Muere el artista Julião Sarmento, la intimidad del deseo

Creador portugués de gran proyección internacional, su trabajo multidisciplinar se centró en el estudio del cuerpo y sus expresiones. Ha fallecido a los 72 años

El artista Julião Sarmento junto a su 'Pequeña bailarina', expuesta en la galería madrileña Heinrich Erhardt en 2014.Álvaro García

En la Bienal de Venecia de 2001 se presentó una colaboración entre el cineasta Atom Egoyan y el artista portugués Julião Sarmento, que ha fallecido hoy en Lisboa con 72 años. Close, así se llamaba la obra, arrancaba el espacio a los espectadores y los sumergía en una especie de sueño hipnótico. Se trataba de una película proyectada sobre una pantalla que había que mirar a muy poca distancia, la que permitía el pasillo estrecho, apenas para poco más que un cuerpo. Lo que se creía descubrir en la imagen era la parte ...

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En la Bienal de Venecia de 2001 se presentó una colaboración entre el cineasta Atom Egoyan y el artista portugués Julião Sarmento, que ha fallecido hoy en Lisboa con 72 años. Close, así se llamaba la obra, arrancaba el espacio a los espectadores y los sumergía en una especie de sueño hipnótico. Se trataba de una película proyectada sobre una pantalla que había que mirar a muy poca distancia, la que permitía el pasillo estrecho, apenas para poco más que un cuerpo. Lo que se creía descubrir en la imagen era la parte de un cuerpo amplificado hasta el paroxismo frente a la mirada impotente. Ese cuerpo se hacía inabarcable y el espectador se perdía en este océano. Después, afinando un poco la imaginación, empezaba a adivinarse un pie enorme, con algo monstruoso y grotesco. Imposible de distinguir a tan breve distancia, se diluía en su propio tamaño. Al fondo, un extraño sonido acentuaba la atmósfera de ensoñación, una conversación suave de enorme intimidad, y se vislumbraba de pronto cierto acto cotidiano que aparecía por arte de magia: alguien estaba cortando las uñas del pie, o eso se creía imaginar. Aunque lo curioso era cómo esa intimidad existía solo porque nosotros estábamos ahí para desvelarla, para hacerla deseo.

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Tal vez ninguna de las numerosas obras de la producción de Sarmento, sin duda uno de los artistas portugueses con mayor visibilidad internacional, ha reflejado de manera más precisa algunas de las características esenciales en su producción: el deseo y la cotidianidad. O, para ser más precisos, lo cotidiano de ese deseo que a cada paso se escabulle, se escapa. Se nos escapa. De hecho, Sarmento ha sabido contar el deseo como pocos; no en vano era lector de Bataille, de Sade, de Joyce y, en especial, de Pessoa. Ha sabido dejar las narraciones abiertas y, por lo tanto, a los espectadores cómplices en vilo. Esa pericia insólita le ha permitido hacer abstracto dicho deseo en las que son, tal vez, sus mejores obras, aquellas que dejan a un lado las representaciones explícitas —que a veces aparecen también en su producción— y nos obligan a adivinar; las que proponen un universo sin cerrar, en tránsito como el de Close.

Cuerpos desmaterializados

La carrera del artista, que ha fallecido a causa de un cáncer, empieza en el Portugal de la década de los setenta, un momento en el que, igual que ocurre en España, el país se preparaba para entrar en la modernidad a través de cierto cambio conceptual que en Sarmento se traduce en un extraordinario trabajo. Películas, montajes fotográficos, pinturas, collages a partir de elementos impensados… constituyen el universo de este artista. Casi 30 años más tarde hablaba de su obra como un contínuum, tiempo extendido a través del cual y a pesar de los cambios de los medios usados, Sarmento regresaba una y otra vez a la citada idea del deseo quizás porque, como explicó Lacan, el deseo es aquello que jamás puede acabar de nombrarse y por eso nos hace regresar al mismo lugar de imposibilidades una y otra vez.

Quizás por este motivo deja muy pronto sus coqueteos pop y en los años ochenta regresa, como tantos artistas de su generación, a una pintura que, a partir de entonces, se transformará, se volverá dibujo, convivirá con otros medios, pero será otra de sus señas reiteradas de identidad. Este regreso culminará con una de sus series más conocidas y más contundentes, las Pinturas blancas, de finales de la década de los ochenta, donde, preludiando de alguna manera Close, los cuerpos se desmaterializan, se hacen sobrios, se hacen fragmento, se travisten de lo que no se puede acabar de contar. En pocas palabras, se hacen abiertamente deseo. En 1997 representaba a Portugal en la Bienal de Venecia, si bien su consagración internacional había tenido lugar mucho antes. Lo probarían sus numerosas exposiciones en Madrid, entre otros espacios, en el Museo Reina Sofía y la Casa Encendida.

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