Novelas para leer con orgullo

Garth Greenwell, John Boyne o Julieta Valero firman novedades literarias que se suman a rescates de Pasolini o Mendicutti que abordan la temática homosexual

Desfile del Orgullo en roma en 2019.FILIPPO MONTEFORTE (AFP)

En la primera escena de la novela Pureza (Literatura Random House) de Garth Greenwell, el protagonista, un profesor estadounidense de literatura anglosajona en Bulgaria, se toma un café con un alumno que le confiesa el sufrimiento que le produce su amor no correspondido por su mejor amigo. Sin embargo, el narrador se sorprende al descubrir que lo que desea su estudiante no es encontrar una forma natural de vivir su homosexualidad, sino recrearse en ese sentimiento de extrañamiento que se ha convertido en el núcleo de su identidad. “¿Qué vida podría yo querer si no esa?”, le espet...

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En la primera escena de la novela Pureza (Literatura Random House) de Garth Greenwell, el protagonista, un profesor estadounidense de literatura anglosajona en Bulgaria, se toma un café con un alumno que le confiesa el sufrimiento que le produce su amor no correspondido por su mejor amigo. Sin embargo, el narrador se sorprende al descubrir que lo que desea su estudiante no es encontrar una forma natural de vivir su homosexualidad, sino recrearse en ese sentimiento de extrañamiento que se ha convertido en el núcleo de su identidad. “¿Qué vida podría yo querer si no esa?”, le espeta el joven al docente perplejo, “¿qué otra vida iba a poder soportar?”. El nuevo libro de Greenwell, que ha figurado en varias listas de las mejores novelas anglosajonas de 2020, es una buena muestra del modo en que lo que antaño se denominaba simplemente “temática LGTBIQ” —en ocasiones, con una sección propia en las librerías— se ha integrado con fluidez en las mesas de novedades, más que nunca en junio, mes del Orgullo, que culmina con la gran celebración del próximo sábado.

Greenwell ha convertido “el sexo, el deseo, la vergüenza, la enfermedad, la identidad, la extrañeza y el amor” (la enumeración es suya) en un polo de su escritura. También en un reconocimiento de su deuda con los autores que le precedieron en esta búsqueda, tal y como explica por correo. “Encontrar La habitación de Giovanni de James Baldwin a los 14 años en una librería de Louisville, Kentucky, marcó un punto de inflexión en mi vida, porque fue el primer libro que leí que sugería que mi vida como hombre gay podía tener dignidad”, explica. “En aquella época no era escritor, y aún faltaba mucho para que lo fuera, pero aquel fue el inicio de una conversación vital con una tradición de literatura queer”, añade. El escritor menciona nombres como Proust, Henry James, Virginia Woolf, Reinaldo Arenas, Jeanette Winterson o Rafael Chirbes. “Por eso escribo, para intentar dar una respuesta a estos libros que han significado tanto para mí”.

En esa conversación se puede ubicar La aldea de Romàns (Altamarea), una novela que Pier Paolo Pasolini concluyó hacia 1950 y que ahora se edita por primera vez en español. La vivencia culpable de la homosexualidad es el epicentro invisible del seísmo emocional que sacude al sacerdote rural Paolo, que según Nico Naldini, editor y exhumador del texto, es un alter ego del propio autor. En este relato que Pasolini concibió como un vehículo de denuncia social y de indagación espiritual —una suerte de San Manuel Bueno, mártir a la friulana—, la sexualidad no aparece explícitamente nombrada, pero “lo que sí se difunde de manera palpable es la ansiedad, la neurosis de la angustia que atormenta la apacible alma del padre Paolo”, escribe Naldini.

La vivencia de la homosexualidad desde el conflicto interior articula asimismo Las furias invisibles del corazón (Salamandra), la novela más reciente de John Boyne, conocido por el superventas El niño del pijama de rayas. Esta novela de formación narra siete décadas de historia de Irlanda desde la mirada de un anciano nacido en 1945 que lucha por superar el sentimiento de culpa asociado a su homosexualidad. No es una cuestión menor. Toda una tradición literaria, de Proust a Cocteau, Peyrefitte, García Lorca o el primer Juan Goytisolo, se afirmó a sí misma construyendo sofisticadas arquitecturas verbales en torno a la censura y la elipsis de una sexualidad disidente.

No hay elipsis, sin embargo, en Bollo (Dos Bigotes), publicada esta primavera por la experta en pedagogía y en estudios LGTBIQ Melani Penna Tosso. A través del humor, los juegos de palabras, el costumbrismo y una concepción de la literatura como herramienta de subversión política, esta novela corta lucha contra los intentos de encasillar lo lésbico. Tampoco cabe confusión en Mansos (Alfaguara), el aplaudido estreno literario de quien entonces (en 2010, cuando se publicó por primera vez) era Roberto Enríquez y hoy es Bob Pop. La biografía de este periodista cultural, guionista y exégeta de la cultura popular es ahora el motor narrativo de Maricón perdido (TNT), una serie televisiva que recoge parcialmente el argumento de esta novela cuya publicación fue una apuesta personal de Constantino Bértolo, el editor hasta 2014 de Caballo de Troya. Con un lenguaje ágil y preciso hasta rozar el vértigo, Enríquez narra el periplo nocturno de un joven acomodado, entre el vodevil y la epifanía, en una sauna gay de Madrid.

También el paso del tiempo permite apreciar con una perspectiva diversa Una mala noche la tiene cualquiera (Tusquets), la reedición de uno de los mayores éxitos de Eduardo Mendicutti, publicado por primera vez en 1988 y que narra las vivencias de una transformista, la Madelón, durante la noche del intento de golpe de Estado del 23-F.Hasta entonces, lo poco y más o menos notable que se había publicado con protagonistas LGTBIQ era casi siempre oscuro, amargo, doloroso, penitencial, ofensivo”, explica Mendicutti por correo electrónico. “Se toleraba, siempre que quedase claro que el gay o la lesbiana pagaba un precio social, penal o vital por el pecado o el delito de serlo. Una mala noche… era alegre, carecía de complejo de culpabilidad y tenía un ánimo peleón casi inocente”. Para Mendicutti, la recuperación este año de su texto le permite reencontrase con una novela “muy divertida, muy desinhibida, muy combativa sin atosigar”, apunta. “Por desgracia, a mi edad, no sé si sabría escribirla ahora. Esta novela me rejuvenece, pero no hasta volverme lo bastante petarda. Me guste o no, que no me gusta, ya soy un escritor senior”.

Mendicutti aprecia una evolución en la presencia de la temática LGTBIQ en la escena literaria. “Los nuevos escritores gais ya no sienten la necesidad de escribir desde el laberinto del miedo y la soledad, ni desde una torre de marfil”, señala. “En ese sentido, mi novela y yo tal vez fuimos pioneros. Pero está volviendo, a lomos de ciertas ideologías, la hostilidad y agresividad contra el colectivo. Y eso quizás marque también nuestra literatura LGTBIQ ahora y en un futuro inmediato”.

En esa tensión entre el pasado y el presente, entre la aceptación y la violencia, se mueve asimismo una novela de signo muy distinto. En Niños aparte (Caballo de Troya), la escritora Julieta Valero aborda el tema de la maternidad desde lo queer. “La realidad es tozuda y mucho más rica y compleja que el modelo heteropatriarcal”, explica la autora, “la literatura tenía que reflejar eso, inevitablemente”. Su novela, protagonizada por dos mujeres con hijos en edad escolar que deciden reconstituirse como familia, en palabras de Valero, “no tematiza explícitamente ni en un sentido teórico la cuestión LGTBIQ, pero presenta a unas personas viviendo en su condición homosexual con la naturalidad, acaso el privilegio, de pertenecer a un contexto de clase media progresista que lo respeta e integra, pero a la vez tener unas familias de origen conservadoras y en uno de los casos muy intolerante”. Para Valero, esa España de dos velocidades refleja un país en el que “se ha evolucionado muy rápido de unas estructuras posfranquistas a una democracia con muchas zonas oscuras en términos de respeto a la diversidad”.

¿Sigue teniendo, pues, vigencia la etiqueta de literatura LGTBIQ o es hora de asumir que se diluya? “La industria editorial detecta focos de interés social y busca sus nichos de mercado, pero no representa el estado de una cuestión tan compleja”, apunta la autora. “Como etiqueta supongo que era y aún es necesaria para visibilizar una demanda social y de derechos muy importante. Si muchos creadores han necesitado hablar desde ahí, es incuestionable esa realidad, y es muy legítimo. Pero, en la medida que se vayan logrando esos derechos, lo lógico sería evolucionar hacia una integración naturalizada de verdad”.

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