Marco Bellocchio, 81 años sin miedo en el cine

El cineasta italiano realiza una clase magistral, estrena ‘Marx può aspettare’, sobre la muerte de su hermano gemelo, y recibe una Palma de Oro de Honor

Marco Bellocchio, en una imagen de su película 'Marx può aspettare'.

Si los viejos rockeros nunca mueren, Marco Bellocchio es uno de ellos. Mantiene una memoria espléndida, que le sirve para analizar de manera amable aunque tajante su vida y su carrera. Bellocchio (Piacenza, 81 años) lleva tres días de protagonista en el festival de Cannes: si el jueves dio una clase magistral, hoy viernes se ha proyectado el documental Marx può aspettare (Marx puede esperar), sobre la muerte de su hermano gemelo, Camillo,...

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Si los viejos rockeros nunca mueren, Marco Bellocchio es uno de ellos. Mantiene una memoria espléndida, que le sirve para analizar de manera amable aunque tajante su vida y su carrera. Bellocchio (Piacenza, 81 años) lleva tres días de protagonista en el festival de Cannes: si el jueves dio una clase magistral, hoy viernes se ha proyectado el documental Marx può aspettare (Marx puede esperar), sobre la muerte de su hermano gemelo, Camillo, a los 29 años. Mañana sábado recibirá una Palma de Oro de Honor durante la ceremonia de clausura de manos de Paolo Sorrentino, “Volvería a vivir mi misma vida. No tengo que arrepentirme de no haber hecho lo que debería por falta de valentía”, contaba ante público y prensa en su charla. Desde luego, su filmografía le da la razón.

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Para Thierry Frémaux, delegado general del festival de Cannes, Bellocchio es “un gigante cinematográfico, y a quien teníamos el deber de subsanar el error de que nunca haya ganado la Palma”. Ha tocado muy diversos temas a lo largo de su carrera de medio siglo, con trabajos como China está cerca (1967), premio especial del jurado en Venecia; En el nombre del padre (1971), crítica contra la religión; Salto al vacío (1980), con la que Michel Piccoli y Anouk Aimée obtuvieron los galardones a la mejor interpretación masculina y femenina en Cannes; Buenos días, noche (2003), sobre el asesinato de Aldo Moro; Vincere (2009), la historia de la amante de Mussolini, o El traidor (2019), que pasó por Cannes y fue la mejor película italiana de esa temporada con su retrato de Tommaso Buscetta, el arrepentido más famoso de la mafia. Y sigue en activo: para estar en La Croisette ha interrumpido el rodaje de su nueva serie de televisión, Esterno notte, y tiene en preproducción su nuevo largometraje, La conversione.

Sobre El traidor, Bellocchio explicó: “No sabía nada de la mafia. Me adentré en algo que me era ajeno. De joven necesitaba limitarme a lo que conocía pero, conforme creces y maduras, puedes dirigir tu mirada a temas que no te pertenecen directamente”. Por eso cree que El traidor es una obra de madurez que subraya su pasión por la política —tocada tangencialmente en ese thriller—, aunque no se siente dentro de ningún partido. “La política para mí era algo muy importante, pero no militaba en el interior de ninguna fuerza. Yo estaba cercano a los movimientos de izquierda a finales de los sesenta, y a inicios de los setenta la llama revolucionaria se fue apagando”. Y continuó: “Se tomaron tres vías: el revolucionario que se aburguesa y se convierte en un hombre de poder, el terrorista que elige la acción armada y el que dice: ‘Quién soy, no estoy satisfecho conmigo mismo, debo cambiar’. Para muchos intelectuales, el camino más habitual fue el psicoanálisis”, añadió. Y esa fue su senda.

Tres de los hermanos Bellocchio: desde la izquierda Marco, Piergiorgio y Camillo.

Si en la clase magistral analizó su obra, en una charla posterior con periodistas se centró en Marx può aspettare. “Me siento liberado, aunque no absuelto, de la tragedia de mi hermano Camillo”, aseguró. Tras una celebración familiar, el cineasta se percató de que faltaba “uno de los hermanos más vitales”, Camillo. Así que en la siguiente reunión, un cumpleaños el 16 de diciembre de 2016, empezó a grabar a su familia numerosa. “Era consciente de que esta podía ser la última ocasión que tendría para afrontar esta historia”. Es cierto, algunos de sus miembros han fallecido desde entonces. “Curiosamente, descubrí que podía contar la historia a través de fragmentos de mis películas, de que Camillo existe con otros nombres en mis filmes, y de que se interrelacionaba mi vida con mi cine”. También, de que este era el mejor legado que podía dejar a la siguiente generación de los Bellocchio. “No creo en el más allá, me interesa el más acá. Y esa tragedia ha sido una fuente de dolor en mi vida. Tenía que contarlo, y tenía que aparecer en pantalla para explicar y enriquecer el viaje”.

Un hermano devastado

Bellocchio no ha sido, con todo, capaz de responder a una pregunta, para él, capital: “¿Por qué no me di cuenta de lo que Camillo estaba sufriendo? Esta duda me ha atormentado toda mi vida”. En pantalla vemos a esa familia numerosísima, de alta burguesía, recordando la II Guerra Mundial, su desilusión cuando la monarquía perdió el referendo sobre el sistema de Gobierno en Italia en 1948, el terror que les introducían en sus mentes los curas sobre la llegada del comunismo, y la muerte del padre, Francesco, de cáncer en 1956, que devastó a Camillo, su favorito.

“Me siento liberado, aunque no absuelto, de la tragedia de mi hermano Camillo

El gemelo se sentía además inferior a sus hermanos: Marco era cineasta; Alberto, sindicalista, y Piergiorgio, el mayor, crítico literario. “No encontró su espacio en una casa que era como un manicomio”, recuerda el director. “Nunca tomó decisiones radicales, apabullado por la lucha por la supervivencia del resto de la familia”. Varios de los Bellocchio inciden: “Los chistes más groseros y salvajes que Camillo impulsaba entre su grupo de amigos, en realidad, le hacían mucho daño a sí mismo”.

En 1964, Camillo envió a Marco una carta desde el servicio militar —fue el único hermano que lo hizo, y todos señalan que se apuntó para ralentizar su incorporación a la vida adulta—. Buscaba consejo y ayuda sobre qué hacer en la vida. El cineasta no recuerda la misiva, y mucho menos si la contestó (aunque existe una fotocopia de ella). Sus dudas vitales, sus peleas interiores crecieron hasta que su sufrimiento acabó con su suicidio en 1968. El título nace de una frase pronunciada por el propio Camillo: “Decía riendo que la política podía esperar, que antes había que resolver los problemas personales”.

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