Detrás del ‘caso Glück’: cómo ser poeta y llegar a fin de mes

La poesía no paga las facturas, tampoco las de los premios Nobel. La clase media apenas recibe 300 euros por poemario y se impone el pluriempleo

María Sánchez, poetisa y veterinaria.alejandro ruesga

No se puede escribir poesía después de Auschwitz ni antes de acabar las ocho horas de jornada laboral. La escritura no paga las facturas, salvo en contadas excepciones como un Premio Nobel de Literatura, dotado con 830.000 euros. “Por eso soy veterinaria, porque por mucho que venda libros no servirá para pagar el alquiler, ni la comida. Los derechos de autor es un dinero con el que no cuento y cuando llega, lo ahorro”, cuenta María Sánchez (Córdoba, 31 años), escritora, que en 2017 publicó ...

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No se puede escribir poesía después de Auschwitz ni antes de acabar las ocho horas de jornada laboral. La escritura no paga las facturas, salvo en contadas excepciones como un Premio Nobel de Literatura, dotado con 830.000 euros. “Por eso soy veterinaria, porque por mucho que venda libros no servirá para pagar el alquiler, ni la comida. Los derechos de autor es un dinero con el que no cuento y cuando llega, lo ahorro”, cuenta María Sánchez (Córdoba, 31 años), escritora, que en 2017 publicó Cuaderno de campo (La Bella Varsovia), un éxito poético que roza los 7.000 ejemplares vendidos, una cifra parecida a la alcanzada por La belleza del marido (Lumen), de Anne Carson, Premio Princesa de Asturias de 2020.

Sánchez no puede vivir de ese éxito, ni cuánto debería vender para vivir de ese éxito. Los derechos del autor o la autora suponen el 10% del precio que se paga por el libro. Cuaderno de campo cuesta 11,40 euros. Por eso no le salen las cuentas a esta creadora de un best seller poético. “Por eso nos tendríamos que alegrar de que una autora quiera ir a otra editorial para poder vivir de lo escrito. No entiendo dónde está la polémica. La autora es la que decide”, apunta María Sánchez sobre la marcha de Louise Glück con su Nobel lejos de la editorial Pre-Textos, donde había publicado siete libros, a la editorial Visor. La poesía no está acostumbrada a los métodos de su agente, Andrew Wylie, con los que defiende los derechos de sus representados.

“Si vivo de algo es de mi figura de escritora, pero no de mi poesía”, reconoce Luna Miguel (Alcalá de Henares, 30 años), que cuenta con una comunidad de lectores que compran sus poemarios. “Aquí no te alquilan un piso si dices que tus ingresos llegan por la escritura. No se fían de una profesión creativa. La sospecha se dispara por ser mujer joven y escritora”, señala la autora de El arrecife de las sirenas (La Bella Varsovia). La empresa que mejor le ha pagado por sus poemas no es una editorial, sino Google: 1.000 euros por tres poemas inéditos. “Me parece lógico que Glück cambie de modelo de editorial. Necesita ser reimprimida y Pre-Textos no lo hace. Si tus poetas crecen hay que acompañarlas, porque una editorial crece con sus autoras”, explica y señala a la editorial que dirige Elena Medel —en la que Miguel publica— como referente en este sentido.

La poesía no da de comer

Poesía es palabra en el tiempo escribió Antonio Machado. ¿Y dinero? A la entrega de la obra manuscrita, el autor de poesía suele recibir 300 euros como un anticipo de lo que pueda vender de una tirada de 500 ejemplares. Muchas editoriales prefieren no reimprimir para evitar pérdidas y los honorarios de los poetas se quedan en el exiguo adelanto. Los premios pueden salvar un año de vida, como los 20.000 euros entregados a Alba Cid por su Nacional de Poesía Joven 2020 o los 125.000 euros a Francisco Brines por el Premio Cervantes.

“Necesitamos esos reconocimientos económicos mucho antes. Un premio no puede llegarle a un autor cuando es octogenario, porque antes hemos tenido muchas necesidades de retribución”, indica Antonio Colinas (La Bañeza, 74 años), que acaba de publicar En los prados sembrados de ojos (Siruela). “El poeta lleva su voz al extremo, en un mundo capitalista que no atiende a la creación. El poeta necesita llegar a fin de mes. Aquí entendemos cultura como entretenimiento, pero es un bien que hay que proteger, es el sustento de la sociedad, sobre todo ahora”, añade Colinas.

No es fácil ser poeta en España y es muy difícil ser un poeta jubilado. “Mi pensión se ha recortado tanto que ha desaparecido”, reconoce Antonio Colinas. Su caso es como el de tantos otros: en 2011 el PSOE aprobó una ley que impedía a los escritores cobrar su pensión de jubilación y los derechos de un nuevo libro al tiempo. Sus ingresos no pueden superar el salario mínimo interprofesional, 13.300 euros al año. Javier Reverte murió hace unas semanas en plena batalla judicial contra la Seguridad Social para corregir esta norma.

“Tengo un amigo poeta que dice en uno de sus versos: ‘En qué se parece un poeta a un superhéroe, en que por lo general ambos tienen dos trabajos’. Y suma y sigue. Claro que no es posible vivir de la poesía, pero a la vez no hay nada que te guste hacer”, comenta María Eloy García (Málaga, 48 años), autora de Los habitantes del panorama.

Las excepciones vitales

La poesía tiene que buscarse sus alianzas para seguir avanzando. Telecinco es una de ellas. En 2016 David Leo García tenía 27 años, era profesor en un instituto y había publicado dos poemarios, cuando ganó 1,8 millones de euros con el rosco de Pasabalabra. Desde entonces se ha dedicado a ampliar sus estudios, escribir y rodar cine. “Gracias al premio me he quitado quebraderos de cabeza”, reconoce el autor. Si no, seguiría dando clases. “Por un libro sacas 300 euros. De la poesía no se puede vivir, pero con la poesía, sí. No da la vida, pero da vidilla. Vicente Aleixandre decía que la poesía no da de comer, da para merendar. De todas maneras, sería agotador vivir exclusivamente de ella”, añade García.

David Leo García ganador de 'Pasapalabra'.Pasapalabra

Dos excepciones a la precariedad poética son Elvira Sastre (Segovia, 38 años) y Patricia Benito (Las Palmas de Gran Canaria, 42 años). La primera acaba de publicar Adiós al frío, de nuevo en Visor. “Es lícito que Louise Glück haya cambiado de editorial porque es muy complicado vender. A mí me han llegado ofertas económicas más grandes, pero prefiero vender 20.000 ejemplares menos y estar en la mejor editorial de poesía. Publicar con los grandes nombres no tiene precio”, cuenta Sastre. A pesar de todo asegura que de un libro no se vive, “se vive de muchas otras cosas”.

Con Primero de poesía, Patricia Benito pasó, en 2016, de la autoedición a Penguin Random House, que convirtió el libro en un boom que todavía le reporta beneficios. Junto con Tu lado del sofá suma cerca de 50.000 ejemplares vendidos. “Vivo sola, no tengo cargas familiares y llevo una vida que no me puedo quejar. No es diabólico que Glück se haya ido a Visor. No somos una ONG y cuanto más romanticemos nuestro oficio, más lo precarizamos”, indica Benito, que ultima su próximo poemario, para mayo, y se reconoce como una “excepción absoluta”, además de como crupier por su último trabajo antes de vivir de su escritura.

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