Javier Gomá: “La gestión de la pandemia tiene algo de chapuza creadora”

El director de la Fundación Juan March acaba de publicar una trilogía teatral y se muestra optimista ante los tiempos que corren: “Nuestra época es la mejor de la historia”

El filósofo Javier Gomá, en la sede de la Fundación Juan March, en Madrid, el pasado 11 de mayo.INMA FLORES

El suyo es el optimismo de la voluntad, y del pensamiento. “Nuestra época es la mejor de la historia”, piensa, por ejemplo; y de hecho ha pasado la enfermedad de la época, y se ha recuperado, como si este hubiera sido un contratiempo que tiene que ver también con esa manera suya de almacenar experiencias para sentir que está vivo y con el riesgo de vivir adaptado al tamaño de su esperanza. En la vida cotidiana, este hombre, Javier Gomá (Bilbao, 56 años), acude cada día a un lugar lujoso y bell...

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El suyo es el optimismo de la voluntad, y del pensamiento. “Nuestra época es la mejor de la historia”, piensa, por ejemplo; y de hecho ha pasado la enfermedad de la época, y se ha recuperado, como si este hubiera sido un contratiempo que tiene que ver también con esa manera suya de almacenar experiencias para sentir que está vivo y con el riesgo de vivir adaptado al tamaño de su esperanza. En la vida cotidiana, este hombre, Javier Gomá (Bilbao, 56 años), acude cada día a un lugar lujoso y bello, la Fundación Juan March, en Madrid, de la que es director. Y de todos los sitios que le son dados para ejercer allí su ocupación, el que más le gusta, porque allí se siente tan cómodo como en su casa, es la pequeña biblioteca pública (y gratuita) que la institución tiene abierta en los jardines en los que, por ejemplo, reina una impresionante escultura de Martín Chirino. Acaba de publicar una trilogía teatral (Un hombre de cincuenta años, Galaxia Gutenberg), que incluye el monólogo dramático Inconsolable, la comedia moral Quiero cansarme contigo o el peligro de las buenas compañías y la tragedia Las lágrimas de Jerjes. Este es el pretexto de nuestra conversación.

Pregunta. En el prólogo a la obra tiene esta frase: “Golpe fatal de melancolía”. Y se pueden subrayar estas palabras: humor, comedia, ejemplaridad, familia, llorar, triunfo. ¿Definen esos términos este tiempo?

Respuesta. En una ocasión Montaigne dice: “El tema de este libro soy yo”. Y otra vez dijo: “Lo que me interesa de mí mismo no soy yo, sino las experiencias que comparto con el género humano”. No esperamos de Montaigne una sucesión de anécdotas u ocurrencias sobre su vida privada, sino de qué manera su vida personal es una ventana para contemplar esa condición humana. De la misma manera, me gustaría pensar que mi modo de vivir el presente es solo un pasillo secreto para acceder a lo invariable de la condición humana. Alguna vez he dicho que soy “hijo gozoso de mi tiempo”. Defiendo por qué nuestra época es la mejor de la historia. En cuanto a esos conceptos, esta trilogía habla sobre todo de un sentimiento de desconsuelo y del humor que decide con quién te quieres cansar. Dice un personaje: “Al final de la vida acabamos cansados. El verdadero arte de vivir es cómo y con quién te quieres cansar”. Otro sentimiento es la melancolía. No se trata ni de mi propio desconsuelo, ni de mi cansancio, ni de mi melancolía. De hecho, no tengo un temperamento melancólico. Lo que ocurre es que la condición humana tiene razones, a veces, para todo ello. Así que vivo mi vida concreta y lo que más me interesa de mí mismo es aquello que resulta generalizable.

Gente poderosa con la que a veces he hablado me confirma que el poder en las más altas instancias tiene un elemento fuertemente chapucero. Y eso es liberador

P. Lo generalizable ahora es la enfermedad, esta especie de guerra del siglo XXI.

R. Pemán le reprochó a Ortega que generalizara, y el filósofo le dijo que generalizamos poco… El problema es cuando no se generaliza. Sé que queda mucho mejor decir que todo es un desastre, avivar el justo resentimiento de la gente respecto a su vida. La humanidad como especie muchas veces ha estado al borde del precipicio, pero al final ha tomado una decisión adaptativa. Como somos una especie a veces dura de aprender nos ponemos muchas veces al borde del precipicio. Pero hasta el día de hoy creo que ha triunfado el principio adaptativo. Y en este caso soy partidario de la teoría de la chapuza. La chapuza explica cosas. La gente que no conoce por dentro el poder se puede imaginar que el poder actúa de una manera racional y coordinada. Puede imaginarse que todas las farmacéuticas están unidas, por ejemplo, en un plan para dominar el mundo. Y creo que no. Gente poderosa con la que a veces he hablado me confirma que el poder en las más altas instancias tiene un elemento fuertemente chapucero. Y eso es liberador, porque la chapuza nos hace libres en el sentido de que la conspiración de los poderosos es imposible. Hay un elemento dedicado al azar. Y por eso, paradójicamente, se garantiza el progreso.

P. ¿Dónde ve la chapuza hoy?

R. En la gestión de la pandemia de los políticos en general, de modo que creo que muchas veces no están justificadas las críticas que reciben, aunque sé que criticarlos produce buena conciencia. Siempre hay alguien más tonto que tú, más torpe que tú, y eso es lo que produce buena conciencia. Pero no veo razones para que los políticos, a los que a lo mejor has votado hace poco, estando en una situación tan trascendente, sean todos tan torpes, tan malvados y tan mediocres en un asunto que es idéntico en prácticamente todo el mundo. La pandemia ha sido un tsunami. Te estás tomando un cóctel en la playa y de repente viene una ola de 30 metros. Hay un primer momento de sálvesequienpueda, de hacer lo que uno humanamente pueda. Hacer lo que se pueda ya es mucho y tiene que ver con el posibilismo del que hablaba Plutarco. Le preguntaban por las leyes que había hecho y él decía: “He hecho las mejores leyes que los atenienses pudiesen soportar”. No las perfectas, sino las que pudieran ser recibidas por sus ciudadanos y cumplidas de acuerdo con sus posibilidades. La gestión de la pandemia ha tenido algo de chapuza creadora. Todo tiene un aire de chapuza porque el mal que se nos venía encima era demasiado grande, pero todo el mundo ha intentado hacer lo que podía para tratar de combatirla. Esa chapuza creadora se mezcla, claro, con la ley de la política, que es la lucha sin cuartel. Y a veces con la lucha amigo-enemigo de la política, cuya única aspiración es electoral. No hay nada humano que sea puro. Está siempre contaminado.

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P. En el diálogo entre Esquilo y Pericles, en Las lágrimas de Jerjes, se habla del hombre consumido por la gloria. Tal como es hoy el poder, ¿ve a los que lo manejan consumidos por la gloria?

R. No. No lo veo. Me gusta, incluso de manera provocadora, el concepto de gloria. Pericles se refiere a la gloria literaria, que es la mejor según él, que era entonces un joven de 19 años, y considera que los hechos políticos, al contrario que los poéticos, no se recuerdan luego. Hoy nadie se acuerda de Temístocles, que ganó en Salamina, pero todo el mundo se acuerda de Esquilo, cuya obra supera las pruebas del tiempo. Esquilo basa su obra en la idea de que la libertad por sí misma triunfa sobre la tiranía, aunque la tiranía tenga un ejército mayor. Lo que ocurre hoy es que los políticos en la democracia no tienen tiempo para la gloria, están demasiado ocupados en la gloria electoral, que puede ocurrir, como mucho, cada cuatro años.

P. Ha escrito usted que los seres humanos somos “una flor delicada”. ¿Y la democracia? ¿Podría ser una flor delicada y en peligro?

R. Creo que sí. En Ejemplaridad pública definía la democracia como un proyecto igualitario sobre bases finitas. No puedes decir: “Esto es porque lo ha querido Dios, lo ha querido la Patria o lo ha querido la Historia”, sino porque los ciudadanos mayores de edad han decidido autogobernarse. Eso obliga al consenso. Por eso me fascina la expresión “un hombre, un voto”, que hoy sería “un hombre, una mujer, un voto”, porque te está diciendo que en democracia no se trata de que gobiernen los mejores, ni los más ricos, ni los más poderosos, ni los más sabios, ni los más técnicos, sino que te dice que vamos a idear un sistema en el que todos y cada uno tengan voz conforme a su dignidad. Antes, para la perduración de un país, podías aspirar a que la sabiduría o la potencia o la habilidad del monarca te preservara. Hoy depende el sistema democrático enteramente de la mayoría de edad de los ciudadanos. Estamos más expuestos, porque si antes se trataba de que todo dependiese del rey, ahora depende solo de que todos los ciudadanos sean mayores de edad. Y la democracia es una materia frágil, vulnerable, por eso es tan importante la educación de la ciudadanía. Ya no nos salvan la ley, el gobernante o las instituciones. Nos tenemos que salvar a nosotros mismos. Y si no lo hacemos, la democracia se va a ir al garete.

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