Desde la necesidad

Hay dos símbolos complementarios y fundamentales en la obra del nuevo premio Cervantes: la pérdida y la búsqueda del paraíso

El poeta Francisco Brines en su casa de Oliva (Valencia), el 8 de febrero de 2001. Jesús Císcar

Hay dos símbolos complementarios y fundamentales en la obra de Francisco Brines, ganador hoy lunes del Premio Cervantes: la pérdida y la búsqueda del paraíso. En ese viaje, que le permite pasar del paisaje originario de Elca, en Valencia, a otros —Oxford, Delfos, Salzburgo o Ferrara—, no solo la meditación se acrecienta en su descubrimiento del mundo, sino que en su indagación sobre el sentido de estar vivo, insistiendo en nuestra fragilidad, en las derrotas, en la muerte y en la soledad se impone el descubrimiento del a...

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Hay dos símbolos complementarios y fundamentales en la obra de Francisco Brines, ganador hoy lunes del Premio Cervantes: la pérdida y la búsqueda del paraíso. En ese viaje, que le permite pasar del paisaje originario de Elca, en Valencia, a otros —Oxford, Delfos, Salzburgo o Ferrara—, no solo la meditación se acrecienta en su descubrimiento del mundo, sino que en su indagación sobre el sentido de estar vivo, insistiendo en nuestra fragilidad, en las derrotas, en la muerte y en la soledad se impone el descubrimiento del amor como salvación. Pero un amor y un erotismo en los que aparecen el sufrimiento, el gozo de la carne, sus separaciones y sus engaños.

Al comentar sus poemas de amor, Carlos Bousoño vio que la honda soledad del poeta es la que determina esa voz cavernosa que hay en él. Y cuando le pregunté a Brines por eso, dijo que sí: “Mi concepto humano del amor”, aclaró, “es otro, y en él ocupa un lugar muy importante la alegría de la carne, y nada digamos cuando se da la comunicación plena del amor, pues entonces el hombre puede alcanzar una felicidad tan intensa que le justifica cualquier posterior desastre. Pero yo suelo escribir desde la extrema menesterosidad, y entonces el acto del amor se hace símbolo de la suprema disposición humana”.

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Y así es, eso es lo cierto: el proceso creativo de Brines es una fiel insistencia sobre la misma idea matriz. Y es verdad que el Brines sensorial y el Brines metafísico no se reparten en fracciones distintas, sino que se fusionan en una misma emoción totalizadora y se sirven el uno al otro sin apenas fisura.

Una muestra de todo lo dicho anteriormente en cuanto al culturalismo se refiere es la cercanía de Francisco Brines a la visión satírica de otros tan lejanos como Catulo o Marcial. “A los satíricos latinos, y especialmente a Catulo”, confiesa Brines, “los siento más cerca que a la mayoría de mis contemporáneos. Me hablan de mí con más verdad que esos otros a los que estrecho la mano cada día. Quizá vivimos épocas afines de crisis y de ruptura moral”.

“Nunca me ha preocupado la originalidad y no he movido un solo dedo por encontrarla. Te diría que incluso la he rehuido. Sin embargo, he buscado en mí y también he sufrido por desvelar mi personalidad. Creo que una fuerte personalidad exige una gran intensidad, algo que no necesita con precisión la originalidad”. Pero como toda originalidad verdadera, la suya no es buscada, sino encontrada. Claro que tratando a Brines, y en lo que a la poesía respecta y a sus fidelidades a ella (el Brines joven que conocí y el Brines ya muy maduro que nos acompaña han sido siempre un mismo Brines), no lo veo buscando situarse en ninguna otra línea que no sea su entrega a la revelación del poema, sin otras voluntades de posición generacional o de acercamiento a modas o tendencias.

La poesía no suele crecer en el estéril territorio de la certeza sino en la necesidad y desde la necesidad.

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