“La adopción es el choque de dos dolores”

Yolanda Reyes novela la tristeza de una fecundación in vitro frustrada y la ansiedad por la maternidad

La escritora colombiana Yolanda Reyes, en la sede de Alfaguara en Madrid.Julián Rojas

Yolanda Reyes ha escrito un libro tan terapéutico como una sesión de diván, que no significa balsámico. No hay territorio de confort en esta novela, como difícilmente lo hay en el universo emocional de las adopciones tardías, cuando prohijar a un niño es el último recurso para quienes lo han probado todo con gran sufrimiento, y cuando ser adoptado es la vía de escape para quien ya fue abandonado. “La adopción es el choque de dos dolores”, dice Reyes (Bucaramanga, Colombia, 1959).

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Yolanda Reyes ha escrito un libro tan terapéutico como una sesión de diván, que no significa balsámico. No hay territorio de confort en esta novela, como difícilmente lo hay en el universo emocional de las adopciones tardías, cuando prohijar a un niño es el último recurso para quienes lo han probado todo con gran sufrimiento, y cuando ser adoptado es la vía de escape para quien ya fue abandonado. “La adopción es el choque de dos dolores”, dice Reyes (Bucaramanga, Colombia, 1959).

Qué raro que me llame Federico (Alfaguara) abunda en las grietas de una experiencia que ha arrojado otras novelas interesantes en el último año y medio: El huracán y la mariposa, de Yolanda Guerrero (Catedral) y, algo más tangencialmente, El cielo según Google, de Marta Carnicero (Acantilado). La autora colombiana elige dos voces simultáneas, las de una madre y su hijo, para articular un cruce de monólogos que solo adquieren el aroma del diálogo en la imaginación del lector. “Me gusta escribir desde dos personajes, dos voces, porque en todas las relaciones humanas siempre hay un hueco, algo no dicho, que está en los intersticios, que no se cierra del todo y que tiene huecos para mirarlo distinto”.

Reyes ha viajado a Madrid para explicar una novela que rompe su registro habitual de literatura infantil. “Adoptar es una decisión que por primera vez está del lado de la autonomía femenina”, afirma. Por ello la protagonista salta desde el deseo de engendrar con su novio a la ansiedad de fertilizarse in vitro y de ahí a la obsesión de adoptar, una lucha contra el reloj biológico, contra los límites de la naturaleza y contra la edad que va a acabar destruyendo su estabilidad y su pareja a cambio de un socavón de incertidumbre.

Cuando el amor se convierte en un contador de coitos en tiempo y forma adecuados el sufrimiento puede alcanzar cotas destructivas

En planos temporales distintos, Belén recorre esa carrera hacia la maternidad desconocida mientras su hijo, Federico, emprende, ya adulto, su regreso desde Madrid a una Colombia de la que tuvo que deshacerse para adaptarse a su vida española. Ambos recorren caminos opuestos, pero también lenguajes de cadencias distintas. “Escribir en dos registros, ambos en español, fue una parte importante del trabajo porque los hispanohablantes estamos a veces más separados que unidos por una misma lengua”, confiesa. “Federico tiene que perder al principio su lengua, su cadencia, para hacerse español y cuando vuelve allí debe apropiarse otra vez de esos registros”.

Uno de los detonantes de la novela fue precisamente la historia de un chico francés al que conoció en uno de sus talleres de lectura. Adoptado tardíamente en Colombia, allí regresó 15 años después con acento galo: “Para poder ser de Francia tuve que olvidar quién era, olvidar el español, porque mi deseo desesperado era ser reconocido como de allá. Y ahora vengo a devolver a Colombia lo que me dio”, le dijo.

Cuando el amor se convierte en un contador de coitos en tiempo y forma científicamente adecuados; cuando la eyaculación se traslada a la tristeza y el porno de una cabina de clínica de fertilidad; cuando el cuerpo se vuelve un laboratorio de experimentos en busca de procreación y además no hay resultados, el sufrimiento puede alcanzar cotas destructivas. “Conozco a una mujer que lloraba de dos a tres de la mañana para que nadie la viera. Su cuerpo se había convertido en lugar de experimentos y eso le causó un gran dolor”, cuenta Reyes. De esa frustración puede saltarse a la de la adopción, cuando los nervios por la visita de los evaluadores o el rechazo en el propio entorno hacen saltar chispas.

- ¿Cree que, después de todo lo que ha analizado y contado aquí, merece la pena adoptar?

- Como no tenemos respuesta, necesitamos seguir haciendo literatura. Ni tengo respuesta ni quisiera tenerla en general, la literatura no tiene respuestas generales, pero es precisamente por las particularidades por lo que nos interesa seguir haciendo libros particulares.

Y el suyo lo es, sin duda. Libro de dos verdades, dos dolores, dos voces y un gran territorio para el propio lector. “Que el lector sienta que, entre una mujer que viaja hacia la adopción y un chico que viaja hacia la búsqueda de su identidad, no está todo dicho. El resto lo pone el lector”.

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