Cien años de inmarchitable encanto

Atravieso una sensación tan placentera como insólita al ver en un cine, por la mañana, con escaso y entregado público, una película muda primorosamente restaurada que cumple un siglo

Jackie Coogan y Charles Chaplin, en 'El chico'. En el vídeo, tráiler de la película.

Atravieso una sensación tan placentera como insólita al ver en un cine, por la mañana, con escaso y entregado público, una película muda que cumple 100 años. La imagen está primorosamente restaurada y la música suena muy limpia. Sonrío muchas veces, me asalta alguna carcajada y en algunos momentos es angustiosa y conmovedora. Es dudoso que las obras de arte que se engendraron antes de que el cine descubriera el lenguaje oral puedan verse actualmente en las televisiones y en las plataformas digitales. Deben de encontrarlo anacrónico y poseer la certidumbre de que ya no existe ninguna demanda de...

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Atravieso una sensación tan placentera como insólita al ver en un cine, por la mañana, con escaso y entregado público, una película muda que cumple 100 años. La imagen está primorosamente restaurada y la música suena muy limpia. Sonrío muchas veces, me asalta alguna carcajada y en algunos momentos es angustiosa y conmovedora. Es dudoso que las obras de arte que se engendraron antes de que el cine descubriera el lenguaje oral puedan verse actualmente en las televisiones y en las plataformas digitales. Deben de encontrarlo anacrónico y poseer la certidumbre de que ya no existe ninguna demanda de estas cosas. Como mucho, el destino de estas películas clásicas será el museo, las filmotecas públicas y privadas. Qué pena. Algunas de estas películas divirtieron, emocionaron, provocaron el entusiasmo de los receptores, sirvieron de alegría, entretenimiento y refugio a infinitos espectadores en cualquier parte del universo.

Esta se titula El chico y fue el primer largometraje (aunque solo dure 68 minutos) de alguien transparentemente genial llamado Charles Chaplin. Algo que no le impidió abusar frecuentemente del sentimentalismo (o de la sensiblería), del discurso pretencioso, pero que inventó un personaje inmortal, ese Charlot al que es imposible no querer, partirte de risa con su heroica y cotidiana supervivencia, la de ese perdedor empeñado en mantener una dignidad tragicómica. En los formidables cortometrajes de Chaplin no hay tiempo para la tesis ni para ofrecer una profunda visión del mundo. Bastante crudo lo tiene el extravagante vagabundo para buscarse la vida, escapar de la policía, sortear a los fuertes, tirarse el rollo, arrancar un día más a la intemperie y al desastre. Pero el metraje de El chico le permite desarrollar una historia con prólogo, nudo y desenlace. Y lo hace admirablemente, combinando humor, esperpento, ternura y sentimiento.

Ese desarrapado empeñado patéticamente en dar la imagen a los demás de un caballero, intenta escaquearse de la criatura que ha encontrado abandonada en la calle. Que nadie se confunda. No es la madre Teresa de Calcuta. Las circunstancias le obligan a cargar con ese bebé. Y ahí comienza una preciosa historia de amor, de salvaguarda mutua entre ambos, de ingeniárselas como puedan para seguir tirando, de mantener las formas en medio de la miseria extrema. Es desternillante que el oficio del chaval sea romper cristales a pedradas para que su padre adoptivo aparezca milagrosamente un minuto después en las casas siniestradas ejerciendo de cristalero. Y si la situación le sonríe un poco, intentará montárselo con la dueña de la casa. Me encanta el lado golfo, la resistencia, la capacidad para embaucar, la habilidad para la huida rápida, de ese tipo en intemperie permanente.

También aparece el desgarro, la pérdida, el sufrimiento extremo cuando las fuerzas del orden pretenden arrebatarle a su amado hijo, a ese niño que constituye su único motor vital. Y se te congela la risa, te contagian el dolor de esos náufragos a los que pretenden quitar su única tabla de salvación. La expresividad de Chaplin es magistral, pero también su olfato al encontrar al extraordinario niño Jackie Coogan. Esa carita, esa mirada, esos movimientos, tienen capacidad 100 años después para derretir a un témpano. Y El chico acaba bien, ya que el artista Chaplin jamás descuidó su control sobre el negocio de la taquilla. Esta película, al igual que otra obra maestra de Chaplin como La quimera del oro, mantendrá su atractivo en los próximos siglos, aunque ya casi nadie esté interesado por saber lo que hizo este hombre singular. La deuda del cine y de la vida con él es a perpetuidad.

Para continuar la vieja fiesta voy a revisar otra vez la maravillosa obra de un contemporáneo y amigo de Chaplin, que a diferencia de él si conoció el fracaso y la ruina cuando llegó el cine hablado. Es Buster Keaton, un artista al que amo, puro, estoico, imaginativo, épico, determinista, enormemente gracioso en su seriedad, poético sin pretenderlo, creador incansable de formas visuales, grandioso en las distancias cortas y en las largas.

EL CHICO

Dirección: Charles Chaplin.

Intérpretes: Charles Chaplin, Jackie Coogan, Edna Purviance.

Género: drama. EE UU, 1921.

Duración: 68 minutos.

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