El escritor que perdió Cuba para ganar Salamanca
El novelista Xavier Carbonell se instala en España tras renunciar a un premio literario en su país para aceptar otro en España por el mismo libro
Las vistas de la catedral de Salamanca desde su balcón aún embargan a Xavier Carbonell (Camajuaní, Cuba). Este escritor de 27 años apenas lleva viviendo un mes a orillas del Tormes junto a su pareja, Elena Nazco, de 21, tras abandonar su país gracias a su último libro, El fin del juego, ganador el pasado octubre el XXV Premio de Novela Ciudad de Salamanca. Los 15.000 euros del galardón les han permitido instalarse en una ciudad donde el legado literario se palpa en cada rincón. Atrás quedan sus familias y las presiones que temen que su entorno pueda sufrir por parte del régimen de la is...
Las vistas de la catedral de Salamanca desde su balcón aún embargan a Xavier Carbonell (Camajuaní, Cuba). Este escritor de 27 años apenas lleva viviendo un mes a orillas del Tormes junto a su pareja, Elena Nazco, de 21, tras abandonar su país gracias a su último libro, El fin del juego, ganador el pasado octubre el XXV Premio de Novela Ciudad de Salamanca. Los 15.000 euros del galardón les han permitido instalarse en una ciudad donde el legado literario se palpa en cada rincón. Atrás quedan sus familias y las presiones que temen que su entorno pueda sufrir por parte del régimen de la isla, contrariado no solo por su huida sino también porque el autor renunció a otro premio que se le concedió por la misma obra en Cuba para poder aceptar el español.
Carbonell habla con ritmo pausado y marcado acento sobre la sucesión de “casualidades” que le han hecho viajar miles de kilómetros y crear un nuevo proyecto. Su título formaba parte de los 1.263 que se presentaron al concurso literario salmantino y el 28 de octubre el jurado, presidido por el poeta y editor Luis Alberto de Cuenca, se inclinó unánimemente por él. El autor, que ya barajaba cambiar de aires, recuerda que ese día vio en su teléfono llamadas perdidas de un número desconocido español, al que llamaría unas cuantas horas después porque esa misma fecha recibió una noticia: El fin del juego había ganado en su país el Premio Italo Calvino, que concede la Asociación de Escritores de Cuba. El autor, que presidía en la isla la asociación periodística católica internacional SIGNIS, explica que este galardón se había fallado en enero, pero no se lo comunicaron hasta ese mismo 28 de octubre. “Implicaba la publicación del libro y un enorme prestigio en mi nación a mi edad”, añade Carbonell, que se llevaría también 4.000 euros por ello. Pero al día siguiente devolvió la llamada a España y descubrió el segundo reconocimiento, que le abría la posibilidad de recogerlo en la propia Salamanca. La pareja no se lo pensó: renunció al Italo Calvino y puso rumbo a Europa.
“Ha sido algo impresionante, insólito”, relata el escritor, cuyo libro es una novela negra que “intenta indagar sobre las cosas de Cuba que nos ayudan a sobrevivir y ser felices entre la desolación, las carencias y la falta de libertades”. Eduardo Riestra, responsable de la editorial que se hace cargo de la difusión, Ediciones del viento, ensalza el “ambiente gótico” de unas páginas que pronto sedujeron a los responsables de asignar este premio de largo recorrido en Salamanca. “Le ha servido de trampolín”, observa Riestra, que recuerda la “sorpresa” cuando el tribunal abrió la plica y supo de la juventud de quien firmaba la obra.
El joven cubano se enfrentó a la disyuntiva de aceptar el Italo Calvino en la isla o buscar un futuro más allá. Así, a pesar de las presiones, decidió renunciar a Cuba y abrir las hostilidades con los impulsores del certamen, que le prohibieron comunicar que se había desligado de este reconocimiento. Carbonell se siente incómodo porque cree que esos poderes “reducen y vigilan a los escritores jóvenes, cortan las iniciativas críticas y coartan la libre expresión”, y recuerda la fuerza de las protestas sociales contra el Gobierno que se desataron en la isla el pasado verano, insólitas en los últimos 25 años: “El pueblo explotó por lo político y la falta de respeto a los derechos humanos”.
Instalarse en España, lamenta Carbonell, puede llevar a que esos “mecanismos muy sutiles de presión” de Cuba acaben perjudicando a sus seres queridos: “Muchas máscaras han caído, uno tiene miedo y sabe que hay un riesgo”. La buena acogida en Salamanca, contrapone, ha permitido suavizar este cambio de etapa vital. Su pareja está terminando sus estudios en Filología y ha encontrado en la ciudad un foco de paz y cultura por el que perderse y combatir la nostalgia de sus tres hermanos, que siguen en la isla. “No extraño Cuba porque la Cuba que necesito la traigo conmigo”, reflexiona la joven, admirada de las librerías de segunda mano y del color de los edificios charros cuando los baña la luz del sol de la tarde.
El objetivo que ambos se ponen ahora es conseguir el estatus de refugiados, que les permitiría permanecer en España formalmente, aunque ya saben que los trámites son “extremadamente lentos”. España solo brindó esta protección internacional a 5.700 personas en 2020, apenas un 5% de las solicitudes, según la Comisión Española de Ayuda al Refugiado. Estas trabas administrativas contrastan con el cariño que dicen haber recibido de la gente de la calle, esos taxistas o tenderos con los que charlan amigablemente sin importar la procedencia, unidos por una misma “lengua, cultura y sentimiento”, según Carbonell. La primera intención de ambos era asentarse en Madrid, pero nada más visitar Salamanca cambiaron de parecer tanto por lo económico como, sobre todo, lo cultural y personal. El puente romano, el jardín de Calixto y Melibea o la monumental Universidad salmantina les impulsan a “recomenzar” su juego vital. Ahora pueden encender con vistas incomparables esos puros habanos que han traído desde su patria para aliviar la añoranza del lugar donde se forjó la novela que los ha sacado de allí.