Lorcho y Greta

Elisardo Bastiaga se puso a trinchar lorchos en una playa de Montalvo y se topó de bruces con la cara de la niña Greta Thunberg

Miguel Ángel Camprubí

Una de las cosas que me gustan de los niños en la playa es su fascinación por las rocas. Es como una juguetería o un poder extraterrestre que les atrajese como un imán. ¿Por qué no se construyen pisos con un par de rocas en una habitación? Los hay que van descalzos en espectacular concesión a los dioses: placer sí, pero con una cantidad equivalente de dolor. Y luego están quienes necesitan equiparse con escarpines, tridente, cubo, gafas de buceo de tubo, gorra por el sol (bucean igual con ella si hay charca).

Yo he visto en las rocas, me refiero a playas familiares, cosas que nadie cree...

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Una de las cosas que me gustan de los niños en la playa es su fascinación por las rocas. Es como una juguetería o un poder extraterrestre que les atrajese como un imán. ¿Por qué no se construyen pisos con un par de rocas en una habitación? Los hay que van descalzos en espectacular concesión a los dioses: placer sí, pero con una cantidad equivalente de dolor. Y luego están quienes necesitan equiparse con escarpines, tridente, cubo, gafas de buceo de tubo, gorra por el sol (bucean igual con ella si hay charca).

Yo he visto en las rocas, me refiero a playas familiares, cosas que nadie creería. Y una de ellas ocurrió el martes, cuando Elisardo Bastiaga se puso a trinchar lorchos en una playa de Montalvo y se topó de bruces con la cara de la niña Greta Thunberg. Alguien ha hecho un mural allí con la imagen de la portada de la revista GQ en la que Greta Thunberg mira y señala.

—¿Quién es? —preguntó Bastiaga.

—Una activista contra el cambio climático. Pero no está por aquí, a estas horas navega sin contaminar por el océano.

—¿Tengo que tirar los lorchos? —dijo moviendo el cubo. Había pillado varios lorchos con el ganapán. El lorcho vendría a ser algo así como un pez de roca.

—No; la habrán pintado porque siempre dan mal el tiempo en Galicia. No nos señala a nosotros, señala al telediario. Es como los gallos portugueses que se ponían sobre el televisor: dice el tiempo que va a hacer.

Le dije que en cualquier caso sería bueno que los niños no viesen cómo trinchaba peces, porque todos los niños de la playa, incluido mi hijo, cogían quisquillas y estrellas de mar, las metían en el cubo con agua, pasaban la tarde con ellas y luego las volvían a soltar al mar, donde a lo mejor duraban menos que en la sartén, pero la naturaleza no la inventé yo.

—Torean sin matar —dijo Bastiaga, creo que fue a las rocas a la desesperada a por el follower 100 como cuando el Barcelona pone a Piqué de delantero. Pero una vez allí, ejerciendo de jodechinchos, le debió de entrar el hambre.

Efectivamente, el turismo de roca se ha conceptualizado, ya no es aquel ecosistema de los ochenta en el que los niños íbamos a las rocas como Nabokov a cazar mariposas y volvíamos como Hannibal Lecter, a veces después de matar lorchos con nuestras propias manos. A mí me parece bien porque intento aprender de mi hijo más que de mi abuelo, sin que uno sea más listo que el otro: solo diferente, como su tiempo. La chapa moral no gusta a Bastiaga, que me saca una foto (estoy rojo por el sol e hinchado por el alcohol) y la cuelga en Instagram con mi reflexión y su apostilla: “Vamos a morir todos”. Gana tres followers, situándose brevemente en 102, pero visto el éxito se viene arriba, cuelga la foto de los lorchos muertos flotando en una charca y baja a 97.

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