El testamento cinematográfico de Mario Camus
El director Sigfrid Monleón finaliza estos días un documental sobre el realizador de ‘Los santos inocentes’ y ‘La colmena’, a través de entrevistas con él, y cuyo primer montaje pudo ver el creador antes de morir
El pasado 1 de septiembre, avisado por Rocío y Manuela, las hijas de Mario Camus, de que el estado de salud del creador empeoraba rápidamente, Sigfrid Monleón viajó a Santander y le mostró un primer montaje de su documental Mario Camus, según el cine, indagación en el director de La colmena, Los pájaros de Baden-Baden o Los santos inocentes. Una hora y media fascinante, en esa versión a la que ha tenido acceso EL PAÍS, qu...
El pasado 1 de septiembre, avisado por Rocío y Manuela, las hijas de Mario Camus, de que el estado de salud del creador empeoraba rápidamente, Sigfrid Monleón viajó a Santander y le mostró un primer montaje de su documental Mario Camus, según el cine, indagación en el director de La colmena, Los pájaros de Baden-Baden o Los santos inocentes. Una hora y media fascinante, en esa versión a la que ha tenido acceso EL PAÍS, que responde a la primera frase que se escucha en pantalla del retratado: “Todo lo que te puedo decir está en las películas”. Y, como asegura Monleón: “Mario era muy consciente de que este documental honra su trabajo a la vez que sirve como su testamento cinematográfico. Pidió a sus hijas que me llamaran para poder verlo y refrendarlo”. Camus falleció el pasado sábado a los 86 años.
Y ahí está su cine, pero también el alma de Camus. Un pequeño equipo le grabó en diversas ocasiones en su piso de Santander, en entrevistas guiadas por Monleón —de amplia trayectoria tanto en ficción con La bicicleta o El cónsul de Sodoma como en documentales con El último truco o Cántico—, que se convierte así en guía del espectador, y filmadas en 16 milímetros, “porque a Mario Camus no se le puede rodar en digital”, en feliz ocurrencia de retratista y retratado. Como Monleón prosigue: “Es que hizo 30 películas, y solo Carlos Saura rodó más que él. Salvo en cierta forma Manolo Summers, toda la generación del Nuevo Cine Español es malograda. No encontraron una forma de relacionarse con la industria. Gente como Angelino Fons o Miguel Picazo, y de cierta manera incluso Basilio Martín Patino no lograron hacer las películas que querían”. En cambio, Camus rodó mucho, bien porque tenía una numerosa prole que alimentar, bien “porque amaba su oficio”, apunta Monleón, que dedica una parte del metraje a levantar acta de las varias ocasiones en las que el cineasta reflexiona sobre la importancia de respetar la labor de los directores. Una filosofía que se resume en una línea de diálogo de Carmen Maura en Sombras en una batalla: “Cualquier oficio que uno ame y respete te ayuda a vivir”. El documentalista insiste: “Quería trabajar y hasta en las películas de Raphael metía sus cositas, de contrabando. Nunca hizo nada de forma descuidada o rápida, sino que se basó en el rigor y en el convencimiento”.
Monleón habla con cierta melancolía de su relación con Camus: “Aceptó a la primera el documental, pero jugó mucho a echarse atrás, a plantear que solo saliera su voz”. En el largo alguna vez le graban a escondidas, y él mira sobresaltado: “¿No me estaréis filmando?”. “Creo que eso da la medida de cómo era”, cuenta el documentalista. “Todos tenemos nuestra vanidad, pero en él ganaba la humildad. Su actitud se ve en su gesto y en su cine. Se observa también su coquetería, poniendo con firmeza los pies encima de la mesa. Dudé si aceptaría aparecer en pantalla porque se veía a sí mismo viejo”. Tras varias visitas, Monleón rodó las entrevistas en marzo; “justo al mes saltaron las alarmas médicas”, y empezó a recibir los cuidados de sus hijas.
Al repasar su filmografía, Camus espeta en pantalla: “Todas son la misma película, salvo dos o tres”
Ante la cámara, Camus ve imágenes de sus películas, una experiencia que de repente decide no proseguir. Confiesa: “Por una parte me gusta recordar; por otra, veo gente que ha desaparecido”. Sentado en la parte de su salón que corresponde a su despacho, a su espalda asoman tres fotos: un retrato de Claudio Rodríguez, otro de Miguel Delibes con boina y un primer plano de Ignacio Aldecoa (de quien adaptó obras en tres ocasiones). Es su pasión por la literatura, su pulsión por la lectura, que además alimentaba sus guiones. “Es un cineasta nada obvio. Aparentemente hizo películas muy distintas, y muchos espectadores no saben si es un autor, un artesano, un narrador”, cuenta Monleón, que en pantalla le lleva la contraria al retratado. “Fue un autor con una poética muy marcada, que tendía al clasicismo, a esconderse detrás de la puesta en escena, y que rehuía la retórica”. De hecho, cuando se instaló en el piso que habitaba al final de sus días, donó casi todos sus libros a una biblioteca de mayores, “y solo se quedó, además de las obras de sus escritores queridos como Aldecoa, con los de poesía”.
Camus cumple a rajatabla con el mito del cántabro seco, sobrio e incluso, en algunas ocasiones, socarrón. Al repasar su filmografía, espeta: “Todas son la misma película, salvo dos o tres”. Y no se sabe si lo dice porque lo cree o para quitarse de encima mayores reflexiones. Sobre su estilo dice: “A lo largo del tiempo adquirí oficio”, y solo concede “Siempre me preocupó la forma del cine”. Monleón rescata a través de sus películas sus grandes temas: el deporte como fuente de inteligencia y libertad; el rescate de la dignidad de los personajes (el mejor ejemplo es Los santos inocentes); la amistad y la solidaridad humana (como asoman en, por ejemplo, su corto El borracho, surgido de sus estudios en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, o en su segundo largometraje, Young Sánchez); el desarraigo (Los farsantes, su primer largo, o La vieja música); el mar, y un enorme motor narrativo en su cine: los amores otoñales, algo que se subraya en una película centrada en el tema, Los pájaros de Baden-Baden, al mostrar abierto un ejemplar de Los amores tardíos de Pío Baroja. Y todo a través de una fascinante galería de perdedores, que Monleón ensalza a través de las imágenes de Con el viento solano (1966), con Antonio Gades y María José Alfonso, una de sus películas favoritas, nacida de un relato de Aldecoa, y cuyo desastre comercial le llevó a aceptar los filmes musicales que rodó con Raphael a finales de los sesenta, como Cuando tú no estás.
Por eso en el documental Camus bromea sobre alguna llamada de teléfono para preguntarle si está en activo y confiarle otro proyecto. “Un hombre de acción como él, que trabajó durante décadas sin parar, acabó retirado en ese piso tras unas películas en los noventa que ahora se han revalorizado mucho... Digamos que estaba muy despegado de su cine, resignado, viviendo sus últimos seis años solo tras la muerte de su esposa, y después de un confinamiento por la covid que alteró sus rutinas sociales, como la partida semanal de dominó. Por eso, le gustó de repente volver a hablar de cine”, recuerda Monleón.
Acabado el visionado aquel 1 de septiembre, con esfuerzo Camus se levantó y salió a la terraza a hablar con Monleón. “Charlamos, y finalmente hizo algo que anteriores ocasiones ya no hacía: me acompañó a la puerta. Tanto él como yo supimos que era la despedida”.