’Voguing’: la generación Z se libera bailando

La cultura del ‘ballroom’ se ha extendido en España entre jóvenes con problemas de integración social y familiar como una forma de reivindicar su identidad

Saphira, a la izquierda, junto a sus compañeras de 'ballroom' en el Palacio Real de Madrid. Foto: Inma FloresINMA FLORES (EL PAIS)

La cultura ballroom que empoderó a transexuales, latinos, negros y todo tipo de excluidos en el Nueva York de los setenta y ochenta es hoy una herramienta para personas con los mismos retos, pero en latitudes distintas. Avanzado el siglo XXI, el poder del baile del voguing como movimiento social se ha extendido también en España. La capilaridad de su casas, las escuelas de baile y los colectivos locales de esta comunidad global se desparraman ente la generación Z por Málaga –que alberga una de las escenas más importantes del país– y barrios humildes de Alicante o Sardañola del Va...

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La cultura ballroom que empoderó a transexuales, latinos, negros y todo tipo de excluidos en el Nueva York de los setenta y ochenta es hoy una herramienta para personas con los mismos retos, pero en latitudes distintas. Avanzado el siglo XXI, el poder del baile del voguing como movimiento social se ha extendido también en España. La capilaridad de su casas, las escuelas de baile y los colectivos locales de esta comunidad global se desparraman ente la generación Z por Málaga –que alberga una de las escenas más importantes del país– y barrios humildes de Alicante o Sardañola del Vallés (Barcelona). En Valencia, el fenómeno ha irrumpido en los teatros públicos de la ciudad.

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El crescendo de su influencia ya forma parte de la cultura de masas. De la influyente saga de programas de televisión de RuPaul, a la que para muchos es una de las series del año: Pose (HBO), del todopoderoso creador Ryan Murphy (Glee, American Horror Story, Feud). Y, sin embargo, lo esencial sigue intacto: personas que a partir del baile (un house estilizado e inspirado en el estilo de los jeroglíficos egipcios y las famosas poses de las modelos de la revista Vogue), se muestran sin complejos habitualmente para enfrentarse a problemas de identidad o exclusión. Una exclusión que a veces es familiar y que encuentra una casa y una madre en sentido literal: house es como se le llama a cada familia del colectivo, todas ellas dirigidas por una o dos “madres” que entrenan y cuidan a su equipo de baile (llamados “hijos” e “hijas”).

Estas houses compiten bailando entre sí. El estilo hibrida el desfile de modelos y el juego de roles, mientras un comentarista y un jurado llevan al límite las capacidades físicas de las participantes. “El nivel de exigencia es alto, pero la idea central de la escena ballroom es la de la construcción de una comunidad segura. Un ambiente en el que sentirte protegida para que te muestres sin reservas, para que bailes sin miedo y tu identidad, lo físico o como pienses, quede totalmente al margen de cómo te perciben todas”, apuntan Inka 007 y Julia 007, las responsables de que los teatros públicos valencianos se hayan abierto al fenómeno de manera estable.

“Soy una mujer negra y trans y lo sé gracias a la escena ballroom. Es fuerte, pero sé que no hubiera descubierto mi condición de no haber dado con esta familia”. Así de contundente se muestra Saphira, nacida en el año 2000 en Canarias, pero que ha vivido en Valencia toda su vida. “Siempre he bailado. En un momento dado, traté de abandonar mi escuela de clásico para entrar en el conservatorio, acceder a la élite, pero no me cogieron y el ballroom apareció en ese momento para salvarme. Hoy convivo con una familia que he elegido y tengo un sentimiento de pertenencia y de seguridad que no es comparable a nada. Y no todo el mundo encuentra su sitio, pero yo lo he conseguido con mi madre, Silvi ManneQueen, y mis hermanas”, contesta desde Madrid a El PAÍS.

“Nací en 2000 en Cali, Colombia, pero vivo en Alicante desde los cinco años. Empecé en escuelas de baile, donde me iba bien para pasar el rato hasta que di con la escuela Funkadelic y con mi madre, Cataleya Cosima. Ella me abrió la mente hacia la sencilla idea de cómo te puedes sentir al bailar sin esconderte hasta ser tu mismo. Y para hacerlo, ponemos en marcha todo este juego de meternos a través del baile en roles, en ser otra persona”, explica Sebastian Barona a El País. Miembro de la Alicunty Family, el resto de entrevistadas le destaca como un bailarín del máximo nivel. “No dejaría el voguing por nada. Tampoco Alicante, aunque sé que en una gran ciudad como Madrid no nos mirarían tan raro. Aquí somos pocos, pero intentamos hacer todo lo posible”. Bastian Hurrycane 007 es también profesor y destaca lo encantadas que están las madres de las y los adolescentes a los que da clase de voguing.

De Valencia a Sardañola

Sergi Guzmán vive en Sardañola del Vallés, Barcelona. Nació en 2002 y la mitad de su familia es cubana: “Siempre pensaron que con mi físico debía dedicarme al deporte. En realidad, lo que yo quería era bailar, pero no me atreví a dar el paso hasta los 16. Y ahí apareció el voguing, justo en el momento adecuado en el que necesitaba formar parte de un colectivo donde expresarme y sentirme yo sin reservas”. En su caso, la liberación del género fue clave: “Soy no binario, pero en la escena lo importante no es lo que eres, porque por encima de todo está lo que quieres representar. Eso es una liberación que, además, llega desde lo que quiero hacer: bailar”. Jayce Ubetta, que es su nombre y el apellido de su house internacional, destaca que su madre (Anna Yang) y hermanas en el colectivo “son cis blancas”, “pero lo verdaderamente importante es el respeto a la tradición de lo que hacemos y la posibilidad de ofrecer un espacio libre y seguro. Quizá, especialmente, a la gente joven”.

La escena ballroom hoy ya es inabarcable y no solo por su expansión geográfica. En el colectivo, por ejemplo, hay personas cuyo cuerpo generó un rechazo en la estricta mirada de la danza clásica. Es también una amalgama de diversidad racial y de género. Es exigente, “porque lo trascendente es ser memorable y trabajamos para ello”, apunta Jayce. Es mucho más rica porque, por ejemplo, el crisol de bailarines racializados que ahora marca el ritmo en España, difícilmente hubiera tenido este papel en los noventa.

Lo relevante es cómo la llamada generación Z se está apoderando de este legado, contradiciendo la visión apática y vinculada al consumo de pantallas con la cual se les relaciona habitualmente. El refuerzo positivo para muchas de estas personas, transexuales, negras, que viven en la periferia, llega de lo que llaman abiertamente familias y madres, en una especie de extensión de la realidad. Las infinitas categorías del baile (pasarela, sexsiren, hands performance, realness…) emancipan desde la expresión artística tal y como sucediera hace más de 40 años en el barrio neoyorquino de Harlem. Uno de los personajes del documental que retrata aquella época, Paris is Burning (Jennie Livingston, 1990), lo define así: “En un desfile de ballroom puedes ser lo que quieras”. En Alicante, Valencia, Málaga o Sardañola del Vallés, cualquier joven de su escena lo interpreta igual. Lo importante es que para muchos, esta posibilidad se ha convertido en su vía de escape o su trampolín para cimentar una identidad amedrentada.

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