cultura pop: La palabra que empieza por A toma su título de una frase que pronuncia el personaje de Seth Rogen en la comedia romántica Lío embarazoso; Liv Strömquist recurre al príncipe Carlos y Lady Di, a Whitney Houston, a Beyoncé o a Leonardo DiCaprio en sus novelas y tanto ella como Katja Klengel coinciden en volver la vista a una serie que marcó un punto de inflexión (televisivo) para el feminismo a la vez que perfiló el paradigma del hombre emocionalmente inaccesible: Sexo en Nueva York. Sus historias se hacen así cercanas y amenas, dos cualidades de las que carece, aunque poca falta le hacen, Hierba, una obra monumental, grave y necesaria que desde el principio de sus casi 500 páginas va sobrecogiendo al lector hasta terminar dejándolo sin aliento.
Su autora, la coreana Keum Suk Gendry-Kim, basó el guion en las entrevistas que mantuvo con la protagonista, una mujer real llamada Lee Ok-Sun. A lo largo del libro, la anciana, de 90 años, rememora desde el geriátrico las penurias de una infancia miserable y el destino aún más indeseable que le esperaría después cuando, tras ser raptada, la obligarían a convertirse en “mujer de consuelo”. En plena guerra del Pacífico, así se denominaba eufemísticamente a las coreanas a las que los soldados japoneses violaban sistemáticamente. De un dolor intenso y catártico brotó también Hoy no es el día, cuya autora, Josune Urrutia Asua, entreteje el relato de su cáncer con la vida y obra de otras artistas que lo padecieron: la bailarina Ann Halprin, la fotógrafa Hannah Wilke, la pensadora Susan Sontag. No solo la enfermedad forma la red de comunicación subterránea que liga las existencias de todas ellas. “Existen muchas conexiones entre nosotras que no son perceptibles al ojo humano”, escribe Urrutia. “Somos seres interdependientes, y ahora veo que soy parte de esa red”.