Galdós nunca renegó de la arena canaria

Un bulo llevó al obispo Pildaín a excomulgar a los que honraran la memoria de autor de los 'Episodios Nacionales'

Benito Pérez Galdós, en la finca familiar de Los Lirios en Gran Canarias en 1894. CASA-MUSEO PÉREZ GALDÓS

Galdós nunca renegó de su tierra, ni dijo que al irse de Gran Canaria, donde nació en 1843, se había limpiado la arena. Pero ese bulo, sacado en parte de una deducción de Clarín, en medio de una semblanza admirativa, sirvió años después para alimentar la inquina que el obispo Pildaín, látigo también de Unamuno, lanzó contra aquel anticlerical réprobo que usó la literatura para alimentar el ateísmo. Hasta el punto de que aquel clérigo vasco instó la excomunión para los que, en la isla, quisieran honrar la memoria de es...

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Galdós nunca renegó de su tierra, ni dijo que al irse de Gran Canaria, donde nació en 1843, se había limpiado la arena. Pero ese bulo, sacado en parte de una deducción de Clarín, en medio de una semblanza admirativa, sirvió años después para alimentar la inquina que el obispo Pildaín, látigo también de Unamuno, lanzó contra aquel anticlerical réprobo que usó la literatura para alimentar el ateísmo. Hasta el punto de que aquel clérigo vasco instó la excomunión para los que, en la isla, quisieran honrar la memoria de este titán del siglo XIX que avanzó, firme, hacia la gloria del siglo XX.

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Escribió Clarín (recogido por Renacimiento en Galdós, novelista, edición de Adolfo Sotelo Vázquez, 2020) en sus apuntes para una biografía: “De lo que no hay ni rastros en sus novelas es del sol de su patria”. Adelantaba así su lupa el autor de La Regenta: “Ni del sol, ni del suelo, ni de los horizontes; para Galdós, novelista, como si el mar se hubiera tragado las Afortunadas. (…) Jamás ha escrito nada que pueda hablarnos de los paisajes de su patria (…) No sueña con el sol de sus islas… a lo menos en sus libros”.

En efecto, quizá en sus libros no habló directamente de los paisajes, humanos o plásticos, de las Canarias, pero desde chico, esos elementos nutrieron su imaginación y movieron su pincel o su pluma, y ni de él ni de sus zapatos desapareció la huella canaria. Con su nombre o con seudónimo, su pluma fue vehículo de sus pasiones insulares mientras estuvo en Las Palmas y en los primeros años de su muy larga aventura madrileña.

Galdós no dijo que al irse de Gran Canaria se había limpiado la arena. Pero ese bulo sirvió años después para alimentar la inquina del obispo Pildaín

En Galdós (premio Comillas, Tusquets 2020) Yolanda Arencibia hace un pormenorizado recuento de esa relación del autor de los Episodios Nacionales con Canarias y con sus paisanos transterrados. Galdós participó en tertulias y utilizó su habilidad como cronista para contar desde Madrid su visión del terruño.

Dice la autora de su nueva biografía que el autor de Miau escribió en las islas sátira y descripción, dibujó hechos históricos. Y en Madrid se reúne “con todos los canarios”, recibe los periódicos insulares, “que le sirven de materia de discusión en esas tertulias”, y está al tanto de lo que pasa en su tierra, cuyo rastro, simbólicamente, nunca abandonó sus zapatos…

Es cierto que en 1865 dejó de ir a la isla, a la que acudía los veranos, por una historia de amores contrariados y otras desgracias familiares difíciles de explicar o superar. Pero en sus suelas siguió intacta la arena insular. Y de Tafira (Gran Canaria) fue la piedra de su finca más querida.

Es cierto que en 1865 dejó de ir a la isla, a la que acudía los veranos, por una historia de amores contrariados y otras desgracias familiares

Aun así, dice Yolanda Arencibia, que “cuando tocó renegar de Galdós vino muy bien esa figura de renegado insular que podía deducirse de lo escrito por Clarín”. El obispo Pildaín aprovechó la falsedad. Amenazó con excomulgar a los que trabajaron entonces para crear en la capital grancanaria la Casa Museo Pérez Galdós. Hasta tal punto, que escribió a Julián Marías, que iba a inaugurarla en 1960, para que desistiera de intervenir en el acto.

El filósofo no le hizo caso. Llegó el obispo hasta Franco, pero el homenaje galdosiano siguió adelante. Ahora la leyenda de que Galdós se quitó la arena de las suelas de su zapato se halla atenuada. Pero ahí está, como la expresión agrandada de un argumento que, como es natural, no ha podido contra la querencia insular de Galdós ni tampoco, dice Arencibia, “contra la arena imbatible, por ejemplo, de la playa de Las Canteras”.

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