¿Qué será de los museos en el siglo XXI?

Los directores de las principales instituciones del arte debaten sobre posibles modelos de futuro en un simposio en París

Un visitante observa unas fotografías de la exposición 'Red Star over Russia: A revolution in Visual Culture 1905-55' en el Museo Tate Modern en Londres en noviembre.DANIEL LEAL-OLIVAS (AFP/Getty Images)

¿Qué les depara el futuro a los museos? ¿Seguirá teniendo sentido descubrir obras maestras de primera mano en tiempos de virtualización imperante? ¿Deben dirigirse los centros de arte a una selecta minoría o aspirar a seguir ampliando su público? Los responsables de las principales instituciones del arte de todo el planeta se reunieron este viernes en París para responder a este tipo de preguntas. Analizaron los retos que les reserva un siglo marcado por las nuevas tecnologías, los presupuestos menguantes y la diversificación de las voces que participan en la conversación del arte. Este inusua...

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¿Qué les depara el futuro a los museos? ¿Seguirá teniendo sentido descubrir obras maestras de primera mano en tiempos de virtualización imperante? ¿Deben dirigirse los centros de arte a una selecta minoría o aspirar a seguir ampliando su público? Los responsables de las principales instituciones del arte de todo el planeta se reunieron este viernes en París para responder a este tipo de preguntas. Analizaron los retos que les reserva un siglo marcado por las nuevas tecnologías, los presupuestos menguantes y la diversificación de las voces que participan en la conversación del arte. Este inusual cónclave, organizado por la Fundación Louis Vuitton de París, reunió a los máximos responsables de la Tate de Londres, el Centro Pompidou de París, el MoMA de Nueva York, el LACMA de Los Ángeles, el Museo del Hermitage de San Petersburgo o el Reina Sofía de Madrid.

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Todos ellos debatieron sobre las perspectivas de futuro que afrontan las instituciones que encabezan. El diálogo estuvo moderado por dos prestigiosos críticos de arte, el suizo Hans Ulrich Obrist y la francesa Élisabeth Lebovici, que interrogaron a los participantes sobre la noción de centro y periferia, la expansión en nuevos edificios o sedes deslocalizadas, o bien la necesidad de ajustar presupuestos en un contexto de rentabilización máxima. También sobre la ampliación de las colecciones en nuevas direcciones, por la necesidad de formular nuevos relatos en la historia del arte, como los protagonizados por mujeres o minorías étnicas.

La directora de la Tate, Maria Balshaw, primera mujer al frente de esa institución británica, dijo interesarse por “la manera en que un museo puede cambiar el mundo”, en un contexto marcado por “el Brexit y las desigualdades sociales y económicas que este nos ha recordado”. Balshaw abogó por las instituciones que no solo sean espacios pensados para una experiencia estética, sino también para la acción política. Como ejemplo, destacó una reciente exposición en la Tate Britain sobre el arte de temática homosexual a lo largo de la historia, a partir de los fondos del museo. “No debemos decir al público qué pensar, pero sí tenemos la obligación social de esclarecer las cosas. Debemos darle llaves con las que puedan abrir el cerrojo de sus puertas”, apuntó Balshaw.

El director del Centro Pompidou, Bernard Blistène, protestó ante la estandarización creciente de los museos y advirtió que no todos deben contar la misma historia del arte. “Un museo no debe tender hacia una colección ideal que no existe, sino construirse a partir de su singularidad, de sus contextos, de sus errores y de su historia”, apuntó Blistène. “Sería ridículo ver cómo los museos se homogenizan para responder a una definición que, en realidad, deberíamos deconstruir: la del arte moderno. Tenemos que repensar el modelo inicial”. Sobre el modelo de desarrollo escogido por el museo parisiense, que ha abierto sucursales en Metz y Málaga e inaugurará otras dos en Bruselas y Shanghái –mientras ya mira a Latinoamérica de cara a la sexta–, Blistène afirmó que esas implantaciones no pueden ser solo una manera de potenciar la marca del museo, sino también la oportunidad para desarrollar “modelos específicos” a partir de las peculiaridades de cada sitio y en diálogo con la escena local.

Por su parte, el director del MoMA, Glenn Lowry, definió el museo del siglo XXI como “un laboratorio”. Es decir, “un lugar de hipótesis, experimentos y posibles fracasos”. Se dijo partidario de tener “una colección más metabólica, que cambie al mismo ritmo que el propio arte”. Pronunció otras palabras sorprendentes. “Últimamente, me he desinteresado en el concepto de la colección. Es importante usarla, pero no más que pensar en qué historias tienen que ser contadas y qué cadencias deben ser enfatizadas”, afirmó Lowry. “Si no tienes obras de mujeres de inicios del siglo XX o afroamericanos de mediados de ese siglo, tómalos prestados. Existen ahí fuera”, señaló. La directora del Studio Museum de Harlem, Thelma Golden, le recordó que “la compra de una obra es un acto de legitimación” para los artistas marginados por la historia oficial. Lowry le respondió que “el compromiso afirmativo de exponer” es más importante que “el poder afirmativo de adquirir”.

Pagar por el arte

El debate sobre la gratuidad de los centros de arte, reabierto tras la reciente decisión del Metropolitan de cobrar entrada a los visitantes no neoyorquinos, fue otro de los temas de debate. “Por supuesto, es una idea atractiva y deseable, pero probablemente imposible. ¿Por qué se suele considerar que debemos pagar por el teatro o la ópera, pero no para entrar en un museo? ¿Por qué se nos equipara con una biblioteca pública?”, denunció Lowry. Pese a todo, varios intervinientes llamaron a democratizar su acceso. “Una visita al MoMA cuesta 25 dólares por persona. Si se va en pareja y le sumas un café, una postal y un catálogo, no es difícil alcanzar los 100. Hay una prohibición respecto al coste, y otra de tipo cultural. Se sigue creyendo que el museo es el dominio de la gente más educada y próspera de cualquier cultura”, opinó la conservadora jefa del MOCA de Los Ángeles, Helen Molesworth.

El director del Reina Sofía, Manuel Borja-Villel, aportó un punto de vista distinto. Definió un marco obligatorio en el que todo museo debe operar en este estadio de la historia: “el que impone el neoliberalismo”. “Este tiene una característica muy concreta: la búsqueda del beneficio económico de todo. Hoy cualquier experiencia es susceptible de convertirse en mercancía. Eso nos condiciona a quienes trabajamos con el conocimiento”, explicaba tras el simposio. Para Borja-Villel, priorizar “el beneficio contable a corto plazo” tiene efectos en la programación de los museos, en la que predominan, cada vez más, las retrospectivas de grandes maestros, capaces de atraer a un público masivo. "Hay que repensar el modelo del blockbuster e intercalarlo con otros tipos de exposición, para que la razón utilitaria no predomine sobre la creativa. Es necesario resistir y darle la vuelta a un sistema que nos empobrece", añade Borja-Villel. "Somos un servicio público. Como en un hospital, tienes que salir mejor de lo que has entrado. Tienes que haber aprendido algo y adquirir un poco de sensibilidad. Si el visitante entra, se hace un selfie y se marcha, no habremos contribuido mucho a su mejora".

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