Zombis de guardería

Las comedias de muertos vivientes han llegado al cine familiar. O quizá sea al revés, que el cine familiar haya llegado a las comedias de zombis. En todo caso, la fusión, al menos esta de la película australiana Little Monsters, no tiene ninguna gracia. El gamberrismo y la ingenuidad mezclan fatal como discursos narrativo y tonal, y también como concepto general de producción destinada a un tipo de público que puede que no exista: el que puede aguantar un grueso chiste de vaginas seguido de una cursi canción infantil cantada por unos niños con el objetivo de ahuyentar a unos zombis.
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Las comedias de muertos vivientes han llegado al cine familiar. O quizá sea al revés, que el cine familiar haya llegado a las comedias de zombis. En todo caso, la fusión, al menos esta de la película australiana Little Monsters, no tiene ninguna gracia. El gamberrismo y la ingenuidad mezclan fatal como discursos narrativo y tonal, y también como concepto general de producción destinada a un tipo de público que puede que no exista: el que puede aguantar un grueso chiste de vaginas seguido de una cursi canción infantil cantada por unos niños con el objetivo de ahuyentar a unos zombis.

Abe Forsythe demuestra que la cámara al hombro no siempre es sinónimo de agilidad y de ritmo

En su segunda película como director, Abe Forsythe demuestra que la cámara al hombro no siempre es sinónimo de agilidad y de ritmo; que una película filmada casi en todo momento con el dinamismo que se supone que otorga la sistemática parezca mucho más invariable que si se hubiese rodado a través de planos fijos alargados en el tiempo. Una íntima conversación en el núcleo central, entre lo personal y lo romántico acerca del personaje de Lupita Nyong’o, ejerce de paradigma de los problemas de fluidez de la película: debe durar cinco o seis minutos y parecen cincuenta. El estatismo del trabajo de Forsythe únicamente encaja con la quietud de los muertos vivientes, apenas pasmarotes sin el menor desarrollo ni originalidad.

Como si Zombies Party se hubiera encontrado por el camino con Poli de guardería y con una versión ñoña de Escuela de rock, Little monsters deambula entre el chiste violento y el bostezo cadencioso del que, en realidad, tiene muy poco que contar.