Tribuna

Sergio Pitol, mi mejor amigo

Sergio Pitol pertenece a una generación de escritores que se está extinguiendo como se extinguen ahora las ballenas y los elefantes

El escritor, Sergio Pitol, el 2 de diciembre de 2005EL PAÍS

El 12 de abril de 2018 recibí casi al mismo tiempo una foto de la máquina de escribir de Franz Kafka y la noticia de la muerte de Sergio Pitol.

¿Un presagio? ¿Una metáfora? ¿Un paradigma? ¿Una gran tristeza? ¿una añoranza?

Sergio Pitol pertenece a una generación de escritores que se está extinguiendo como se extinguen ahora las ballenas y los elefantes

Un gran escritor, pero sobre todo mi mejor amigo.

Un amigo con el que recorría muchas ciudades en las noches: Praga cuando fue embajador allí, esa Praga mágica, transitada calle a calle, gozada en cualquiera de sus re...

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El 12 de abril de 2018 recibí casi al mismo tiempo una foto de la máquina de escribir de Franz Kafka y la noticia de la muerte de Sergio Pitol.

¿Un presagio? ¿Una metáfora? ¿Un paradigma? ¿Una gran tristeza? ¿una añoranza?

Sergio Pitol pertenece a una generación de escritores que se está extinguiendo como se extinguen ahora las ballenas y los elefantes

Un gran escritor, pero sobre todo mi mejor amigo.

Un amigo con el que recorría muchas ciudades en las noches: Praga cuando fue embajador allí, esa Praga mágica, transitada calle a calle, gozada en cualquiera de sus recovecos, en algunas de cuyas esquinas orinaba, como lo hacía marcando su territorio su perro Sacho, a quien quiso más que a nadie; esa Praga, nunca objeto directo de su escritura, utilizada de manera interpósita como una probeta donde se practicara una alquimia particular con el único objetivo de descubrir una nueva piedra filosofal, la de la propia creación escrituraria.

Sergio fue el amigo con el que conversaba noche tras noche, con quien intercambiábamos textos y chismes, criticábamos a los amigos; el amigo con quien hablaba de nuestros proyectos y viajes, de política, con el que iba a la ópera, con quien tanto viajé, con quien compartí decisivas amistades, Carlos Monsiváis, Luz del Amo, Luis Prieto, Tito Monterroso, Luis y Lya Cardoza y Aragón, Mario Bellatin, con el que veía películas clásicas que le fascinaban como Ser o no ser de Lubitsch, un amigo con quien discutía de literatura, de Emily Brontë y sus Cumbres borrascosas, quien, alguna vez me confesó, había sido fundamental para construir la estructura de sus novelas: “… en mi formación, una obra decisiva, el modelo perfecto para estructurar una novela, una escritura oblicua. Cuando la leí, me interesó extraordinariamente esa forma de construir una novela a través de un laberinto de relatos, de filtros, que le impidan al lector saber con exactitud lo que está ocurriendo… pero más, que la novela quede de tal modo abierta que un lector más o menos adiestrado pueda irla interpretando, armando, hasta crear su propia novela”. Un texto maravilloso como todos los suyos, un texto donde “…se narra toda una serie de actos cotidianos con aparente precisión y objetividad. Cuando se cierra el relato se impone esa zona de oscuridad que lo veló durante todo su desarrollo”.

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