Rodrigo Cortés novela el disparate del siglo XX

El cineasta publica ‘Los años extraordinarios’, la biografía inventada de “un tipo poco ejemplar”

Rodrigo Cortés, retratado el lunes en un hotel madrileño.Andrea Comas

Desde los dos a los 32 años, Rodrigo Cortés (Pazos Hermos, Ourense, 48 años) vivió en Salamanca. Puede que crecer allí ayudara a la riqueza y la exactitud de su castellano. Es uno de los cineastas españoles que mejor habla, y esa capacidad oral la mantiene en sus escritos: tanto los de forma más rectangular a tamaño Din A4 (sus guiones), como los publicados en cuadrado (sus libros de antiaforismos, breverías y tuits A las 3 son las 2 y ...

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Desde los dos a los 32 años, Rodrigo Cortés (Pazos Hermos, Ourense, 48 años) vivió en Salamanca. Puede que crecer allí ayudara a la riqueza y la exactitud de su castellano. Es uno de los cineastas españoles que mejor habla, y esa capacidad oral la mantiene en sus escritos: tanto los de forma más rectangular a tamaño Din A4 (sus guiones), como los publicados en cuadrado (sus libros de antiaforismos, breverías y tuits A las 3 son las 2 y Dormir es de patos). Y hay un tercer Cortés escritor, el de las novelas, rectangulares, claro, pero de tamaño manejable: debutó en 2014 con Sí importa el modo en que un hombre se hunde, y ahora publica Los años extraordinarios (Literatura Random House), cuya promoción coincide con el final de las mezclas de sonido de La broma, su aportación a la nueva versión de la serie Historias para no dormir. De coda está el Cortés que publica en el diario Abc... así que, efectivamente, el cineasta no se aburre.

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En Los años extraordinarios Cortés levanta testimonio de las memorias de Jaime Fanjul Andueza (”Un tipo poco ejemplar, no es edificante, incluso a veces irrita”, aduce su creador), que nace en Salamanca en 1902 y que pasa por la vida sin aprender de ella y sin darle importancia a nada, ni a los sucesos que protagoniza: la llegada del mar a la ciudad, el advenimiento de los coches impulsados por el pensamiento, la guerra civil de España “contra lo de Alicante”, los piratas que abordaban barcos para que les den la razón, el cambio de ubicación de París en 1940, una España que cambia de forma de Gobierno (de República a Monarquía) cada cierto tiempo y de manera pactada... Fanjul, viajero impenitente por países reales y terrenos inventados, se convierte en manos de su creador en un paseante por un mundo lleno de disparates, al que cruza en su camino con todo tipo de extraños personajes (las monjas bravas que pelean a puñetazo limpio), parejas y trabajos (triunfa con un taller de estropear cosas o con su manera particular de leer el futuro en las cartas). “He escrito algo insensato, libérrimo, sin pararme a pensar si eso está de moda, con un aliento poético que surge del mismo lenguaje”, afirma Cortés.

A medio camino entre Valle-Inclán, Jonathan Swift, Edgar Neville y Enrique Jardiel Poncela, Los años extraordinarios nace de todos ellos y de una semana de alto voltaje, cuenta su autor: “Estaba montando Blackwood [que se estrenó en 2018], y en un momento de tensión con los productores, acuciado además con la velocidad de la edición, trabajo al que dedicaba unas 16 horas diarias, escribí en la semana de más presiones 30.000 palabras, un tercio del borrador. Aún hoy no sé cómo lo hice. Sí por qué: como impulso inconsciente de vindicación de libertad creadora”. Y cuenta que reescribió luego mucho, en lo que se convirtió “en la parte más bonita” del proceso. “Ahí quitas, aprietas el polvorón, logras la densidad”.

“El trabajo del cineasta es el del engaño pactado, como la prestidigitación”

Cortés rechaza que las opiniones de Fanjul sean las suyas —“anticipo que yo no me parezco a Jaime y que le he atribuido pensamientos opuestos a los míos”— pero se detiene a reflexionar sobre algunas como: “Fracasar, nuestro sagrado destino. Creo firmemente en el error. En el empecinamiento. Creo que un hombre solo lo es si toma decisiones equivocadas. Me he equivocado muchas veces, sabiendo que lo hacía casi siempre”. “Ah”, responde el aludido, “en esa sí estoy reflejado. A mí me ayuda a tomar decisiones el miedo, el saber que algo no es exactamente una buena idea... Incluso la intuición de que puede ser una mala idea. Me lanzo”. Otra que define el tiempo que Fanjul se gana la vida como periodista: “Como cronista, mentí cuanto supe y tergiversé cuanto pude”. En realidad, eso es ser cineasta: “Efectivamente, porque nuestro trabajo es el del engaño pactado, como el de la prestidigitación”.

Un arranque buñueliano

Sobre las influencias mencionadas, Cortés apunta: “Las he detectado a posteriori. Tampoco soy original. Si escribes una biografía inventada acabas en el Marco Polo que crea Italo Calvino o en algún libro de Swift. O entroncas con nuestra picaresca, con el Lazarillo, y más con un personaje que nace a orillas del Tormes. De hecho, mi primer impulso fue dejarme guiar por Mi último suspiro, las memorias de Buñuel que luego reacondicionó Jean-Claude Carrière; eso nació de la pereza, porque permitía establecer un cajón de sastre en lo que todo fuera posible, sin estructura. Al final nada de eso me valió, porque acabé narrando de forma cronológica”. Pero en su libro algo queda: “Me he alimentado del motor creador de los surrealistas, que abandona toda tentación alegórica o simbólica para abrazar imágenes, ideas irracionales que paradójicamente permiten que emerjan mensajes elocuentes”.

“Me he alimentado del motor creador de los surrealistas, que abandona toda tentación alegórica o simbólica para abrazar imágenes”

A pesar de lo anterior, Cortés lanza garfios que enganchan la narración con la historia auténtica: hay una guerra civil, una segunda guerra mundial, un viaje estadounidense a la Luna, aunque poco se parezcan a los realmente acontecidos. “Sigo la realidad por la vía de servicio”, explica el novelista. “No es nuestro mundo, pero viajamos a metro y medio de él. Por otro lado, exagerar nuestra realidad nos permite verla mejor. Torcemos las reglas, incluso las físicas, pero nunca demasiado. Es una novela casi sobrenatural”. ¿Y eso hace que refleje algún sueño oculto del autor; quería de pequeño que Salamanca hubiera tenido mar? “No”, y ríe. “Es más, sería una mala idea, cambiaría toda su constitución y su paisaje... No sé yo si las piedras lo aguantarían”.

Hacia la mitad de la narración, en Los años extraordinarios entran aires melancólicos. En esas páginas se puede leer: “Hay personas que te tocan suavemente y, sin que te des cuenta, alteran para siempre la dirección de tu vida” o “Ustedes, los españoles’, me dijo, ‘están siempre con problemas. Viven atribulados. ¿Se da cuenta?”. Cortés también lo cree: “La novela parte sin brújula, cada día el personaje me contaba su viaje... Sin embargo, para mí es natural congelar una carcajada en un momento dado o lo contrario, llegar a zonas hondas y justo antes de que se pongan solemnes soltar una bomba para que todo se haga añicos. Diría que eso también pasa en mi cine. Esos contrastes constantes forman parte de cómo veo la vida”.

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