El polvorín del Líbano

La gélida Guerra Fría del tótem del espionaje literario se traslada a la polvorienta y sudorosa Beirut

Fotograma de la película 'El rehén'

Año 1970. Después del llamado Septiembre Negro, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) es expulsada de Jordania y acaba instalándose en Beirut, en Líbano.

Año 1982. Israel invade el sur de Líbano con la intención de expulsar a las guerrillas de la OLP, capitaneadas por Yasir Arafat.

Es una década en la que Beirut se convierte en un polvorín, y en la que se sitúa la interesante película de espionaje El rehén, protagonizada por un diplomático de Estados Unidos que, tras una tragedia personal y familiar a principios de los 70, debe volver a la acción en la po...

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Año 1970. Después del llamado Septiembre Negro, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) es expulsada de Jordania y acaba instalándose en Beirut, en Líbano.

Año 1982. Israel invade el sur de Líbano con la intención de expulsar a las guerrillas de la OLP, capitaneadas por Yasir Arafat.

EL REHÉN

Dirección: Brad Anderson.

Intérpretes: John Hamm, Rosamund Pike, Mark Pellegrino, Leïla Bekhti.

Género: espionaje. EE UU, 2018.

Duración: 109 minutos.

Es una década en la que Beirut se convierte en un polvorín, y en la que se sitúa la interesante película de espionaje El rehén, protagonizada por un diplomático de Estados Unidos que, tras una tragedia personal y familiar a principios de los 70, debe volver a la acción en la polémica región, ya en los inicios de los 80, tras abandonarse a sí mismo durante años en su país, entre el alcohol y la desolación. Es un tiempo en el que cualquier acción, decisión, palabra o intención labrada en Beirut terminaba afectando no solo a Líbano. También a Israel, a Jordania, a EE UU, a Libia, a Siria, a la URSS. Un caos político y religioso. Materia de política, materia de espionaje, materia de conflicto, materia de muerte.

Y, por tanto, asunto también cinematográfico. Algo que Brad Anderson desde la dirección y Tony Gilroy desde el guion saben llevar a cabo con una película casi impecable hasta su parte final, cuando la aparición propiamente dicha de la OLP lleva a una serie de acciones menos compactas, más caprichosas.

El universo de contactos a varias bandas de Munich, formidable película de Steven Spielberg, inspirada en las consecuencias del atentado de los Juegos Olímpicos de 1972 perpetrado por la organización Septiembre Negro, vuelve en El rehén a través de un libreto de Gilroy, director de la excelente Michael Clayton, y guionista en una línea más comercial de cuatro de las películas de la saga de Jason Bourne, esta vez con evidentes ecos de John Le Carré. La gélida Guerra Fría del tótem del espionaje literario se traslada así a la polvorienta y sudorosa Beirut, pero tanto sus acontecimientos, con un intercambio de rehenes como clímax narrativo, como sus personajes derruidos, solitarios y en continua lucha con sus propias dudas, no hacen sino llevarnos hasta el universo Le Carré.

Un espacio en el que encaja a la perfección la imponente presencia de Rosamund Pike, y el rostro atemporal y carisma esquivo de Jon Hamm, con la cruz a cuestas, como en su personaje de Mad Men, que por fin ha encontrado un personaje a su medida tras el fin de la histórica serie.

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