George Steiner, de viva voz
Un año después de la muerte del pensador y crítico se reedita ampliado ‘La barbarie de la ignorancia’, uno de sus grandes libros de conversaciones
Hoy hace justo un año que murió George Steiner. Tal vez parezca más porque todo lo anterior a la pandemia parece de otra era, algo que se acentúa en el caso del propio Steiner, que siempre pareció un sabio de otro tiempo. La mala noticia es que nos hemos quedado sin saber qué piensa de lo sucedido en estos 365 días. La buena, que la editorial Alfabeto acaba de rescatar uno de los libros que mejor...
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Hoy hace justo un año que murió George Steiner. Tal vez parezca más porque todo lo anterior a la pandemia parece de otra era, algo que se acentúa en el caso del propio Steiner, que siempre pareció un sabio de otro tiempo. La mala noticia es que nos hemos quedado sin saber qué piensa de lo sucedido en estos 365 días. La buena, que la editorial Alfabeto acaba de rescatar uno de los libros que mejor ayuda a entender lo que pensaba hasta su muerte: La barbarie de la ignorancia. Que el autor de Presencias reales era un maestro de la conversación lo demuestran títulos como Un largo sábado o Elogio de la transmisión, publicados por Siruela, el sello que más atención ha prestado a su obra (el mes pasado lanzó una antología de textos bajo el certero título de Un lector).
“Heidegger fue el más grande de los pensadores y el más pequeño de los hombres”
La barbarie de la ignorancia es algo menos que una novedad pero algo más que una reedición. El libro, que recoge una larga entrevista de 1997 con el locutor de Radio France Antoine Spire, vio la luz en castellano dos años más tarde de la mano del Taller de Mario Muchnik (el propio editor firmaba la traducción). En esta ocasión, la versión corre a cargo de Pablo Hermida Lazcano, incluye 30 nuevas páginas de charla más un prefacio y un epílogo a cargo del periodista. En esa nota final, Spire relata el momento de mayor tensión entre entrevistador y entrevistado. Cuando este ―judío como aquel― le recrimina su devoción por Martin Heidegger ―cuyo antisemitismo estaba por entonces en boca de todos―, Steiner le espeta: “¿Puede usted, joven, citarme los libros eruditos que ha dedicado a Heidegger?”. Spire, que tenía 50 años, recuerda su respuesta: “Si desea indicar a nuestros oyentes que usted es un gran creador y que yo soy un periodista mediocre, no estoy seguro de que tengan necesidad de que les pongan los puntos sobre las íes”. Desconcertado, Steiner lanzó una réplica demoledora -”Me toca hablar a mí o interrumpimos este programa”-, se levantó y caminó hacia la puerta del estudio. Se detuvo antes de franquearla y volvió al micrófono para glosar con brillantez las relaciones entre filosofía y despotismo y acuñar una frase para la eternidad: “Heidegger fue el más grande de los pensadores y el más pequeño de los hombres”.
George Steiner se pasó la vida tratando de comprender por qué la alta cultura no solo no ha sido capaz de frenar la barbarie sino que en ocasiones ha sido su aliada. A la falta de respuesta solo alcanzaba a contraponer una anécdota que le contó a Antoine Spire: en tiempos de Leonidas Breznev había una joven rusa experta en literatura inglesa que terminó en la cárcel. Privada de papel y lápiz, se dedicó a traducir mentalmente los 30.000 versos del Don Juan de Byron, que se sabía de memoria. Esa es ahora la gran traducción rusa del poema, concluye Steiner, que al final de la charla se despidió de su entrevistador con un abrazo. Nunca volvieron a verse.