Jonathan Franzen hace largos en una piscina

El Hay de Cartagena de Indias vuelve con fuerza a ocupar los salones, cafés y pasillos de la ciudad caribeña

Juan Gabriel Vásquez, Leonardo Padura y Manuel Vilas, en el Hay Festival de Cartagena de Indias, en 2022Daniel Mordzinski

Jonathan Franzen, o un hombre que se parece a Jonathan Franzen, hace largos en la piscina de una azotea con la bahía de Cartagena de Indias de fondo. Veleros en el horizonte, edificios de veinte plantas y un viento que embravece el mar. El Hay Festival de Colombia se celebra en un centro de convenciones con suelo de moqueta y el aire acondicionado a tope, pero las estampas más extraordinarias de los autores a veces se encuentran en sus alrededores. Daniel Mordinzki, el retratista de los grandes, lo...

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Jonathan Franzen, o un hombre que se parece a Jonathan Franzen, hace largos en la piscina de una azotea con la bahía de Cartagena de Indias de fondo. Veleros en el horizonte, edificios de veinte plantas y un viento que embravece el mar. El Hay Festival de Colombia se celebra en un centro de convenciones con suelo de moqueta y el aire acondicionado a tope, pero las estampas más extraordinarias de los autores a veces se encuentran en sus alrededores. Daniel Mordinzki, el retratista de los grandes, los pone a saltar por el malecón o los enmascara solo para convertirlos en personas, su etimología.

La cita literaria ha recobrado la presencialidad dos años después. Se ha vuelto a la normalidad, aunque a una normalidad embozada. El uso de la mascarilla es recurrente en todos los eventos. En la Casa Hay, un salón diáfano con sofás, lugar de reunión de todo el mundo, epicentro del chisme, los hay que siempre tienen un café en la mano para tener una excusa. Ahí no dejan respirar a Piedad Bonnett mientras trata de dar una entrevista. Una escritora que vive abrumada por los miles de libros de su biblioteca en Bogotá, cada vez mayor, más invasiva, como la vegetación de la selva. Le dan escalofríos cuando escucha al comprador ambulante de libros que recorre la capital con un megáfono.

Las risas provenientes de una sala se escuchan desde el pasillo. Dentro, Martín Caparrós escandaliza a la audiencia. La corrupción es un tipo de ideología, se explaya el autor de Ñamérica. Es más, nace del catolicismo. Ahí la llevas, Monserrate. Qué mayor forma de corrupción que expiar los pecados con un cura, continúa. Pagar para quedar libre, para redimirse. Las carcajadas se vuelven murmullo. Después pasará más de una hora firmando libros a los que dejó mudos.

La intelectualidad latinoamericana camina por las calles de esta ciudad amurallada. Sobre todo la rola, la bogotana. Es fácil identificarlos, visten camisa de gasa y pantalones de explorador, como sacados de Memorias de África. Así va vestido Raúl Zurita, confundiendo a todo el mundo, con un traje claro y unas sandalias de romano. Sentado en un sofá, solo, entre compromiso y compromiso, junto a una mesa en la que Franzen habla de divorcios, a veces cae en la cuenta de que quizá sea el mayor poeta vivo.

La escritora brasileña Djamila Ribeiro, retratada en Cartagena de Indias.PHOTO: DANIEL MORDZINSKI

Pero que no se confíe, el éxito también agota. El año y medio de Pilar Quintana, con dos libros triunfales, es de vértigo. Llega a los 50 exhausta. Llena la sala, la firma de libros y las horas de entrevistas. Parece agotada después de todo el tute. Solo alguien más venida estos días de fuera lleva ese ritmo: Irene Vallejo. Todos quieren hablar con ella. Un locutor de radio, que no lograba localizarla, movilizó a toda su redacción para tenerla en antena estos días. Era cuestión de supervivencia.

Tampoco Cayetana Álvarez de Toledo deja indiferente. Habla del burro de Troya de la democracia, un concepto muy visto en España, pero que aquí resultaba novedoso. El moderador era Carlos Granés. La política se gana al público, pero ay, enfrente tiene a Sandra Borda. Se juntan dos políticas que se dicen liberales pero que no tienen nada que ver y, claro, salta alguna que otra chispa que no llega a prender. No hay miedo. Se hubiera apagado con el aura de Manuel Vilas, que ha venido a hablar del amor en la madurez y la belleza de la cotidianeidad.

Los hay que no puede dejar de ser editores ni un momento. Una seguidora se acerca a Felipe Restrepo Pombo para declararle su admiración. Le dice que lleva siempre consigo, en su aventura por empezar a escribir, una frase: “no hay mejor crítico que uno mismo”. Restrepo la escucha con atención, atento, pero al final no puede morderse la lengua: “Es mayor crítico que uno mismo, en realidad”.

La noche acaba en el Quiebracanto, un lugar de salsa de tres plantas, con las ventanas abiertas de par en par, una terraza estrecha donde se mezclan los cuerpos. Las agentes literarias reciben manuscritos de jóvenes escritoras, Vanessa Londoño está a punto echarse un baile, Villoro se acaba un trago y por ahí lejos aparece Jon Lee Anderson. El Hay ha vuelto.

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