Una canción pegajosa

En la contaminación de las clases sociales hacia las propias esposas de los combatientes, la película apunta sus únicos logros

El ambiente cerrado, húmedo, claustrofóbico y autosuficiente de las bases militares, con los soldados y sus familias conformando una especie de tribu en la que es imposible entrar y de la que es aún más difícil salir, originó dos sensacionales películas sobre las relaciones sociales en el implacable reducto: De aquí a la eternidad (Fred Zinnemann, 1953) y Reflejos en un ojo dorado (John Huston, 1967), basada en la gran novela de Carson McCullers, ambas de una enorme complejidad en su tratamiento de la lujuria, las tinieblas y la rebelión interna.

En estas instalaciones tod...

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El ambiente cerrado, húmedo, claustrofóbico y autosuficiente de las bases militares, con los soldados y sus familias conformando una especie de tribu en la que es imposible entrar y de la que es aún más difícil salir, originó dos sensacionales películas sobre las relaciones sociales en el implacable reducto: De aquí a la eternidad (Fred Zinnemann, 1953) y Reflejos en un ojo dorado (John Huston, 1967), basada en la gran novela de Carson McCullers, ambas de una enorme complejidad en su tratamiento de la lujuria, las tinieblas y la rebelión interna.

En demasiados momentos parece un relato de hace 60 años, mucho más añejo que las aportaciones de Zinnemann y Huston

En estas instalaciones todo parece vivirse entre iguales cuando en realidad sus habitantes no pueden ser más diferentes: los mandos lo son siempre, como una especie de aristocracia militar frente al pueblo llano de la tropa. Y así se vive también desde la primera secuencia en ¡Que suene la música!, comedia dramática con toques de melodrama sentimental, meloso y sin apenas brío, que se ambienta en una colonia de soldados británicos preparados para partir en cualquier momento hacia los conflictos en Oriente Medio. Y es justo en eso, en la contaminación de las clases sociales hacia las propias esposas de los combatientes (su título original es mucho más concreto: Military Wives), donde la película apunta sus únicos logros.

El resto, sin embargo, no pasa de convencional producto de buenos sentimientos, superficial y melifluo, alrededor de la formación de un coro por parte de las mujeres de los soldados, con el fin de sobrellevar la espera, la incertidumbre y quizá el dolor de la muerte. A pesar de proclamarse como una película basada en una historia real, en demasiados momentos ¡Que suene la música! parece un relato de hace 60 años, mucho más añejo que las aportaciones de Zinnemann y Huston. Y sorprende, entre otros asuntos, el hecho de que no haya una sola pareja masculina de mujer (u hombre) soldado.

Peter Cattaneo, que comenzó su carrera apuntando alto con la magnífica Full Monty (1997), parece haberse quedado en poquísima cosa, y nada hace para ennoblecer el tono y la manida estructura con actuación final del guion de Rosanne Flynn y Rachel Tunnard. Una sensación que, eso sí, encaja a la perfección con algunas de sus acomodadas canciones: como la famosa Shout, de Tears for Fears, agradable la primera vez que se escucha, cansina la segunda, insoportable la tercera.

¡QUE SUENE LA MÚSICA!

Dirección: Peter Cattaneo.

Intérpretes: Kristin Scott Thomas, Sharon Horgan, Emma Lowndes, Lara Rossi.

Género: melodrama. R U, 2019.

Duración: 112 minutos.

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