La historia de Jesús refugiado que juzga a los cristianos

La celebración de la Navidad tiende a olvidar que Jesús y sus padres se vieron obligados a huir a Egipto, como ocurre en la actualidad con los migrantes que escapan de guerras o tiranos

'La huida a Egipto', de Vittore de Carpaccio (1515).Vittore Carpaccio (Heritage Images via Getty Images)

Es posible que todo lo que nos han enseñado sobre la infancia de Jesús y la Navidad sea más mito que historia, y que el profeta judío no naciese en Belén y seguramente no en la noche del 24 al 25 de diciembre, ya que la mitad de los Evangelios ignoran todos los aspectos de su nacimiento y se centran sobre todo en su vida pública y en su muerte en la cruz. Suponiendo, sin embargo, que fuera historia, hay un aspecto que los cristianos suelen silenciar: Jesús y sus padres se convirtieron en refugiado...

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Es posible que todo lo que nos han enseñado sobre la infancia de Jesús y la Navidad sea más mito que historia, y que el profeta judío no naciese en Belén y seguramente no en la noche del 24 al 25 de diciembre, ya que la mitad de los Evangelios ignoran todos los aspectos de su nacimiento y se centran sobre todo en su vida pública y en su muerte en la cruz. Suponiendo, sin embargo, que fuera historia, hay un aspecto que los cristianos suelen silenciar: Jesús y sus padres se convirtieron en refugiados que tuvieron que huir a Egipto porque el rey Herodes quería matar al niño recién nacido. También hoy muchos de los que tienen que abandonar su tierra lo hacen huyendo de las guerras o de los tiranos.

La Navidad, de la que sabemos muy poco, pero que acabó siendo una fecha especial para el mundo cristiano, se convierte así también en un aldabonazo para la conciencia actual frente al drama de la emigración que nos juzga a todos. Si mucho de lo que se ha escrito sobre Jesús y, sobre todo, sobre su nacimiento seguramente pertenece al mundo de la leyenda, que se ha ido transmitiendo por los cristianos a lo largo de la historia, los emigrantes de hoy no son otro mito. Son una dolorosa y cruel realidad que aquel judío rebelde, defensor de todos los perseguidos y humillados, colocaría ante la conciencia de los cristianos.

El cristianismo, que nació como un intento de ensanchar, a través de la vida de Jesús, la idea de un Dios para el pueblo elegido de Israel y darle una dimensión universal en la que ya no existen fieles e infieles, sino solo hijos de Dios, solo tendrá valor si la Iglesia se mantiene fiel al amor y la compasión universal, sobre todo hacia los más humillados y perseguidos, como son los migrantes.

Aunque lo relativo al nacimiento e infancia de Jesús solo existe en los Evangelios apócrifos, no en los cuatro oficiales, lo cierto es que dicha leyenda se ha convertido en una de las fechas que los cristianos celebran con mayor alegría. Es muy posible que toda la historia del nacimiento en Belén haya sido creada a lo largo de los primeros años del cristianismo porque los fieles de la nueva secta sentían la necesidad de conocer uno de los aspectos de la vida de Jesús más ignotos, como la fecha del nacimiento de la que ningún Evangelio habla. Los primeros cristianos sentían que faltaba un día para celebrarlo. Y así la Iglesia escogió la festividad romana del dios pagano Mitra.

Ninguno de los cuatro evangelistas habla en efecto de Jesús de Belén, sino de Jesús de Nazaret. Los judíos se apellidaban con el lugar de nacimiento o con el nombre del padre, de tal forma que Jesús debería haberse llamado Jesús de Belén o Jesús de José, nunca Jesús de Nazaret.

Lo más seguro es que la leyenda del nacimiento en Belén se debió a que en la Biblia se hablaba del futuro mesías con sangre real, de la estirpe de David, que habría nacido en Belén, ciudad sobre la que decía el profeta Miqueas: “De ti saldrá el que ha de reinar en Israel”. En ese contexto, hacer nacer a Jesús en una aldea como Nazaret —tan insignificante que ni aparece en los mapas de su tiempo— sería disminuir su dignidad. Necesitaba venir al mundo en una ciudad con historia como Belén.

'La huida a Egipto' (1280) de Guido de Siena. Heritage Images (Heritage Images/Getty Images)

A partir de ahí se fue enriqueciendo con los detalles más pequeños el rocambolesco nacimiento de Jesús en un pesebre, con los Reyes Magos, cuyos nombres, Melchor, Gaspar y Baltasar, aparecen de nuevo solo en los Evangelios apócrifos. Y, sobre todo, su fuga a Egipto huyendo del tirano rey Herodes, que temía que hubiese nacido el rey de Israel que pondría en peligro su reino y dio orden de matar a todos los niños recién nacidos.

El papa Benedicto XVI —el alemán Joseph Ratzinger, un gran teólogo ultraconservador—, antes de renunciar al pontificado que heredó el papa Francisco, tuvo un momento de tentación progresista y escribió que probablemente en el pesebre donde había nacido Jesús “no había ni mula ni buey”. Escribí entonces que lo más seguro es que no hubiera habido ni pesebre y que Jesús no hubiera nacido en Belén.

Lo curioso es que la arqueología moderna está intentando trazar el posible itinerario de la sagrada familia en su huida a Egipto para convertirlo en un lugar de turismo y peregrinación de los cristianos. Aprovechando algunos de esos descubrimientos arqueológicos, ya existen lugares por los que habría pasado Jesús recién nacido, como las huellas de sus pies en la roca de Sakca o las gotas de leche de María caídas al dar de mamar a su hijo donde aún hoy las mujeres estériles acuden para pedir el milagro de poder concebir.

Actualmente, se tiende a destacar el aspecto de la huida a Egipto, donde la sagrada familia habría permanecido como unos emigrantes más hasta la muerte de Herodes. Y es que en aquel momento Egipto era un paso obligatorio de todos los sabios del mundo antiguo como Pitágoras o Tales de Mileto. Hasta los dioses griegos se refugiaban en Egipto, el país donde nace también la leyenda de Moisés huyendo con su pueblo de la esclavitud a la que estaban sometidos para conducirlos a la tierra prometida.

El cristianismo penetró fácilmente en este país porque Osiris fue el dios que muere y resucita, donde la recompensa a una vida fiel a la religión era el paraíso. Y hoy se piensa que el dogma cristiano del Dios uno y trino, el monoteísmo, se fraguó en Egipto y de allí pasó a los cristianos.

Fresco medieval que muestra la huida a Egipto.Fred de Noyelle / GODONG (Universal Images Group via Getty)

Estudio de la Biblia

Los teólogos especialistas en el estudio de la Biblia intentan entender cómo es posible que Jesús, nacido sin duda en la aldea de Nazaret, hijo de un albañil y de una analfabeta como lo eran la mayoría de las mujeres de su tiempo a las que se les prohibía estudiar, podía a los 30 años aparecer en público demostrando una sabiduría y discutir con los doctores de la ley o hablar griego sin haber estudiado. De ahí el intento de explicar que seguramente durante esos 30 años de silencio viajó por los lugares donde florecían la filosofía y las teorías gnósticas de las que quedan muchas huellas en los discursos del profeta.

Y ello explica que justamente hoy uno de los aspectos que más interesan en la reconstrucción de la vida del profeta judío que dio vida a una de las tres grandes religiones monoteístas sea el de su posible huida a Egipto, donde habría pasado toda la infancia y estudiado otras lenguas y filosofías de las que quedan huellas en sus discursos y parábolas.

Lo cierto es que en la historia real o mítica del nacimiento de Jesús, lo más actual y que corresponde a la esencia de la doctrina primitiva del cristianismo es la fuga de Jesús a Egipto, lo que lo convierte en el primer refugiado del cristianismo, cuyos padres debieron vivir la zozobra que padece cada familia que tiene que abandonar de prisa y corriendo su casa y su país para huir del horror de los dictadores y de la muerte.

Por ello, si el cristianismo más puro proclama que cada persona tiene la dignidad de ser hijo de Dios y de encarnar la esencia de su mensaje, que es la acogida de aquello que el mundo desprecia o intenta eliminar, no cabe duda de que el cerrar los ojos ante el drama de los migrantes, que lleva a veces hasta la persecución de los refugiados, constituye una de las mayores traiciones a la esencia del cristianismo primitivo.

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